AMBIENTE-MÉXICO: Emigración bendice reserva de biosfera

La presión sobre los recursos y la biodiversidad de la mexicana Reserva de la Biosfera de Sierra Gorda se redujo por la emigración a Estados Unidos de la mitad de sus habitantes, unas 50.000 personas.

Emigrantes, esperanza de ingresos para Sierra Gorda. Crédito: Revista Proceso
Emigrantes, esperanza de ingresos para Sierra Gorda. Crédito: Revista Proceso
Así lo reconocen las autoridades del lugar, que abarca 384.000 hectáreas en el centro-oriental estado de Querétaro. Aquí conviven ecosistemas desérticos, semitropicales y de baja montaña, hábitat de especies únicas y aún no estudiadas.

Con la emigración bajó la actividad agrícola, el pastoreo y la tala de árboles. Pero también cambió parte del paisaje por las remesas de dinero que envían los emigrantes a sus familias y que constituyen el principal ingreso de los habitantes: nuevas y llamativas viviendas hechas de concreto y una creciente presencia de camionetas de alto cilindraje y placas estadounidenses que, según los habitantes, son el objeto más preciado por muchos lugareños jóvenes.

El último dato de densidad demográfica, de 25 habitantes por kilómetro cuadrado, es de 2000 y no contempla la mayor hemorragia de jóvenes.

Quienes se quedaron usan muy poca leña, y su principal fuente energética es el gas en bombonas. En cambio, hay varios basurales saturados en diferentes municipios. Las autoridades aseguran que a fines de año estarán en funciones varios rellenos sanitarios y que se recolecta para reciclaje más de 70 por ciento del plástico y del cartón.

"Los que se quedan en Sierra Gorda son esa masa crítica que hace alcancía aquí (con las remesas enviadas por sus familiares), reforestando, recogiendo carbono y protegiendo manantiales. Para otros no es una opción frente a la locura de volverse gringos", dice en una entrevista Martha Ruiz, directora de la reserva.

"Esto de irse a Estados Unidos me pesa en el alma por la pérdida de identidad, pero reconozco totalmente que permitió restaurar la reserva", agrega.

La emigración, sobre todo de jóvenes de no más de 26 años, es un fenómeno antiguo en Sierra Gorda, pero según varios estudios cobró fuerza a inicios de los años 90.

El Instituto Nacional de Estadística e Informática indica que del estado de Querétaro, de 1,6 millones de habitantes, emigran anualmente a Estados Unidos unas 25.000 personas, la mayoría procedentes de Sierra Gorda.

Los pobladores de la reserva ganan en promedio unos 240 dólares mensuales, mientras quienes emigran van en busca de salarios de entre 1.000 y 1.500 dólares como jornaleros agrícolas y de 2.000 y más como albañiles.

"Se van porque aquí no hay trabajo. Tengo dos hermanos allá desde hace ya 11 años. Ni me acuerdo bien de ellos, aunque de vez en cuando mandan dinero", señala Dulce Banderas, una estudiante de 14 años.

Aquí se practica la agricultura de subsistencia y algo de comercio.

Todos los amigos de Banderas tienen algún familiar o conocido en Estados Unidos. Ella vive en Tilaco, una de las 600 aldeas de Sierra Gorda, 54 por ciento de las cuales tienen menos de 100 habitantes.

Su compañero de escuela, Omar Márquez, considera que para "todos lo que se van allá es puro trabajar y trabajar. Eso no me gustaría a mí".

"Allá uno no conoce a nadie. Algunos de los que se van regresan a vacacionar y llegan aquí con dinero, pero se lo acaban en la pura cerveza", dice en una pausa de un curso dictado por dos profesores de educación ambiental, financiado por la reserva.

Unos 16.000 estudiantes de secundaria de Sierra Gorda reciben esas charlas bimestrales, en las que aprenden a cuidar y valorar la zona. Eso no impide que la mayoría se vayan al país vecino al cumplir 18 o 19 años, sin permisos de ingreso y tras pagar entre 2.000 y 3.000 dólares a los "polleros", dedicados a ese tráfico ilegal.

"Hacemos nuestro máximo esfuerzo por transmitirles el valor de este lugar, pero la influencia de Estados Unidos es muy fuerte y los chicos se van desde jovencitos con la idea de ganarse sus dólares y poder comprarse la mejor camioneta", indica Salvador Ortiz, profesor que coordina los cursos ambientales o Eco-Clubes.

Todo el fenómeno de la emigración es paradójico en Sierra Gorda. Si ésta se frenara "tendríamos una presión brutal sobre todas las áreas forestales", advierte la directora de la reserva, protegida por el gobierno en 1997 y proclamada en 2001 Reserva de la Biosfera Mundial por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).

"Nuestro afán es que en 10 años más podamos pagar compensaciones e incentivos a todos los propietarios de bosque y de las zonas importantes de la reserva para que algunos de sus hijos ya no tengan que irse", explicó.

Con apoyo del gobierno, de fundaciones privadas y del Fondo para el Medio Ambiente Mundial, a través del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), en los últimos cuatro años las autoridades pagaron servicios ambientales a propietarios de 21.500 hectáreas de la reserva, lo que representa apenas 5,6 por ciento de su superficie total.

Aquí no hay grandes terratenientes. Quienes reciben pago por servicios ambientales —entre 18 y 27 dólares anuales por cada hectárea que conservan— son unos 215 propietarios de predios de unas 100 hectáreas. Apenas una o dos propiedades comunitarias acceden a este mecanismo.

Aunque ésta es una zona protegida por leyes federales y estatales, 97 por ciento de su territorio está en manos de propietarios individuales o comunitarios. Con ellos se acuerdan y desarrollan todos los programas de conservación y restauración.

Pese a ciertas plagas que atacan sus bosques en los últimos años, Sierra Gorda es la reserva de mayor diversidad natural de este país.

Seis especies de felinos recorren sus tierras, entre ellos pumas (Felis concolor o Puma concolor) y jaguares (Panthera onca). Según científicos, esta presencia es señal de buena conservación, pues esos animales requieren grandes extensiones para vivir y cazar.

La diversidad es tal que en un espacio relativamente pequeño se puede encontrar osos negros (Ursus americanus), monos araña (Ateles hybridus) y guacamayas verdes (Ara militaris), así como 2.308 especies diferentes de plantas.

Aquí se conjugan ecosistemas propios de altitudes que van de 350 a 3.100 metros sobre el nivel del mar, con climas diversos, alentados por una geografía de atiborradas elevaciones, cañadas, cavernas y pequeños valles.

Tal riqueza representó un imán para organizaciones no gubernamentales, fundaciones conservacionistas y agencias de las Naciones Unidas que han decidido apoyar la conservación y recuperación de la zona y a la población residente.

No hay conflictos sociales de importancia ni fenómenos como el narcotráfico o la siembra de cultivos ilícitos.

Mientras unos se van, llegan otros: las transnacionales Shell, Wal-Mart y Hewlett-Packard y la mexicana Bimbo prestan diferentes apoyos a la reserva. Y pronto vendrán otras, asegura Ruiz.

* Este artículo es parte de una serie sobre desarrollo sustentable producida en conjunto por IPS (Inter Press Service) e IFEJ (siglas en inglés de Federación Internacional de Periodistas Ambientales). Publicado originalmente el 2 de junio por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.

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