Cuando estallaron los primeros escándalos de corrupción en el entorno del presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, muchos anticiparon el comienzo de una crisis institucional irreversible.
Pero hoy, ni un caso, incluso uno por el cual es investigado un hermano de Lula, afecta considerablemente la imagen del mandatario, ante una sociedad que parece priorizar otros problemas más inmediatos.
Genival Inácio da Silva, "Vava", hermano mayor del presidente, es investigado por la Policía Federal por el supuesto delito de "trafico de influencia" en beneficio de una banda dedicada a juegos ilegales de azar.
Según muestran algunas grabaciones, "Vava" habría ofrecido a los integrantes de la banda aprovechar su cercanía con el presidente para, por ejemplo, acelerar la legalización de máquinas tragamonedas.
Lula le habría recriminado esa actividad, según la grabación de la voz de otro hermano del presidente.
La llamada "Operación Jaque Mate", lanzada la semana pasada, identificó a casi 80 supuestos involucrados en el caso, entre ellos un compadre de Lula.
Es el más reciente de una sucesión de escándalos políticos que comenzaron en el primer gobierno de Lula (2003-2006), con la revelación de un esquema de sobornos en el parlamento que hizo caer a colaboradores del presidente
Sin ir más lejos, otro caso de corrupción en licitaciones de obras públicas alcanzó su momento de más tensión hace dos semanas, con la renuncia del ministro de Minas y Energía, Silas Rondeau, del Partido del Movimiento Democratico Brasileno (PMDB).
De todos modos, las encuestas no reflejaron una indignación pública de la misma intensidad que el volumen de los escándalos.
Los sondeos de opinión, según el analista politico Walder de Goes, todavía le dan al presidente más de 55 por ciento de aprobación de los votantes encuestados, un índice positivo para un jefe de gobierno, sobre todo, en un segundo mandato.
"Podemos hablar de un proceso que dificulta las decisiones legislativas, perturba la normalidad política y distrae a los diferentes actores políticos de sus funciones normales, sobre todo en el Congreso", dijo a IPS Goes, presidente del Instituto Brasileño de Estudios Políticos.
"Pero no podemos hablar de crisis polÍtica, entendida como una interrupción del funcionamiento de instituciones", agregó el analista, quien se atreve a anticipar que las próximas encuestas no mostrarán una mayor corrosión de la imagen del presidente.
¿Una sociedad apática ante la sucesión de escándalos? ¿Una sociedad decepcionada de sus instituciones políticas?
Para Goes, la reacción es el producto de lo que el historiador Sergio Buarque de Hollanda describió como "la plasticidad" de la sociedad brasileña.
Lo que Goes define como una tolerancia holgada para aceptar determinados comportamientos que atribuye a "una cultura de países de catolicismos no reformados" que, a diferencia de "los países de ética protestante", tienen "una base moral más permisiva".
También lo atribuye a la capacidad del presidente de explicarse ante un electorado propio que se concentra —entre 60 y 65 por ciento— en los estamentos más desposeídos de la sociedad, para los cuales la prioridad es la subsistencia.
"El pueblo ve a Lula como un individuo que, cuando es necesario, sí hace salir a los corruptos, aunque sean cercanos a él, e incluso parientes", explicó.
Goes recordó que Lula atribuyó públicamente a su hermano incapacidad intelectual como lobbista. Con esa actitud "consigue que todo el mundo entienda" el escándalo "como un drama familiar", dice De Goes.
El analista se basó sobre diversos estudios de opinión según los cuales la preocupación por la corrupción está muy debajo de otros asuntos considerados más urgentes, como el desempleo y la violencia
En síntesis, dijo, en la cultura del país "predomina la razón económica sobre la razón moral", aunque Goes no descartó un descrédito cada vez mayor de las instituciones y dirigentes políticos entre el público.
Claudio Webber Abramo, director ejecutivo de Transparencia Brasil, filial nacional de Transparencia Internacional, (www.transparenciabrasil.com.br), consideró, en cambio, que en las encuestas, "la población se manifiesta desfavorablemente" sobre los casos de corrupción" y "que sí esta preocupada por el asunto".
En su opinión, aunque aquí no se verán cacelorazos y otras muestras de protesta como las que llevaron a la caída del gobierno de Fernando de la Rúa en Argentina, "no es verdad que aquí no exista reacción".
Una reacción que, para el analista, se manifiesta en un desgaste paulatino de la credibilidad de la población hacia sus representantes, que, a su vez, se expresaría en "un especie de cinismo" en relación a los partidos "y, en consecuencia, en una representación política "que tiende a ser menos autentica".
Pero el director de Transparencia Brasil dijo estar más preocupado con la corrupción no como "un problema moral", sino como una "consecuencia objetiva", que, al mostrar la vulnerabilidad de las instituciones democráticas, debe servir para propugnar cambios legales, políticos y administrativos, e incluso constitucionales.