«A mi hijo de 19 años fue a reclutarlo el ELN, el año pasado. Se negó, y lo asesinaron. Un vecino me dijo dónde lo enterraron. Entonces, por venganza, mataron a su hijo», narra el campesino mientras, bajo el sol de la llanura venezolana, junta las arrugas de sus párpados para apenas contener las lágrimas.
Es un refugiado colombiano. Acusa al Frente "Domingo Laín" del guerrillero Ejército de Liberación Nacional (ELN) de matar a quienes se le resisten "con entendimiento bajo cuerda con autoridades civiles y del ejército de Colombia".
En julio de 2006, Román * salió del área de Tame, en el departamento colombiano de Arauca, unos 300 kilómetros al noreste de Bogotá, con su mujer, un hijo sobreviviente, su nuera y una nieta, rumbo a Venezuela, que alcanzó "por caminos verdes" en la zona de Guasdualito, frontera sudoccidental a 600 kilómetros de Caracas.
Román se ha integrado a una cooperativa de colombianos y venezolanos que ofrecen sus brazos para desarrollar alguna granja en la zona. Mientras, la familia ha sobrevivido con ayudas, incluidas las de oficinas locales del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) y del católico Servicio Jesuita de Refugiados.
"Siempre hemos sido gente de trabajo, y es duro tener qué vivir de lo regalado. No es lo que queremos, queremos producir", enfatiza en su conversación con IPS. "Éramos campesinos, sembrábamos y criábamos animales en el Meta (oriente colombiano) cuando por los operativos militares emigré al Arauca, en los 80".
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Pero también allí "los campesinos que denunciábamos injusticias éramos vistos como auxiliares de la guerrilla de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia). Lo viví en Tame y Saravena (Arauca), adonde llegaron primero los paramilitares de derecha y ahora el Domingo Laín", según su relato.
Iván, un muchacho fornido, y Delcy, una chica espigada, tienen poco más de 20 años de edad y una hija que da sus primeros pasos. Llegaron en enero a Guasdualito y les acogieron familias campesinas a las que ayudan en distintas faenas y en las reuniones de grupos a cambio de cobijo y alimentos. Él se declara "obrero agrícola", ella "del hogar".
"De donde venimos, del Arauca adentro, la zozobra no deja vivir. Cualquier día es la balacera, la amenaza, el peligro, la humillación. De unos y otros. Allá hay de todo, guerrillas, ejército, policía, paramilitares. Un día uno conoce un maltrato, un amanecer se entera de una masacre. Ahí no hay futuro", resume Iván al enviado de IPS.
¿Regresar? "No, por ahora es un sueño. Lo que queremos es conocer más gente, integrarnos, aprender, trabajar", comenta Delcy. "Ella tenía familia en Bogotá y pensamos irnos allá, pero no somos gente de ciudad, de lo que sabemos es del trabajo del campo, sembrar, criar cochinos, esas cosas", explica Iván.
En Colombia, de 42 millones de habitantes, tres millones han sido desplazados de sus lugares de origen por el conflicto armado de más de cuatro décadas. Pueblan barrios enteros de Bogotá. Medio millón debieron abandonar el país, como refugiados, hacia naciones vecinas. Acnur estima que unos 200.000 están en Venezuela.
Dan cuenta de ser bien acogidos en la región venezolana de Apure, donde está Guasdualito y, como su vecina Arauca, de sabanas infinitas surcadas por ríos perezosos que marcan parte de la frontera en su ruta al Orinoco, como el Arauca y el Meta.
Para muchos, como Román, Delcy o Iván, su mayor y más inmediato problema "son los papeles", sin los cuales "es difícil movilizarnos, identificarnos; no podemos ir más adentro (de Venezuela) o transitar, no lo permiten en las alcabalas" o retenes.
