La mayoría tenía 15 o 16 años de edad cuando formaron la pandilla «La falta de Dios», nombre elegido porque «todos éramos anti-Cristo». De sus 25 miembros, 10 están muertos y 14 en la cárcel. «Solo yo quedé vivo y en libertad», cuenta Elias da Silva, ahora con 22 años.
Las violentas pandillas juveniles que proliferaron desde los años 90 en São Luis, la capital del nororiental estado brasileño de Maranhão, revelan parte de su carácter y sus creencias en los nombres elegidos para identificarse: "Mensajeros del infierno", "Kemadores" (sic), "Nocturnos terribles", "Organizadores de la mente", "Patos locos".
El grupo de Silva no se componía sólo de varones, sino que también tenía cinco muchachas, de las cuales hoy dos están muertas. Disponía de pocas armas de fuego, pero usaba también cuchillos y machetes en robos y en las batallas contra congéneres que costaron las 10 vidas entre los suyos y no se sabe cuántas en bandas enemigas.
"Yo mismo sufrí un cuchillazo en el vientre, tuve que quedar muchos días en el hospital", confesó.
Las bandas adolescentes, como forma de socialización a veces agresiva, son comunes en las grandes ciudades de Brasil, pero no con el grado de violencia y criminalidad que adquirió en São Luis, un fenómeno parecido a las pandillas de la ciudad colombiana de Medellín que tuvieron su apogeo en los años 80 y 90, en una proporción incomparablemente más masiva y sangrienta.
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La crueldad y las disputas territoriales son similares. Hubo casos de enemigos descuartizados para que sus partes fueran sepultadas "en medio una euforia ritual, con bebidas y drogas", recordó Silva. "Teníamos planes de dominar parte del barrio, Villa Bessa", donde el grupo tenía una casa como sede, "a veces con apoyo de traficantes de drogas".
Aparentemente las pandillas disminuyeron en los últimos años, pero la Comisaría del Adolescente Infractor de São Luis registró 329 delitos en el primer semestre de este 2007, de los cuales 23 fueron homicidios. En la mayoría de los casos no hubo adultos orientando o liderando a los adolescentes, distinguiéndose del narcotráfico y otros tipos de mafias.
Los motivos de rebeldía y adhesión a una pandilla son variados, "muchos pasan a vivir en las calles debido a maltratos en la familia", según Silva, quien nació en Brasilia y fue pronto "abandonado en la puerta de un hospital". Llevaba 14 años en un orfanato cuando apareció el padre para llevarlo a São Luis. A la madre nunca la conoció ni sabe su destino.
El padre bebía mucho, lo golpeaba y una vez lo indujo a emborracharse hasta que sufrió un coma alcohólico, apuntó Silva, quien tuvo una madrastra, cuyo paradero también ignora, y una hermana menor que fue entregada a una mujer que desapareció. Sólo le quedó el camino de las calles y de las pandillas.
Después de varias detenciones y de haber sufrido torturas a manos de la policía, hambre en las calles y de caer en el consumo de todo tipo de drogas y quedar extremadamente flaco, Silva se convenció de que debía "tomar otro camino".
Los cambios vinieron gradualmente. Matraca, una agencia periodística que promueve los derechos de la infancia, lo invitó por sus calidades de liderazgo a participar en la Red "Soy de actitud", de jóvenes organizados en casi todo el país para reclamar y seguir las políticas públicas en favor de la niñez y la adolescencia. "Descubrí una nueva manera de vivir", reconoció.
Lo salvó también una atención especial en la Fundación de la Niñez y Adolescencia (Funac), el órgano oficial de resguardo de niños abandonados y de "internación" de infractores menores de 18 años para su recuperación a través de "medidas socioeducativas".
La Funac,una institución cuyo nombre varia en los distintos estados brasileños, empero es vista en general como una entidad que fracasa en su misión, que ha sido objeto de denuncias de maltrato y donde son frecuentes las fugas y sublevaciones de los internados.
A los 18 años, Silva quedó fuera de esa instancia asistencial. "En Brasil no hay políticas para la juventud", lamenta Marcelo Amorim, coordinador de Matraca.
Silva se internó entonces en la Hacienda Esperanza, en Coroatá, a 250 kilómetros de São Luis. Se trata de un centro rural mantenido por la Iglesia Católica para la recuperación de drogadictos.
"Llegué allá con cerca de 50 kilogramos y hoy peso 98 kilogramos", destacó Silva, excepcionalmente alto para la población local con sus 1,85 metros.
Después de casi tres años de tratamiento y desde entonces contando su experiencia en un grupo de ayuda mutua en São Luis para apartar otros jóvenes de la droga, este joven no quiere volver a un pasado "de tanto sufrimiento".
Sin embargo, afronta el riesgo de desempleo, ya que trabaja en una empresa al borde de la quiebra. Con los estudios interrumpidos en el sexto grado de primaria, no le es fácil conseguir trabajo.
Pero hay otra amenaza, que parece cosa del pasado ante el desbaratamiento de su banda. "Teníamos un pacto de no salir", la deserción era penalizada con la muerte, y "yo fui el único que salió", observó.
