INFANCIA-ARGENTINA: La miseria se ensaña en el nordeste

«Duele en el alma, pero aquí hay niños de ocho o nueve años que aspiran pegamento para calmar el hambre», afirma a IPS un médico rural de Corrientes, la provincia con mayor pobreza e indigencia infantil de Argentina, ubicada unos 1.000 kilómetros al norte de la capital del país.

Muchos niños y adolescentes colocan pegamentos de contacto en bolsas de plástico que luego se colocan en la nariz para aspirar las emanaciones de los solventes que libera el producto. Es la droga más barata del mercado y ni siquiera se trata de un producto ilegal sino de uso cotidiano, accesible en cualquier comercio.

Los promedios nacionales muestran que en Argentina la pobreza está en retroceso desde 2003, cuando alcanzó el récord de afectar a 54 por ciento de los 37 millones de habitantes como consecuencia del colapso económico y político de fines de 2001.

Sin embargo, los datos generales ocultan lo que ocurre en provincias del nordeste como Corrientes, donde la miseria es mucho más alta que en el promedio del país y se ensaña especialmente con los niños.

Datos de fines de 2006 del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) indicaban que 26,9 por ciento de la población argentina vivía bajo la línea de pobreza. Pero en Corrientes, 46 por ciento de sus habitantes están en esa condición. La indigencia, que a nivel nacional se ubicaba entonces en 8,7 por ciento, en ese distrito asciende a 18,1 por ciento.

Entre los menores de 14 años, que abundan en familias de escasos recursos, la pobreza se profundiza en todos los niveles. En el total del país, 40,5 por ciento de los niños y niñas son pobres. En las provincias del nordeste el porcentaje llega a 60 por ciento y en Corrientes trepa hasta 63,4 por ciento de los menores.

El Indec utiliza dos parámetros para sus mediciones. Considera indigentes a las personas que no pueden adquirir una canasta básica de alimentos, que constituye el umbral mínimo de las "necesidades energéticas y proteicas". Pobres son aquellos que no pueden acceder a la "canasta total", que incorpora a la anterior bienes y servicios como vestimenta, transporte, educación y salud.

Según la estimación del organismo estadístico del Estado, esa canasta básica de alimentos cuesta alrededor del equivalente a 40 dólares por mes y por persona en la región del nordeste, mientras que la total podría adquirirse con poco más de 85 dólares. El valor varía según la zona del país.

La indigencia afecta a 14,3 por ciento de los niños y niñas de Argentina, pero ese promedio sube en Corrientes a 31 por ciento de los menores de 14 años.

"La escena se repite en todos los asentamientos de esta provincia", explicó a IPS el médico Francisco Martínez, quien recorre los barrios pobres y campos de Corrientes. "Los chicos están desnutridos, mal alimentados, con diarreas, neumonías. Es una realidad muy triste, están abandonados por el Estado y la sociedad", afirmó.

La mayoría de los jefes y jefas de hogar de estas familias vive de un plan social para desocupados que le entrega el gobierno nacional: unos 50 dólares por mes. Pero la canasta de alimentos para una familia de cuatro personas en la región noreste cuesta alrededor de 160. Y en Corrientes los grupos familiares son mucho más numerosos.

Martínez, quien trabaja en el hospital San Luis del Palmar y colabora con el grupo de laicos católicos Misioneros de la Esperanza, advirtió que la falta de nutrientes provoca dificultades en el aprendizaje. Al marginar a los niños de la escuela los condena a ser "los excluidos del futuro", lo que a su vez reproduce el círculo vicioso de la pobreza.

En diálogo con IPS, la monja Martha Pelloni, directora de la Casa de Derechos Humanos de la localidad correntina de Curuzú Cuatiá, explicó que en esa provincia no sólo está extendida la pobreza material sino también la "falta de promoción humana" de los más marginados.

"Hay mucha gente sin empleo, que sólo vive con los planes sociales y eso no les permite tener una alimentación digna. Pero además hay analfabetismo, falta de instrucción y un total abandono de las autoridades", denunció.

"La incapacidad de las instituciones del Estado para controlar la calidad de vida de los más pobres es alarmante. En el hospital de Curuzú Cuatiá hay una sola asistente social y no sale a recorrer los barrios", señaló Pelloni.

La religiosa contó que en la organización que lidera cuentan con un equipo de abogadas, psicólogos y asistentes sociales, pero no alcanzan a dar respuestas. "No somos el gobierno y tampoco queremos hacer asistencialismo", remarcó.

"El Estado manda alimentos y planes sociales y la gente sobrevive, pero mal alimentada, sin dientes, acudiendo a hospitales pobrísimos y hasta tienen que aportar para el combustible de la ambulancia. Nosotros les enseñamos a hacer huertas, porque de otra forma no comerían verduras", ejemplificó.

Entre las familias más pobres, el hambre comienza a dejar sus huellas ya desde el embarazo de la madre, según coinciden en señalar las fuentes. Muchas mujeres tienen una gran cantidad de hijos, que en más de un caso supera la decena. "Los pobres aquí tienen muchos niños y muchos perros", describió Pelloni.

Los niños con discapacidad abundan. "Es común que tengan al menos un hijo al que ellos describen como 'lento', 'desmemoriado' o 'angelito', pero que en realidad tienen discapacidades por falta de una buena alimentación", alertó la monja.

Para hacer frente a estos problemas, el Instituto de Medicina Regional de la Universidad Nacional del Nordeste puso en marcha en Corrientes un programa que podría servir para controlar los problemas de desnutrición infantil y las enfermedades que están asociadas a ella.

El médico que coordina el proyecto, Daniel Merino, explicó a IPS que la idea es elaborar un perfil sanitario de los niños de entre siete meses y 12 años que viven en barrios marginales de la capital provincial para tener en cuadro que incluya información sobre desnutrición, patologías odontológicas, anemias, parasitosis y tuberculosis.

Luego se proponen identificar a líderes comunitarios que sirvan como puente entre los expertos y los destinatarios del programa y a partir de allí convocar a un diálogo educativo con la población que permita prevenir o detectar los casos de desnutrición y otras patologías asociadas para tratarlas de inmediato.

"La crítica situación que viven muchos pobladores de áreas marginadas de la ciudad de Corrientes es particularmente grave en la población infantil", sostuvo el médico. Lo que se pretende es que estos mismos pobladores, con el respaldo de los especialistas, "sean gestores de sus propias soluciones".

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