El banquero de los pobres, Muhammad Yunus, que recibió el premio Nobel de la Paz 2006, tiene razón al defender un «mercado de valores social» pues su ausencia está minando el famoso «sueño americano» en Estados Unidos, afirman algunos.
Este país, que cuenta con «el mercado más libre y rico» del planeta, no está proporcionando «seguridad social a un quinto de su población», afirmó el economista bengalí Yunus al recibir el Nobel en Oslo a principios de diciembre.
Algunos estadounidenses admiten que empiezan a sentir esos y otros aprietos y a preocuparse con la gradual desaparición del «sueño americano», porque cada vez disminuyen las opciones de alcanzarlo, aunque muchos inmigrantes no comparten esa opinión.
La pobreza en Estados Unidos, mal justificada por la creciente inmigración, está aumentando, dijo en una entrevista con IPS Walter Michaels, profesor de la Universidad de Illinois y autor del polémico libro «The Trouble with Diversity» (El problema con la diversidad), recién publicado por Metropolitan Books, parte de la editorial Henry Holt and Company, de New York.
La obra, una demoledora crítica a la obsesión de Estados Unidos por las identidades y a su ceguera frente a las desigualdades, afirma que no es la inmigración la que está ocasionando más pobreza sino las políticas neoliberales que afectan tanto a las minorías étnicas como a los ciudadanos estadounidenses de origen europeo.
[related_articles]
«La gente está preocupada y, con mucha razón, por la desaparición del ‘sueño americano’, pues las posibilidades de ascender de la base a la cima de la pirámide social son escasas y cada vez menores. La movilidad social ha disminuido, y muchos de los que se veían como miembros de una cómoda clase media están hoy más cerca de la pobreza», dice Michaels.
Eso se evidencia en parte, en su opinión, en la ansiedad que provoca la inmigración indocumentada y que se debe, entre otras cosas, a que el trabajo barato ofrecido por los inmigrantes beneficia económicamente sobre todo a los estadounidenses de clase media alta que los contratan y, por eso, ellos responden con acusaciones de racismo a los que se oponen a la inmigración.
«Sin duda, algunos de ellos son racistas, pero el problema económico es el principal fundamento, y las acusaciones de racismo no harán que desparezca», afirma Michaels.
El autor trata de explicar en su libro por qué «la constante celebración de la diversidad en la vida estadounidense se ha convertido en una forma de aceptar la pobreza y la desigualdad». Paradójicamente, el respeto a la diferencia es «una herramienta poderosa para que los gerentes empresariales, que entienden su negocio, busquen, por conveniencia económica y no por otras razones, el respeto a la diversidad o a las minorías», argumenta.
Gran parte de los empleos humildes en Nueva York son desempeñados por inmigrantes, que son, por ejemplo, la mayoría de vendedores ambulantes o de limpiadores que trabajan en restaurantes populares o en las ventas callejeras en Broadway, el corazón de la Gran Manzana.
Muchos inmigrantes admiten que existe racismo y discriminación. Pero el sociólogo Gustavo Gómez, de origen latinoamericano, sostiene que «el sueño americano» sigue vigente para ellos.
«Este es uno de los pocos países del mundo donde la gente empieza por abajo y puede terminar en la cima en 10 años, o al menos mejorar notablemente la calidad de vida que tenía en sus países de origen. Conozco incluso a ilegales (indocumentados) que lo han logrado», afirma.
Edgard Montoya, un inmigrante de 30 años oriundo de Honduras, confirma esa percepción, pero alerta de que «la gran explotación sucede por lo general cuando los ilegales son contratados por inmigrantes legales. Muchas veces les roban hasta días de trabajo», dice.
En Queens, Manhattan y otros distritos neoyorquinos, los inmigrantes con o sin documentos se congregan cada día en esquinas o centros comerciales para conseguir empleos en la construcción, latonería, pintura, limpieza u otros «Si uno tiene suerte, sobrevive bien. Puede ganar hasta 150 dólares diarios», revela Montoya.
LO PROBLEMÁTICO
Sin embargo, Michaels insiste en que si bien el trabajo para los inmigrantes y «la defensa de las identidades y de los derechos civiles son importantes, no es lo que va a resolver la creciente pobreza». Tal vez por esa razón subtituló su libro tratando de explicar «cómo aprendimos (los estadounidenses) a amar la identidad y a ignorar la desigualdad».
En este país «actualmente cada empresa tiene un compromiso con la diversidad, que algunas veces cumple y otras no. Cuando alguien se opone a este compromiso, por lo general lo hace porque considera que es una forma de ‘discriminación a la inversa’, que victimiza a los blancos, y porque estima que el carácter del individuo es subordinado al del grupo», explica Michaels.
Pero aclara que su crítica a la diversidad no obedece a esas razones. «Mi crítica es que no es buena para los pobres, el grupo que más ayuda necesita».