Pero las pandillas siguen apareciendo en São Luis y la cantidad de adolescentes involucrados no parece haber disminuido en los últimos años, indicó Ana Carolina Alves, asistente social que escribió un artículo basado en notas de prensa sobre las bandas juveniles, como trabajo final para su graduación el año pasado.
Su evaluación se basa también en la experiencia recogida en la pasantía que ejerció en la Fiscalía, donde observó la gran cantidad de adolescentes de barrios periféricos involucrados en los delitos. No hay investigaciones ni datos más amplios y precisos sobre el tema, lamentó Alves. Pero las pandillas se redujeron en los barrios donde ocurren acciones con ese fin, admitió.
Es lo que pasó en Coroadinho, conocido como uno de las zonas mas violentas de São Luis, lo que justificó la prioridad que le concedió la Secretaria Estadual de Seguridad Ciudadana en su nueva forma de actuación, según planes locales definidos en diálogo con la comunidad, representada por un Consejo de Defensa Social.
Coroadinho, llamado "Polo" por reunir 17 comunidades pobres que suman alrededor de 75.000 habitantes, celebró en junio cuatro meses sin asesinatos.
Buena parte de la reducción de la violencia en el barrio se puede atribuir al Proyecto Paz Juvenil, coordinado por Claudett Ribeiro, una educadora y gestora del no gubernamental Instituto de Infancia (IFAN). Su actuación en el lugar empezó a fines de 2004, cuando una encuesta identificó nueve pandillas juveniles que se dividían por comunidades o calles del Polo.
El proyecto promovió seminarios, otros sondeos, cursos y un concurso literario, involucrando como protagonistas a los mismos adolescentes de los grupos violentos organizados.
En poco tiempo se comprobó que había posibilidad de superar el estado de violencia en el bario, con el nuevo enfoque del problema, sin darle carácter policial y otorgándole voz a los jóvenes por encima de prejuicios contra el "bandidaje".
Las cantidad de peleas entre pandillas juveniles en Coroadinho, que sumaron 226 en el primer semestre de 2004, bajaron a sólo 10 en el mismo semestre de este año, según estudios de IFAN basados en registros de la Policía Militar.
El barrio sigue "muy violento, pero mejoró bastante en los dos últimos años", reconoció una comerciante local, que vive allí hace 15 años y prefirió identificarse sólo por su nombre, Cristina. Es que ahora hay más policías, están las acciones sociales, "principalmente la de Claudett Ribeiro", que son excelentes pero de pequeña escala, opinó.
La misma evaluación hace el sargento França, con 20 años en la Policía Militar y habitante de Coroadinho, para quien las drogas son la principal causa de la delincuencia juvenil, agravada por el embarazo precoz de adolescentes y la escasez de escuelas y áreas de esparcimiento, todo lo cual "empuja a los jóvenes a la calle".
Otras varias iniciativas, como mayor presencia policial, acciones comunitarias y un centro de capacitación profesional contribuyeron a reducir la criminalidad en Coroadinho, pero el Proyecto Paz Juvenil fue el único en involucrar directamente a los jóvenes pandillereros, actores que se prefiere mantener "invisibles", sostuvo Ribeiro.
La actividad de mayor impacto del proyecto fue el "Atelier de la escritura", que promovió talleres y concursos de cuentos, de poesía y versos de hip-hop, permitiendo a los jóvenes expresarse, reflexionar colectivamente, mejorar su autoestima y las relaciones interpersonales.
La mayoría de los participantes integraban pandillas o estaban en su radio de influencia. A partir de los concursos, en los que participaron 68 jóvenes, resultó la Revista Literaria Portal de Coroadinho, publicada por decisión de los mismos miembros del Atelier, que también promovieron una campaña de recolección de residuos sólidos en la comunidad y una encuesta sobre juegos tradicionales.
El resultado más prometedor, según Ribeiro, es la recién creada Asociación de Jóvenes Voluntarios de la Paz, en la que ellos asumen su destino.
El primer presidente de la Asociación, Marcos Santana da Silva, pretende primero que los jóvenes se conozcan unos a los otros, superando las fronteras dentro del propio barrio impuestas por las pandillas. Luego se comprometió a "abrir perspectivas" de trabajo, promoviendo cursos y eventos culturales y deportivos.
Santana, premiado en los concursos literarios del proyecto, asegura no haber caído "en la trampa de la violencia", pero tanto él como su compañero de la Asociación, José Ribamar Mendes, tienen hermanos y amigos que "se perdieron" o fueron muertos a tiros o machetazos.
Mendes rechaza las fiestas desde que en una de ellas fue blanco de una pedrada que le dejó una cicatriz en el rostro.
El Proyecto Paz Juvenil actuó directamente junto a unos 1.000 niños y adolescentes, pero propone una alternativa comunitaria, con efectos preventivos e impulsada por la energía de los mismos jóvenes, para que el rescate no sea tan solitario y sufrido como el de Elias da Silva.