Cuando la voz en el teléfono amenazó con matar a su hija, la brasileña de 83 años no titubeó. «Si, mátala, pero mátala bien, porque así irás al infierno, donde deben estar los que hacen esto a una madre», contestó a los gritos.
Ocurrió en São Paulo. La llamada telefónica por cobro revertido había comenzado con una voz femenina que en llantos decía "madre, estoy siendo asaltada". La empleada doméstica que atendió el teléfono se lo pasó perpleja a Doña Tereza *. Ésta, tras escuchar, preguntó de qué hija se trataba, nombrando a dos de ellas.
"Es Inés, madre", contestó la voz trastornada, enseguida sustituida por la de un hombre que informó del secuestro. "Si usted no paga, la mataremos", amenazó. Pero Inés estaba de viaje fuera de Brasil, así que Doña Tereza pudo mandar al infierno a su extorsionista.
La reacción no se debió sólo al error de los presuntos secuestradores. Doña Tereza había escarmentado por una experiencia similar en 2006, cuando vivía en Río de Janeiro con otra de sus hijas.
En esa primera vez, la llamada empezó por informarle que su hija había sufrido un accidente y estaba hospitalizada. Coincidentemente, la joven había salido a visitar amigos.
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El terror inicial no le impidió pedir detalles al informante, cuyas contradicciones, como ignorar el nombre del hospital y la marca del automóvil, lo desenmascararon. Cuando anunció que se trataba de un secuestro y profirió la amenaza de muerte, obtuvo una respuesta airada, de ojo por ojo.
Los dos intentos de extorsión, uno en Río de Janeiro y otro en São Paulo en menos de un año, muestran la extensión epidémica que han alcanzado los falsos secuestros en Brasil.
El Centro de Operaciones de la Policía Militar de São Paulo recibió 3.150 denuncias de ese tipo de delito en los primeros 45 días de este año, informó el viernes el diario O Estado de São Paulo. Y esa es sólo una pequeña parte de la cantidad de esos secuestros virtuales que se cometen, ya que la mayoría no los denuncia.
Buena parte de la población conoce el "golpe" y no le da importancia, respondiendo con ironías a las amenazas que recibe. Pero la generalización del delito aterroriza a otra parte, desinformada o no. Son muchos los que pagan el rescate pedido y no lo informan a la policía.
Mércia Mendes de Barros, jubilada de 67 años de edad, murió la semana pasada en São Paulo, víctima de un intento de extorsión. Sufrió un infarto al recibir la noticia de que su hijo había sido secuestrado.
Gran parte de las llamadas parten de los presidios y se realizan por cobro revertido. Por eso la policía recomienda a la población no aceptar ese tipo de comunicaciones si su origen le es desconocido. También se aconseja saber siempre dónde están los familiares y no ostentar letreros ni cualquier tipo de elementos que ofrezcan datos útiles a los delincuentes, como números de teléfono y nombres de lugares frecuentados.
Muchas víctimas terminan por aceptar las condiciones de los supuestos secuestradores, que piden algunos miles de reales (cada real vale 47 centavos de dólar).
Son sumas bajas respecto de los rescates reclamados en los secuestros extorsivos, adecuadas al dinero que la víctima tiene en sus manos, pues el objetivo es concluir rápidamente la operación.
La mayoría de los intentos son aleatorios. Los "secuestradores" no disponen de informaciones previas sobre la víctima y arriesgan una táctica. Si no resulta, pasan a otro número de teléfono.
Pero algunos casos son más sofisticados y suponen alguna preparación. La misma Inés, hija de Doña Tereza, sufrió otro intento de extorsión en el que el supuesto secuestrado era el conductor de la empresa que ella dirige.
Los delincuentes conocían nombres y números de teléfonos de la empresa, y la llamada se hizo a su teléfono residencial, lo que hizo dudar a Inés y "negociar".
Ante su persistente respuesta de que no disponía de la suma pedida, ya reducida de 5.000 a 3.000 reales (2.350 a 1.410 dólares), el "secuestrador" le ordenó llamar a un teléfono de Río de Janeiro. Inés, que vive en São Paulo, pidió entonces ayuda a la policía, que le recomendó no hacer nada, mucho menos llamar al número indicado, porque eso serviría para que los delincuentes "clonaran" su teléfono celular y lo usaran en otros delitos.
La epidemia de extorsiones telefónicas, que parece haber empezado en este siglo, no se limita a simular secuestros, tal como ocurre en otros países.
Tres años atrás nada se decía sobre el fenómeno, cuando una periodista extranjera sufrió amenazas de atentados a su casa a través de su teléfono. El agresor demostró conocer la dirección y los hábitos de la víctima al exigirle una suma en dinero. No logró su meta y terminó preso, pero la obligó a mudarse de residencia y de barrio.
Luego, los falsos secuestros proliferaron con la exigencia a las víctimas de que compraran miles de reales en minutos de teléfonos móviles de servicios prepagados. En esos casos resultó evidente que los agresores eran presos que buscaban acumular munición para sus "golpes" telefónicos y su comunicación con el exterior.
Impedir que los presos brasileños, que ya suman unos 380.000, dispongan de teléfonos celulares para dirigir o practicar delitos desde las prisiones es un reclamo frustrado desde hace varios años en este país. Los aparatos siguen llegando tras las rejas, y las operadoras telefónicas no bloquean su comunicación porque la medida afectaría a la población usuaria que reside en torno de las cárceles.
* Los nombres han sido cambiados para evitar represalias.