Esa obsesión por la diversidad «está reduciendo la justicia social a la premisa de que ‘todo esta bien si la identidad de todos es respetada’, lo que es una reflexión, pero no una critica a los valores del neoliberalismo», los principales responsables de la pobreza, argumenta Michaels.
El respeto a los derechos de los afroestadounidenses a tener su propia identidad, expresar sus diferencias culturales y sus hechos diferenciales, no ha resuelto la cuestión de la desigualad económica, si no que, de alguna forma, la ha facilitado, alega el autor.
«Con el compromiso con la diversidad lo que se está buscando no es una sociedad en la que no haya pobres, sino en la que los pobres —al igual que los negros, judíos o asiáticos— merezcan nuestro respeto», explica.
Michaels decidió escribir su libro porque «juzga que la izquierda de Estados Unidos parece mucho más interesada en combatir el racismo que oponerse al neoliberalismo y porque, si bien es importante luchar contra el racismo, lo es mucho más ver que es el neoliberalismo, y no aquél, el que está causando la desigualdad en la sociedad americana».
«El racismo no es responsable, por ejemplo, de que la gente pobre, blanca o de color, no pueda tener hoy una educación decente en Estados Unidos, sino a que hemos abandonado el compromiso de crear escuelas públicas y la idea de que el Estado debe jugar un papel crucial para garantizar a todos igualdad de oportunidades. El abandono de esa responsabilidad es lo que conocemos como neoliberalismo», afirma Michaels en la entrevista.
El autor recuerdo también que, «como todos los grandes lideres de los derechos civiles, Martin Luther King sabía muy bien que el movimiento que encabezaba no estaba concebido ni equipado para combatir la pobreza. Uno o dos años antes de que fuera asesinado, King llamó la atención sobre la gran cantidad de personas blancas y pobres, recordándonos que su pobreza —la pobreza del blanco— no tenía nada que ver con la discriminación», agrega.
Michaels recordó que King «propuso un salario mínimo garantizado y precisó que el mismo no tenía que ver con el programa de derechos civiles, sino que estaba diseñado para ‘beneficiar a los pobres’, sin importar si eran víctimas de la discriminación».
«Nuestro problema hoy es que todavía no hemos ni considerado el argumento de King. El sabía que lidiar con el problema de las minorías no era una manera de lidiar con la pobreza, que se está volviendo ahora un problema de la mayoría» en Estados Unidos, señala.
LO COMPLICADO
Además de polémica y problemática, la tesis de Michaels es complicada «porque es un cuchillo de doble filo», dice la psicóloga «latina» Mónica Arango, que ejerce aquí su profesión con licencia del estado de Nueva York.
«Sus planteamientos se desarrollan sobre una delgada línea en donde cualquier movimiento podría reforzar el racismo y la discriminación o amenazar los derechos civiles, las conquistas de las minorías y la gran estima que sienten los estadounidenses por su país», opina Arango.
La situación parece complicarse más, si a eso se suma el hecho de que Estados Unidos, deslumbrado por su propio mito del ascenso social, es incapaz de reconocer sus propias fallas, como lo expuso la revista Newsweek en una edición de este año en la que evaluó con crudeza «el sueño americano».
El semanario concluyó que los estadounidenses viven en un mundo de ensueño, y mostró que la buena imagen que este país tiene de sí mismo es, por lo general, opuesta a la que tiene el resto del mundo.
Lo cierto es que hoy no hay buenos augurios. Mientras uno de cada 800 hogares en Nueva York registra ingresos anuales superiores a los dos millones de dólares, 60 millones de estadounidenses -incluyendo niños— perciben una renta media menor de siete dólares al día, según un artículo publicado por el diario The New York Times el 28 de noviembre.
El crecimiento de la pobreza es un hecho, y ahora, según la Organización de las Naciones Unidas, también la más grave de las violaciones a los derechos humanos, según dijo aquí a principios de este mes, Louise Arbour, alta comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos.
Pese a todas esas alarmas y críticas internas y externas, los estadounidenses no parecen darse por aludidos. Setenta y uno por ciento de consultados ven a su país como una fuente de bondad en el mundo, y más de la mitad consideran que la reelección del presidente George W. Bush es algo positivo para la seguridad mundial, de acuerdo con una encuesta realizada por la cadena de la televisión pública británica BBC en 2006.
En otro estudio, mencionado por Newsweek, 70 por ciento de los encuestados expresan fe en sus instituciones y casi 80 por ciento creen que «las ideas y costumbres estadounidenses» deben extenderse globalmente.
Michaels admite que con su libro busca «aterrizar» a sus compatriotas, pero advierte que si bien «es políticamente posible cambiar las cosas, eso no pasará hasta que el debate sobre la diversidad se convierta en un debate sobre la desigualdad».
* Gloria Helena Rey lleva 25 años como corresponsal extranjera en América Latina y Europa. Ha recibido varias distinciones nacionales e internacionales. Actualmente colabora con El Periódico de Catalunya y Lecturas Fin de Semana, del diario El Tiempo, de Bogotá.