BOLIVIA: Los males que trae el agua

A la primera ciudad boliviana de la Santísima Trinidad la borró una inundación en las últimas décadas del 1600, y fue vuelta a fundar en un terreno más elevado. Hoy, las aguas de grandes ríos horadan su última barrera de protección, apenas sostenida por un grupo de hombres.

La capital del amazónico departamento de Beni, uno de los más afectados por las intensas lluvias causadas por el fenómeno climático de El Niño en Bolivia, está pendiente del avance de las aguas de los ríos Mamoré e Ibare, que nacen en las cordilleras occidentales andinas, descienden por los valles y recorren las llanuras orientales hasta desembocar en el gran Amazonas, en territorio brasileño.

Cada centímetro más es motivo de preocupación en el rostro del ingeniero hidráulico René Landívar, responsable de una oficina de la Prefectura del Departamento (gobernación) encargada de velar por la seguridad de 89.613 habitantes de la ciudad establecida como una misión jesuita en 1686 y refundada en 1769.

Con un grupo de obreros, Landívar rellena bolsas de polietileno que luego serán colocadas para reforzar un segmento del anillo de circunvalación en el este de la ciudad, un lugar llamado Las Palquitas, ahora convertido en balneario de la gente desplazada que también lava allí su ropa.

La fuerza de las aguas ha golpeado este sector, debilitando la única barrera de resistencia a la laguna formada en el último mes por las lluvias que alcanzaron una intensidad de 155 milímetros, según datos de Landívar.
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Si lloviera sólo un poco, la capital beniana correría serio peligro, dice mientras reparte unas monedas entre los sedientos encargados de reforzar el anillo de seguridad.

En esos cálculos se juega el destino de miles de personas. El martes, las aguas estaban a 70 centímetros de superar el anillo de protección, situado a una altura de 155,5 metros sobre el nivel del mar, mientras la plaza central de la capital está apenas 20 centímetros más alta.

Landívar duerme apenas cuatro horas por día para no abandonar su puesto de vigilancia junto al ingeniero Jorge Nagashiro.

"Trinidad está condenada a vivir en agua", dice mientras explica un complejo sistema de recolección de aguas internas mediante un canal de 10 kilómetros que corre paralelo al anillo de circunvalación, construido con el apoyo de la Unión Europea en 1993, y desde el cual se bombea el exceso de líquido fuera del círculo de protección.

En los días lluviosos, ese canal acumuló un millón de metros cúbicos de agua y otra cantidad no determinada anegó varias calles hasta convertirlas en ríos en los que circularon por algunas horas las canoas para el transporte de personas.

"Si el anillo de seguridad es rebasado no tendríamos dónde ir", dice resignado un conductor de moto-taxi.

La semana pasada, cuando las lluvias arreciaban, el presidente Evo Morales anunció un plan de emergencia para la evacuación de Trinidad, pero cinco días calurosos y secos han devuelto la tranquilidad a la gente.

La temperatura ha superado los 30 grados, lo que invita a los desplazados más pobres a sumergirse y nadar en las aguas contaminadas acumuladas en el borde exterior de la ciudad, mientras las mujeres dedican su tiempo a lavar ropa. También es un día de pesca de pirañas y palometas.

La pobre urbanización El Pantanal responde con exactitud a su nombre. Mauro Aquino Cortez, 56 años, de pie junto a una tienda, es uno de los que lamentan sus pérdidas: 40 cerdos de su pequeño corral, que valen unos 1.000 dólares.

Su casa, construida con ramas y plástico de colores, yace débil y a punto de caer. Aún no ha podido salvar de allí el catre de madera y la ropa de su familia.

En este país de 9,6 millones de habitantes, unas 350.000 familias han sufrido desde diciembre heladas en el occidente, aludes de lodo y piedras y derrumbes en carreteras de la región central y desbordes de ríos en las llanuras orientales.

El gobierno y los expertos atribuyen estos desequilibrios a El Niño – Oscilación del Sur, un proceso cíclico y errático que se manifiesta cuando la temperatura superficial del agua varía en más de medio grado por encima de lo normal durante al menos cinco meses seguidos en el Pacífico occidental, central u oriental.

En El Pantanal, una olla común cubierta de hollín resultó insuficiente para alimentar a 600 personas, se queja José Yohiri, de 59 años, y reclama una tienda para protegerse por la noche.

El menú del día ha sido una sopa condimentada a base de arroz y carne de ave, el tradicional locro de pollo, servido al borde de la carretera llena de curiosos que pasean lentamente en motocicletas y automóviles nuevos con vidrios polarizados entre el cuadro humano de pobreza.

Quince médicos cubanos trabajan asistiendo a los damnificados. Los casos de hipertensión son frecuentes, probablemente debido a la preocupación de la gente por haber perdido sus viviendas, dice a IPS la médica Yanelis León, quien ha participado en labores humanitarias en otras emergencias, como el terremoto que devastó el norte de Pakistán en octubre de 2005.

A León le preocupan las enfermedades infecciosas, de piel y gastrointestinales emergentes del consumo de agua contaminada, y teme un aumento de casos de dengue, por las picaduras de los mosquitos transmisores que llegarán de un momento a otro.

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