Un niño acribillado a balazos por un fusil sin dueño identificado es uno de los dibujos que el psicólogo Ricardo Parente atesora y muestra como argumento al momento de afirmar que la teoría freudiana debe ser revisada cuando se tratan casos en los violentos barrios pobres de Brasil.
Es que aquí vemos una infancia víctima de una guerra urbana, en la que el Edipo y otros conceptos de Sigmund Freud no reconocen parámetros tradicionales.
Parente atiende el consultorio de psicología infantil de la organización no gubernamental Unión de Mujeres para la Mejora del Barrio Ropa Sucia, en la famosa favela (barrio hacinado) La Rocinha, donde viven más de 200.000 personas.
En esta comunidad, uno de los tugurios más grandes de América Latina y uno de los varios que existen en Río de Janeiro, hace por lo menos seis meses que la policía no realiza incursiones represivas ni se registran enfrentamientos entre pandillas rivales del narcotráfico.
Pero en sus niños y niñas las heridas de la guerra quedaron tan impregnadas en sus cuerpos como en sus dibujos.
Son imágenes de una guerra entre narcotraficantes y policías o entre las propias bandas delictivas, que el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) llama "violencia urbana" y que los habitantes de los barrios pobres de Río de Janeiro prefieren nombrar como "guerra urbana". Es que así la viven.
"Es una violencia que hace una diferencia en la vida de estos niños y que marca una diferencia muy fuerte en su día a día", sostuvo Parente en entrevista con IPS.
El psicólogo que trabaja con niños, niñas y adolescentes derivados por la Unión de Mujeres, recordó que un día atendió a una niña de la favela que, mientras dormía en su casa, se despertó con una quemadura en una mano. "Era una bala que le había atravesado".
El origen del disparo permanece sin conocerse hasta ahora. Es lo que en Brasil se llama eufemísticamente "bala perdida" (víctima ocasional por tiroteo).
Pero como psicólogo sabe que los rastros de la bala perdurarán más allá de la cicatriz y no sólo en la víctima. "El hermano menor de esa niña estaba a su lado y vio la sangre en el sillón", relata el profesional.
Y aunque no pueda establecerse una regla para todos, estos son niños que muchas veces "tienen miedo de relacionarse con otros de su edad, son más cerrados, más tímidos, a veces tienen síntomas de depresión, limites afectivos, otras veces son agresivos. Son defensas que crean como consecuencia de la violencia", explica.
Las secuelas de una guerra, que el gobierno de Río de Janeiro se niega a calificar como tal, se hicieron más evidentes después de que la policía ocupó en mayo el "Complexo do Alemao", una favela donde viven más de 65.000 personas.
Unicef mostró su preocupación al subrayar que los enfrentamientos continuos en ese barrio entre la policía y los traficantes de drogas dejaron desde el 2 de mayo a los niños sin poder concurrir a sus escuelas y transferidos a otra, donde miles de alumnos comparten salas de clase en cuatro turnos diarios de apenas dos horas y 15 minutos.
"Los ataques a niños son inaceptables" y las "escuelas deben ser ambientes seguros para los que quieran aprender a crecer", según Ann M Veneman, directora ejecutiva de Unicef.
Parente piensa lo mismo. Pero acostumbrado a tratar con niños en situación de riesgo, se atreve a ir más lejos en las causas que están haciendo surgir una nueva generación temerosa, reprimida y limitada en sus expresiones afectivas
"Lo que yo creo que es muy grave y afecta a los niños aquí no es sólo la violencia en sí misma, de una invasión, de un tiroteo, sino el hecho también de que las familias de esos menores restringen su libertad de salir por miedo a que se encuentren con traficantes, a ser victimas de balas perdidas", alerta el psicoanalista.
Según datos oficiales, las balas perdidas hirieron o mataron por lo menos una persona por día sólo en enero en Río de Janeiro.
Es una guerra urbana, donde el narcotráfico a veces está mejor armado que la policía, que el secretario de Seguridad Pública de Brasil, Luiz Fernando Correa, dice que el gobierno no puede ignorar.
