Desde que asumió como presidente de Francia en mayo, Nicolas Sarkozy se ha presentado como un torbellino de actividad luego del aletargado gobierno de más de una década de su predecesor, Jacques Chirac.
Las iniciativas del gobierno de Sarkozy hasta ahora fueron muchas, y a menudo relativas a temas controvertidos.
Una de ellas es la creación de un muy criticado Ministerio de Identidad Nacional para tratar el asunto de la inmigración.
Por otra parte, en un reciente viaje a Senegal, Sarkozy exigió poner fin a una diplomacia franco-africana basada en las relaciones personales entre los líderes (un sello distintivo de las presidencias de Chirac, 1995-2007, y François Mitterrand, 1981-1988 y 1988-1995) y hacer más énfasis en "la asociación entre naciones iguales en sus derechos y responsabilidades".
En una reciente reunión de la Unión Europea en Bruselas, Sarkozy tuvo éxito al ejercer presión para que se eliminaran las palabras "competencia libre y no distorsionada" de una lista de objetivos centrales del bloque para los próximos años, y anunció un paquete de estímulo de 11.000 millones de euros (15.000 millones de dólares) para la tibia economía francesa.
Más recientemente, la Asamblea Nacional de Francia aprobó una medida del gobierno para una drástica puesta a punto del sistema de educación superior en los próximos cinco años.
Tanto en el escenario nacional como en el internacional, Sarkozy es el rostro de una nueva y vigorosa cultura política francesa, al tiempo que se las arregla para esquivar y neutralizar a muchos de sus oponentes, señalan observadores.
La victoria de Sarkozy en las elecciones de esta primavera boreal ante la candidata del Partido Socialista, Ségolène Royal, marcó la tercera derrota electoral de la izquierda en la carrera hacia la presidencia.
En una votación parlamentaria semanas después, el partido de Sarkozy, la Unión por un Movimiento Popular, también obtuvo una mayoría de escaños en la Asamblea Nacional, aunque menor de lo que se había anticipado.
Para aumentar la confusión de la oposición, Sarkozy logró cortejar a figuras otrora incondicionales del Partido Socialista para incorporarlas a su propia esfera de influencia, dejando a esa fuerza política sin poder de acción.
La designación como ministro de Relaciones Exteriores de Bernard Kouchner, cofundador de la organizaciones humanitarias Médicos Sin Fronteras y Médicos del Mundo, tuvo como consecuencia que ese líder político fuera expulsado del Partido Socialista y que perdiera relación con las principales figuras de la izquierda.
Además, Jean-Pierre Jouyet, cercano asociado del líder socialista François Hollande, fue nombrado en el importante puesto de secretario de Estado para Asuntos Europeos.
Éric Besson, otrora uno de los principales economistas socialistas, fue designado para un puesto ministerial, encargado de evaluar las políticas públicas de Francia. Besson había renunciado a la campaña de Royal, según se dijo, por la negativa del partido a revelar cuánto costarían algunas de las iniciativas propuestas por la candidata.
Jack Lang, veterano socialista que había acusado a Sarkozy de tramposo durante la campaña electoral, renunció al consejo directivo del socialismo (aunque no al partido) y aceptó una designación para un comité encargado de modernizar las instituciones francesas.
Las intrigas personales de los socialistas —Royal y Hollande además atraviesan el fin, claramente no amigable, de su relación amorosa— se sumaron a las especulaciones de una inminente lucha por el liderazgo del partido antes de las elecciones presidenciales de 2012.
"El Partido Socialista tiene dos problemas. Necesita conseguir una declaración ideológica general que se vea más atractiva que en el pasado, y eso, a su vez, está vinculado con el surgimiento de un líder creíble", dijo David Hanley, profesor de estudios europeos en la Universidad de Cardiff en Gales, quien sigue de cerca la política francesa.
Aunque parece improbable que Royal renuncie a su rol de liderazgo (y en efecto puede intentar conseguir el puesto de Hollande, al que éste anunció que renunciará en el próximo congreso del partido), ella no está sola en esa ambición.
El veterano socialista Laurent Fabius (primer ministro en el gobierno de Miterrand, a mediados de los 80) y el ex ministro de Finanzas Dominique Strauss-Kahn (actualmente apoyado por Sarkozy en su nominación para presidir el Fondo Monetario Internacional) se postularon contra Royal por la presidencia del partido y perdieron. Su apetito por dar un segundo mordisco a la manzana, sin embargo, todavía no fue saciado.
También queda por ver si los socialistas podrán o no resolver sus diferencias sobre algunas de sus propuestas más polémicas, entre ellas un importante aumento del salario mínimo y una aplicación extensiva de la semana laboral de 35 horas.
El esfuerzo de Sarkozy por cruzar las fronteras ideológicas parece ser un intento por reposicionarse tras unas elecciones generales dolorosas, donde fue acusado de pretender agradar a la extrema derecha y a corrientes políticas ultranacionalistas, como las del Frente Nacional de Jean-Marie Le Penn.
Ese partido tuvo un pésimo desempeño en los comicios de este año, y muchos dijeron que, en definitiva, esos votos fueron para Sarkozy y su Unión por un Movimiento Popular, debido a su retórica muchas veces encendida sobre inmigración y delitos.
"Pienso que Sarkozy está intentando hacer política de un modo más consensual y menos combativo, y al mismo tiempo debilitar al Partido Socialista", sostuvo Florence Faucher-King, directora de investigaciones en el Instituto de Estudios Políticos de París.
"Probablemente Sarkozy también puede depender de una mayoría muy fuerte y disciplinada en el parlamento y, por lo tanto, puede experimentar", agregó.
"Él fue retratado como un neoliberal, de la derecha reaccionaria, pero algunas de sus políticas desde que fue electo parecen diseñadas para decir: 'No me encasillen tan fácilmente'", concluyó.
El hecho de que Sarkozy nombrara a Rachida Dati, hija de padre marroquí y madre argelina, como ministra de Justicia, fue visto como una táctica hábil.
Dati, criada en un entorno humilde en el pueblo de Chalon-sur-Saône, en la región de Bourgogne, es considerada por algunos como un indicador del esfuerzo de Sarkozy de sacudir al sistema político francés, históricamente blanco y masculino.
Es una de las siete mujeres en el gabinete de 15 miembros de Sarkozy, un grupo que éste redujo a la mitad en relación al gobierno de Chirac, cuando tenía 31 integrantes.