El regreso en 1996 a Ruanda de más de un millón de personas que habían huido del genocidio ocurrido dos años antes, temiendo la persecución de los rebeldes tutsi, fue muy celebrado en su momento.
El retorno se produjo debido a que los campamentos de refugiados en la vecina República Democrática del Congo (entonces Zaire) habían sido devastados por el cólera en 1994. Además, habían quedado bajo control de militantes hutu, lo que presentaba un importante obstáculo para la estabilización de la región de los Grandes Lagos.
Más de 800.000 miembros de la minoría tutsi y hutus moderados fueron asesinados en un genocidio cometido por extremistas hutu que duró tres meses, desatado luego de que un avión que trasladaba al presidente ruandés Juvenal Habyarimana y a su par de Burundi, Cyprien Ntaryamira, fue derribado en Kigali el 6 de abril de 1994.
Unos dos millones de ruandeses se vieron obligados a abandonar su país.
Con el regreso de los refugiados se generaron varios problemas ambientales en la noroccidental región de Gishwati.
Esa otrora área de maravillosos bosques perdió gran parte de sus árboles en los últimos 10 años, debido a que quienes regresaron se procuraron tierras para plantar.
Funcionarios de gobierno señalan que la zona se ha visto afectada por los criadores de ganado, así como por la creciente demanda de madera.
El Ministerio de Tierras, Ambiente y Recursos Forestales indicó que los ruandeses dependen de la madera para 95 por ciento de sus necesidades de energía.
Sin embargo, las comunidades en Gishwati acusan al gobierno por la destrucción ambiental en su región. Muchos residentes aseguraron que las autoridades actúan de forma irresponsable en la concesión de tierras en los bosques.
Madeleine Mbabazi, de la noroccidental localidad de Bigogwe, fue más allá: "La tala descontrolada fue estimulada por la corrupción y los robos en los más altos niveles del Estado, al punto de que las autoridades no tuvieron poder para enfrentar el desastre", afirmó.
Bonaventure Bizumuremyi, director de la publicación bimensual independiente Umuco, de Kigali, también responsabilizó a las autoridades.
"Es deplorable ver a cientos funcionarios que sólo están preocupados de las ganancias, mientras las comunidades rurales siguen estancadas en la miseria", señaló.
Lo que nadie niega es la gran reducción de las áreas forestadas. Un estudio de 2006 de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación señaló que, de las 28.000 hectáreas de bosques con las que contaba Gishwati hace 10 años, sólo quedan 4.500.
Donath Gapira, un pequeño ganadero de Nkamira, también del noroeste, sostuvo que la tala indiscriminada continúa, y que se está produciendo una erosión de los suelos. "Deben haber medidas estrictas para detener la destrucción ecológica de esta zona", afirmó.
Paradójicamente, la desaparición de los bosques de Gishwati se produjo mientras el gobierno aplicaba un plan para combatir la deforestación y para reforestar al menos 60 por ciento del territorio. Actualmente, alrededor de 29 por ciento del país está cubierto de bosques, según el Ministerio de Tierras.
"Hemos redactado una serie de estrictas medidas para limitar la destrucción de bosques. Si no tomamos esas medidas, inevitablemente habrá un riesgo de desastre ecológico", dijo a IPS el ministro de Tierras, Christophe Bazivamo.
Entre las medidas se incluyen importantes multas a la tala ilegal, delito que antes se castigaba con pocos días de prisión.
Sin embargo, una investigación de la Universidad Nacional de Ruanda señala que la pobreza rural en Ruanda continuará fomentando la deforestación.
Según el Informe de Desarrollo Humano 2006, elaborado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, casi 52 por ciento de los 9,4 millones de habitantes del país viven con menos de un dólar diario, y cerca de 84 por ciento con menos de dos dólares diarios.