Mario Véliz atraviesa cada mañana las calles de Pogolotti hasta el expendio de leche. Quienes sólo lo conocen por su trabajo en ese barrio de la capital cubana ignoran que este hombre de notable delgadez y rostro labrado por los años es el alma de la reforestación local.
En el patio del desvencijado hogar del "niño del medio ambiente", como lo llaman sus amigos, al borde del sector marginal conocido como Isla del Polvo, nació el grupo que ahora se ocupa, además de la recuperación forestal, del manejo de las aguas de un arroyo, del tratamiento de los desechos sólidos y de la educación en temas ecológicos de los residentes en la zona.
"Lo primero que hicimos fue apoyar el bosque sagrado de Pogolotti, que antes era un basurero", recuerda Véliz. El lugar, hasta hace 10 años un vertedero, ahora es una extensa arboleda, útil como barrera frente al polvo de una planta de cal cercana y sitio de entretenimiento para el vecindario.
A la sombra de los árboles aún jóvenes, cada año la comunidad celebra ceremonias con un marcado carácter religioso para conmemorar el renacimiento del antiguo terreno baldío, entre ofrendas a una ceiba y bailes folclóricos. Las prácticas animistas de raíz afrocubana predominan entre los habitantes de Pogolotti.
El proyecto del bosque surgió de la propia iniciativa comunitaria, y contó desde sus inicios con el respaldo de las autoridades locales y del Gran Parque Metropolitano de La Habana (GPMH), la institución encargada del manejo ambiental en una parte del llamado "cinturón verde de la ciudad".
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El área del parque comprende unos siete kilómetros cuadrados alrededor del río Almendares, el más importante de La Habana, que bordea municipios densamente poblados y con un alto índice de deforestación, antes de desembocar en el estrecho de la Florida.
La cuenca del Almendares es una de las ocho priorizadas en toda isla, luego de la creación del Consejo Nacional de Cuencas Hidrográficas en 1997. Su principal problema es el vertimiento de aguas albañales, debido a la deficiente infraestructura de alcantarillado y tratamiento de residuales en esta urbe de 2,2 millones de habitantes.
Uno de sus afluentes es el arroyo Santoyo, que corre al sur de Pogolotti. Sus márgenes antes desiertas por la tala descontrolada, ahora están cubiertas de robustos bambúes, sembrados por el grupo que comanda Véliz.
"Yo propuse reforestarlo con bambú, porque sus raíces filtran las impurezas", afirmó este hombre de 56 años, que jamás ha cursado estudios técnicos o superiores de silvicultura, pero posee la experiencia de vivir cerca de la tierra y quererla como a alguien de su familia.
Véliz convenció primero a los parceleros que vivían en torno a la rivera para sumarse a la siembra y luego, con la asesoría del GPMH y el financiamiento de una organización no gubernamental española, logró la reforestación de la franja hidrorreguladora del Santoyo colindante con el barrio.
El sistema entretejido de raíces del bambú evita la erosión en las laderas de los cursos de agua, mientras la sombra disminuye la evaporación del líquido. Su follaje, al caer al suelo, funciona como una esponja retenedora de la humedad de la lluvia, lo que reduce los riesgos de inundación.
El Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (Citma) se ha propuesto, en su estrategia ambiental hasta 2010, identificar todas las fuentes de carga contaminante de origen orgánico y reducir no menos de uno por ciento anual de la polución por esta vía.
Además, las autoridades han proyectado para 2015 un incremento del área boscosa hasta más del 29 por ciento del territorio nacional. Actualmente esa cifra ronda el 25 por ciento.
El inicio de la urbanización de Pogolotti se remonta a 1911. Hoy cobija a más de 26.800 personas, distribuidos en un área de poco más de cinco kilómetros cuadrados, donde existen tres asentamientos precarios habitados fundamentalmente por inmigrantes.
Junto a la escasez de viviendas, un drama común en cualquier región de este país caribeño, la localidad enfrenta persistentes dificultades con el tratamiento de los desechos sólidos, que se manifiesta en la proliferación de basureros.
El problema es un asunto pendiente en la agenda del Taller de Transformación Integral del Barrio, organización comunitaria que desde 1990 desarrolla una labor de mejoramiento del entorno material, social y cultural, sustentada sobre la participación de la comunidad y la colaboración de las instituciones locales.
"El grupo de medio ambiente discute con los servicios comunales cuando hay atrasos en la recogida de basura", aseguró Véliz. Además, unas 170 familias de la zona están comprometidas en un proyecto de reciclaje que aspira a elevar la conciencia sobre una cuestión que no parece tener soluciones centralizadas a corto plazo.
Según el Primer Compendio de Estadísticas del Medio Ambiente, publicado por la Oficina Nacional de Estadísticas en abril de 2006, Cuba genera anualmente cerca de 24 millones de metros cúbicos de desechos sólidos urbanos, 40 por ciento de ellos en La Habana.
En la mencionada estrategia del Citma se espera que en el próximo trienio 70 por ciento de los desechos sólidos (domésticos, hospitalarios e industriales) sean debidamente recogidos, tratados y dispuestos en todo el país.
Véliz cursó este año un taller de "permacultura", una técnica de reciclaje de desperdicios domésticos para abonar ínfimos espacios de tierra, como una terraza o un balcón. Esa experiencia también desea expandirla por el vecindario humilde donde realiza su devoción ambientalista.
"Un poquito que haga todo el mundo, es una belleza", sostuvo Véliz, quien se lamenta cuando lo reconocen apenas como el vendedor de leche. "Yo vivo y muero por el bosque sagrado, por mi medio ambiente, y a pesar de nuestra pobreza trabajamos por eso", aseveró.