"Lo que existe es un momento muy grave de acumulación histórica, de omisión del Estado y de la sociedad. Se permitió al crimen organizado tener un poder de fuego elevado. Es doloroso pero así es", dijo Correa en conferencia de prensa en la sede de la Asociación de Corresponsales Extranjeros.
Doloroso y muy difícil de resolver entre las cuatro paredes de un consultorio psicoanalítico infantil de una favela.
"Yo atendí una madre que, aterrorizada por el entorno, encerraba a sus hijos de 7 y 9 años en su casa hasta dos o tres días. ¿Y dónde queda la libertad de esos niños para jugar libremente, que es tan fundamental para su desarrollo emocional?", se pregunta Parente.
Este especialista, que también atiende niños y adultos en la residencial zona sur de Río de Janeiro, se pregunta inclusive si no será necesario establecer nuevos parámetros desde el punto de vista del psicoanálisis "más teórico".
En las favelas "no se puede pensar mucho en construcciones edípicas, en aquella familia nuclear de padre y madre", se cuestiona Parente.
"Claro que esas coyunturas producen otra subjetividad, otra forma de existir. Un niño que viene de una familia nuclear, con padre, madre, abuelo, tíos —por más que en las comunidades socio-económicamente más favorecidas ya no sea tan así— es un entorno completamente diferente al de los menores de las favelas, porque muchas veces estos últimos no tienen padre", explica.
"¿Entonces dónde queda el Edipo? ¿Qué construcción se hace del padre, de la madre, de la interdicción, cuál es el límite, cuál es la construcción?", se plantea el psicólogo.
Parente acepta que la construcción de los símbolos es culturalmente diferente. Mientras que para un niño de clase media, acostumbrado a tiempos de paz, una calavera cruzada es un símbolo de una película de piratas ("Piratas del Caribe"), en una favela de Río de Janeiro es en cambio la imagen del terror, del ogro más real: la del "caveirao".
"Yo descubrí algunas cosas relacionadas a ese lenguaje en el dibujo de los niños", comenta.
"Cuando comencé a trabajar aquí como psicólogo, vino un niño que dibujó un caveirao. Yo no sabía qué era y entonce descubrí que se trataba de un vehículo blindado que la policía utiliza para sus invasiones a la favela", recordó.
"Eso aparece en sus juegos", añade Parente al referirse al símbolo de dos calaveras que identifica al temido carro policial.
Para los sociólogos, la respuesta es otra. La mayoría de las víctimas de la guerra urbana carioca son los jóvenes, según el Núcleo de Estudios de Seguridad de la Facultad Cándido Mendes, de Río de Janeiro.
A veces de un lado y otras de otro, como cuando son coptados como "soldados del narcotráfico", donde tienen posibilidades de surgir de la nada, de tener calzados deportivos de marca reconocida mundialmente, de lograr un lugar de respeto y un salario posible para sobrevivir, dice la socióloga Silvia Ramos, de ese centro de estudios.
No es una novedad para diversos estudios, según los cuales la mayor parte de las victimas de esta violencia en Río de Janeiro son jóvenes y específicamente negros, habitantes de las áreas más pobres de la ciudad.
Es el resultado de "la ausencia del Estado" en las favelas, que hoy el gobierno se propone modificar en una política que despierta polémicas.
"No podemos negar a las futuras generaciones que mucho de lo que estamos viviendo es el resultado de la omisión de gobiernos anteriores, analizó Correa.
En la guardería de la Unión de Mujeres por la Mejora del Barrio de Ropa Sucia" cinco niños de menos de cuatro años bailan y cantan al ritmo de una canción infantil, ajenos al escenario de guerra que libran sus adultos de un lado y del otro en las calles.
Cantan, imitan pasos coreográficos de una canción de Xuxa y posan ante las fotos de las cámaras de los periodistas que registran la escena. Tal vez sean parte de esa futura generación sin omisiones.