Un informe de Acnur-Venezuela da cuenta de que a finales de 2006 habían solicitado la condición de refugiadas 7.754 personas, concedida sólo a 720, menos de 10 por ciento. En Apure, sólo 20 de los 2.840 solicitantes, 19 hombres y una mujer de 21 años de edad, han recibido cédula como refugiados.
En Venezuela, según la ley sobre el refugio que data de 2001, el Estado determina esa condición, a través de una Comisión Nacional de Refugiados adscrita a la cancillería, que debe estudiar cada caso.
La documentación "es el principal problema de los refugiados en Venezuela, donde son bien acogidos por los habitantes y, además, las autoridades no efectúan prácticas de deportación", comentó a IPS el responsable de la oficina de Acnur en Apure, José Sieber.
Pero en esta región fronteriza, por años azotada por la violencia asociada a la guerrilla, paramilitares, narcotráfico, abigeato y contrabando, "el tema de los refugiados puede ser visto como una cuestión de seguridad, lo que no queremos. Por eso insistimos a las autoridades en que, si los identifican, pueden mejorar su trabajo de vigilancia", dijo Sieber.
A pesar de la falta de identificación, los refugiados "pueden beneficiarse de las misiones (campañas) lanzadas por el gobierno en materia de alimentación, salud y educación", señaló Euclides Martínez, activista de la organización humanitaria católica Cáritas, que actúa en la zona.
"Eso es importante, porque hay comunidades rurales, pequeños caseríos de 40 a 100 personas donde hasta 30 por ciento son refugiados colombianos", dijo Martínez.
A su juicio "son cuestiones burocráticas las que entraban el reconocimiento de los refugiados, sin descartar que quizás el Estado venezolano tampoco desea establecer un imán de expectativas que atraiga a un grueso número de desplazados" desde Colombia.
En el marco de esa integración, Acnur y organizaciones no gubernamentales como Cáritas y el Servicio Jesuita de Refugiados, impulsan programas para beneficiar y apuntalar comunidades rurales donde viven, entremezclados, colombianos y venezolanos. A la zona de Guasdualito, por ejemplo, Acnur llevó este mes al agrónomo mexicano Daladier Anzuelo y a profesores de la venezolana Universidad de los Llanos para enseñar a campesinos la preparación de fertilizantes orgánicos, biofermentados y mineralizados a base de cal hidratada y fosforita.
"Con todas estas actividades nos sentimos más ocupados, porque, créame, cuando a usted le matan a un hijo, usted todos los días, piensa, piensa y sufre", comenta Román, "y aunque aquí nos sentimos más seguros, no lo estamos del todo, porque la frontera está muy cerca y es muy fácil traspasarla".
Guasdualito, de unos 40.000 habitantes, está a 20 minutos en auto del puente que cruza el río Arauca y llega a la ciudad de Arauca, con el doble de población y capital del departamento colombiano homónimo. Hay un fluido tráfico automotor e intercambio comercial, tanto terrestre como en los botes a motor que surcan la corriente.
Al contrario de la desaprensiva Guasdualito, en Arauca se respira el orden y es patente el intenso patrullaje policial y militar de calles y vías de acceso. Hasta hace dos años la estremecían frecuentes atentados con bomba, "pero ya eso ha quedado en el pasado y ahora todo está más seguro", dijeron transportistas a IPS.
Arauca es una de las tres regiones colombianas donde frentes guerrilleros locales de las FARC y el ELN se enfrentan esporádicamente, desde hace año y medio, por el control de territorios y fuentes de financiamiento, según múltiples fuentes de IPS, y ese conflicto ha traspasado la frontera.
El 22 de febrero, en El Amparo, poblado venezolano cercano a Guasdualito, milicianos del ELN y las FARC se batieron a tiros a plena luz del día, y el fuego cruzado dio muerte a una niña de cuatro años, Naiber Piñero, e hirió a varios transeúntes, según reportes de la prensa local, que también recoge denuncias de reclutamiento forzoso de jóvenes por grupos de irregulares colombianos.
* Los nombres son ficticios para protección de los refugiados.