Los 27 países de la Unión Europea (UE) se comprometieron a redoblar esfuerzos para «reducir la pobreza, el hambre y las enfermedades» en el Sur en desarrollo.
Pero aún está por verse si esta nueva promesa, incluida en la Declaración de Berlín aprobada el domingo, cuando se cumplieron 50 años de la UE, refleja un deseo coherente de ayudar a los países más pobres.
El Tratado de Roma de 1957, que dio origen al bloque, fue firmado en momentos que las entonces potencias coloniales experimentaban un cambio en las relaciones con sus territorios de ultramar.
Unos 20 países de África subsahariana obtuvieron su independencia entre 1956 y 1960.
En ese contexto, el Tratado de Roma incluyó compromisos para impulsar programas de desarrollo en el Sur, aunque posteriores políticas del bloque, como los subsidios a su producción agrícola, perjudicaron a los países más pobres.
Los acuerdos de pesca entre la UE y África también habrían puesto en jaque a muchas comunidades africanas.
Muchos funcionarios de la UE son hoy acusados de usar tácticas agresivas en las negociaciones comerciales con las naciones en desarrollo.
Para hacer frente a estas críticas, las principales instituciones de la UE aprobaron en 2005 un nuevo "consenso para el desarrollo", con el fin de eliminar la incoherencia entre las políticas de asistencia y las económicas.
Rob van Drimmelen, integrante de Aprodev, red de organizaciones contra la pobreza vinculada a iglesias protestantes, reconoció que la Comisión Europea, órgano ejecutivo del bloque, ha hecho esfuerzos para no destruir con el comercio lo que intenta construir con su ayuda al desarrollo.
No obstante, señaló que esos esfuerzos no se reflejaron en los Acuerdos de Asociación Económica (EPA, por sus siglas en inglés) que la UE negocia con 75 países de África, el Caribe y el Pacífico (ACP).
Las autoridades de comercio europeas aprovechan esas negociaciones para facilitar el ingreso de sus productos en el Sur, y generan temores de que eso pueda reducir las posibilidades de desarrollo económico de los países ACP.
"La UE puede hacer nobles declaraciones, pero es decepcionante y desalentador que la Comisión no preste más atención a asuntos de desarrollo en las negociaciones de los EPA", dijo Van Drimmelen a IPS.
La organización europea Civil Society Contact Group, que reúne a ambientalistas, sindicalistas, defensores de los derechos humanos y activistas contra la pobreza, sostuvo que, en la Declaración de Berlín, firmada por la canciller (jefa de gobierno) de Alemania, Angela Merkel, quien ejerce la presidencia rotativa del bloque, la UE debió haberse comprometido a medidas más concretas, como reformar sus políticas agrícolas y comerciales para 2009.
Hace 10 años, la Comisión Europea se jactó de que la era colonial había "quedado atrás".
Pero la analista Marjorie Lister, experta en asuntos europeos en la británica Universidad de Bradford, señaló que esa declaración fue engañosa, y subrayó que varias naciones de la UE aún poseen territorios "dependientes" en el Sur.
Veinte de esos territorios están incluidos en el Acuerdo de Cotonou, firmado en 2000 en Benín, por el cual los países ACP cuentan con acceso preferencial al mercado europeo en ciertos rubros, entre otros beneficios.
Ese convenio estableció un marco de cooperación y reemplazó a las convenciones de Youndé y Lomé que, según funcionarios del bloque, establecían vínculos meramente económicos entre ambas partes.
El economista Andrew Mold, de la Comisión Económica para América Latina, señaló que las huellas del colonialismo aún se ven desde Timor Oriental hasta la occidental zona sudanesa de Darfur.
El colonialismo obstaculizó el desarrollo de las naciones pobres y dejó un legado de estados fracasados y conflictos terribles, pero "no hay razones objetivas para que la UE como institución deba sentirse prisionera de la historia", añadió.
En su libro "Políticas de desarrollo de la UE en un mundo cambiante", Mold sostuvo que el bloque siempre consideró que su relación con los países del Sur era "más ilustrada" que la política exterior de Estados Unidos.
"Un hecho de especial relevancia es que los países de la UE gastan el equivalente a 20 por ciento de sus presupuestos combinados de defensa en ayuda al desarrollo, mientras Estados Unidos sólo destina 3,5 por ciento del suyo", indicó.
Pero advirtió que eso no debe ser ningún motivo de complacencia para el bloque. "Los daños causados en otras áreas, como exigir concesiones demasiado onerosas en los acuerdos comerciales o aprobar políticas pesqueras abusivas, pueden llegar a pesar mucho más que los beneficios acumulados de la ayuda al desarrollo", explicó Mold.
"La primera norma del desarrollo debería ser 'no perjudicar'. Y, por desgracia, en varios rubros, la UE no supera esa prueba", concluyó.
Por otro lado, mientras el apoyo al desarrollo ha sido durante décadas la principal estrategia de la UE hacia el mundo, sus líderes aún no han logrado adoptar una política exterior de mayor alcance con un sólido componente en materia de seguridad.
El bloque ha enviado misiones de mantenimiento de paz a la República Democrática del Congo y los Balcanes, pero éstas no han ejercido métodos efectivos de control contra flagrantes violaciones a los derechos humanos.
Analistas critican que la UE aún no haya podido adoptar medidas contundentes para frenar lo que muchos consideran un genocidio en Darfur.
"El 50 aniversario es, por cierto, un motivo de celebración, pero también es un momento de reflexión acerca de las razones que subyacen a la formación de la UE, y sobre el compromiso de los miembros con la prevención de genocidios y crímenes contra la humanidad", sostuvo el director de la oficina en Europa de Human Rights Watch, Lotte Leicht.
"Tras los crímenes espantosos del Holocausto judío, el mundo juró 'nunca más'. Pero esa promesa parece terriblemente vacía a la vista de lo que sucede en Darfur", añadió.