El temor a que se registraran esta semana choques violentos en el aniversario de la revolución de 1848 en Hungría estaba bien fundado, pero los disturbios fueron menores de lo previsto.
Las festividades nacionales, que en Hungría tienden a conmemorar derrotas del pasado, son motivo de división en un país en que los episodios históricos tienen disímiles interpretaciones según se trate de derechistas o izquierdistas.
Disturbios violentos asolaron Budapest en el pasado otoño boreal, 50 años después de la intervención militar de la Unión Soviética en 1956.
Por esas fechas, el primer ministro socialista Ferenc Gyurcsány admitía haber mentido respecto del estado de la economía para asegurarse la reelección.
Desde entonces, la derecha y la extrema derecha vociferaron por la renuncia de Gyurcsány y cuestionaron la legitimidad democrática de su gobierno.
El aniversario, el 15 de este mes, de la revolución de 1848 contra el régimen de la familia real austriaca de los Habsgurgo fue considerado por la oposición al gobierno socialista como una nueva oportunidad de elevar la voz.
El oficialismo convocó varias conmemoraciones alrededor de la capital, bajo fuertes medidas de seguridad. Pero muchos opositores fueron allí para abuchear el discurso de los funcionarios izquierdistas.
Por su parte, el principal partido opositor, Unión Cívica (Fidesz), realizó su propia manifestación en el centro de Budapest.
A pesar de que Fidesz se declara de centroderecha, la visible presencia de extremistas de derecha en la multitud reforzó la percepción de que ese sector está embarcado en un peligroso cortejo al nacionalismo xenófobo.
Fidesz había pedido al público no ondear banderas de anteriores regímenes autoritarios, pero ese llamado fue ignorado: muchos portaban el pabellón rojiblanco de la primera dinastía real húngara, los Árpáds.
Esa misma bandera fue la que distinguía al partido patrocinado por el régimen nazi alemán que gobernó Hungría entre octubre de 1944 y enero de 1945.
Frente a cientos de banderas de Hungría y de los Árpáds, el líder de Fidsesz, Viktor Orbán, acusó a los socialistas de "ignorar normas no escritas que llevan siglos", en lo que constituye una muestra de su recurrente retórica nacionalista.
Según el miembro del instituto de análisis Capital Político, Attila Gyulai, "esta falta de distinción es consecuencia de la estrategia de Fidesz".
"Aun a pesar de que el partido hace grandes esfuerzos para tomar distancia y parecer pacífico, el discurso de Orbán apuntó, otra vez, a los votantes de extrema derecha", dijo Gyulai a IPS.
En esta ocasión, hasta las organizaciones más radicales se habían comprometido a no volver a recurrir a la violencia. "Ellos también quieren mostrarse al margen de los disturbios", agregó.
Pero hubo disturbios, y su origen fue el arresto de György Budaházy, uno de los símbolos de la extrema derecha y activo participante en los episodios violentos del año pasado, luego de meses de clandestinidad.
En lo que la policía consideró un acto ilegal, los manifestantes instalaron pequeñas barricadas, incendiaron latas de basura y arrojaron objetos a la policía, que respondió con gases lacrimógenos.
"No hay democracia en Hungría. Lo que hacemos es justo", dijo a IPS uno de los manifestantes, que no tenía afiliación política visible. No obstante, el millar de personas allí concentradas parecían simpatizar con el nacionalismo húngaro.
"Lo preocupante es que los jóvenes están allí, y que sienten que el feudalismo regresó a Hungría", dijo a IPS un periodista que cubría los disturbios para Magyar Nemzet, el principal diario derechista de este país.
La derecha húngara, que tiene cierta cercanía con postulados económicos de la izquierda, percibe a la sociedad como profundamente injusta y desigual, y cree que una elite socialista-liberal domina las riquezas del país desde el colapso del régimen comunista en 1989.
Muchos de los participantes en los disturbios proceden de familias pobres que no se sienten beneficiados ni por el socialismo ni por el capitalismo. Enfrentarse con las autoridades es el último recurso de estos jóvenes furiosos.
En esta ocasión, la policía, muy criticada por su conducta poco profesional en anteriores manifestaciones, fue aplaudida por su contención tanto por funcionarios del gobierno como por dirigentes políticos opositores.
Pero se trata de una unanimidad poco habitual en un ambiente político de enfrentamientos. La violencia posiblemente se desvanezca, pero todo indica que la tensión política persistirá.
El gobierno implementó un paquete de medidas de austeridad que afectarán sectores delicados, como la educación y la salud. Las encuestas indican que el gobierno perdió popularidad por esa causa.
Los socialistas aseguran que esas reformas beneficiarán, finalmente, a toda la población. La derecha no lo cree así, y advierte que los húngaros deberán pagar por la temeraria conducta fiscal que el gobierno tuvo en en el pasado.
Fidesz propone la celebración de un referéndum sobre algunas de las medidas de austeridad para forzar la renuncia del gabinete. (FIN/IPS/traen-mj/zd/ss/eu ip/07)