Dos años después del triunfo de la Revolución Naranja en Ucrania, sus protagonistas no tienen ánimo de festejo. El hombre cuya caída provocaron volvió a su puesto con mucho más poder que antes.
La Revolución Naranja, liderada por el prooccidental Viktor Yushchenko, cuestionó la victoria del prorruso Viktor Yanukovich en la segunda vuelta electoral del 21 de noviembre de 2004 y forzó la convocatoria a una nueva convocatoria a las urnas.
Así, el 26 de diciembre de ese año, Yushchenko fue electo presidente de esta república ex soviética de 50 millones de habitantes. Pero las condiciones cambiaron, porque la reforma constitucional de este año aumentó las facultades del primer ministro en detrimento de las presidenciales.
Desde entonces, Yanukovich se las arregló para poner a Yushchenko a la defensiva, al afirmar su autoridad sobre el gabinete que encabeza desde agosto.
"Que Yanukovich sea primer ministro es como retroceder tres años. La sociedad parece dormida", dijo a IPS Ostap Kryvdyk, dirigente de uno de los principales movimientos detrás del levantamiento popular.
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"Es una profunda desilusión. Hace dos años, miles de personas pasábamos horas y días enteros esforzándonos por la Revolución Naranja ", señaló el ex activista.
La desilusión llegó al clímax cuando Yuschenko inició negociaciones para formar una coalición de gobierno con Yanukovich.
En agosto, tras las elecciones parlamentarias ganadas por el Partido de la Región que lidera de Yanukovich, los dos líderes acordaron establecer una "coalición de unidad nacional" con socialistas y comunistas, un pacto interpretado por la mayoría de los prooccidentales como una traición.
Pero Yushchenko nunca se sintió cómodo en el nuevo gobierno, y participó en las continuas disputas políticas internas. El diálogo se ha roto. Varios ministros de Nuestra Ucrania renunciaron y se unieron a la oposición, dejando al presidente con apenas un puñado de ministros leales.
El Partido de las Regiones, de Yanukovich, hegemoniza lo que queda de la coalición, y en la mayoría de los casos ha sido capaz de imponer su voluntad, mientras que Nuestra Ucrania, de Yushchenko, está destrozada por desacuerdos en torno a si es adecuado colaborar con un gobierno dominado por sus ex archienemigos.
Que Nuestra Ucrania se pasara parcialmente a la oposición no hizo nada por mejorar las relaciones entre el presidente y el gabinete. El país se encontró a sí mismo en una situación muy inusual, con miembros de un partido de oposición representados en el gobierno.
El malestar del gobierno comenzó poco después que la formación provisora de la coalición, principalmente en materia de orientación en política exterior y el reconocimiento del ruso como idioma oficial, rechazado por Nuestra Ucrania.
Pero también se registraron algunos desacuerdos de corte menos ideológico, aunque políticamente delicados, en materia de proyectos necesarios para ingresar a la Organización Mundial del Comercio (OMC) y de legislación anticorrupción.
Aunque el gobierno de Yanukovich proclamó el ingreso a la OMC como una prioridad, levantar las restricciones en sectores como la agricultura, la minería, los bancos y la metalúrgica podría perjudicar a muchos votantes y figuras influyentes en el gobierno.
Los proyectos anticorrupción propuestos por Yushchenko, que aspiran a aumentar las penas, también fueron mal recibidos. La medida habría establecido un sistema de revisión de antecedentes para los candidatos a puestos gubernamentales, reforzando la influencia política del presidente.
El gobierno respondió con sus propios esfuerzos anticorrupción: lanzó una investigación contra el ministro del Interior, Yuri Lutsenko, uno de los pocos ministros leales a Yushchenko. Las fuerzas naranja desestiman las acusaciones de corrupción, a las que consideran una mera persecución política.
La última esperanza de Yushchenko de recuperar el poder radica en una posible revisión de la reforma constitucional que debilitó su poder.
La oposición alega que la aprobación de la reforma, acordada apresuradamente durante los levantamientos populares de noviembre de 2004, adoleció de violaciones de procedimiento, pero la última palabra la tiene el Tribunal Constitucional de Ucrania.
Yushchenko no sólo perdió poder, sino que está a punto de perder el liderazgo de su propio partido. Algunos de sus miembros más rebeldes incluso especularon con establecer una nueva fuerza política que se alíe con Yulia Timoshenko.
Timoshenko, revolucionaria naranja y ex primera ministra a quien Yushchenko, un viejo aliado, dejó de lado por acusaciones de mala administración en septiembre de 2005, es quien más se beneficia de la situación.
Para algunos partidarios de la revuelta naranja, a Timoshenko la rodea el aura de una legítima portadora de valores revolucionarios, pero otros, tanto afines a Tuschenko como a Timoshenko, se niegan a considerarla la única oposición real, como ella se autoproclama.
Según Kryvdyk, "la gestión de Timoshenko en el gobierno desilusionó a muchas personas". Y agregó que los naranjas no encuentran un líder real que los represente.
La desorganización en filas revolucionarias y el estancamiento económico de su periodo de gobierno figuraron entre las principales razones por las que algunos votantes ucranianos se cambiaron de bando. Ahora, la economía del país está creciendo nuevamente.
"Tras la inestabilidad de periodo naranja, las empresas y la gente esperaban que el nuevo gobierno trajera estabilidad", dijo a IPS Pavlo Demchuk, del Instituto Kyiv de Economía.
Sin embargo, aunque "se está prometiendo mucho, se está haciendo muy poco", afirmó Demchuk. "Las personas esperan que las cosas sean tan buenas como eran, pero sus esperanzas no son satisfechas".
El economista alega que los ciudadanos todavía "quieren algo más comparado con lo que tenían o tienen ahora", pero reconoce que por ahora se conformarán, "si no con una mejora, por lo menos con estabilidad".