En el corazón de los fértiles Yungas bolivianos se puede producir de todo, dicen los campesinos, pero sólo la coca prospera y no alcanza para espantar la pobreza.
En estas montañas de vegetación enmarañada, plátanos, grandes helechos y variedad de flores, la coca crece desde tiempos inmemoriales. Relatos de cronistas del coloniaje español describen los cocales que los reinos aymaras del Altiplano tenían en los Yungas.
Y aún hay "árboles grandes de coca incaica", según Santiago Gutiérrez, de 38 años, secretario de la alcaldía de Coroico.
"La coca y el turismo", responde Gutiérrez a la pregunta sobre las principales actividades económicas de este municipio, capital de la provincia de Nor Yungas, en el departamento de La Paz.
Coroico está ubicada 90 kilómetros al norte de la ciudad de La Paz y tiene 12.750 habitantes. Unas 3.000 familias (o sea toda su población) dependen de la coca, agrega Gutiérrez, con larga experiencia como líder cocalero y del capítulo local del gobernante Movimiento al Socialismo.
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La ley 1.008, de 1988, autorizó la plantación de 12.000 hectáreas en esta zona para el consumo nacional (masticación, usos medicinales y rituales). Sin embargo, nadie niega que los plantíos exceden largamente esa cota.
En el subtrópico andino, a unos 1.700 metros sobre el nivel del mar, "todo se da bien", dice Gutiérrez. Pero, "después de dos tiempos (dos cosechas) de coca, no se puede cultivar nada más", advierte.
Las familias la plantan en predios de menos de un "cato" (1.600 metros cuadrados) hasta una hectárea, y completan el sustento con algún otro cultivo o la cría de ovejas y cerdos.
"Un cato ya cansado de nosotros da entre cinco y ocho 'taques'" (tambor o paquete) de 50 libras (22,5 kilogramos), nos dice, tras vencer muchas desconfianzas, el cocalero Pacífico Olivares, de 50 años y presidente de las regionales Coroico, Arapata y Coripata de la Asociación Departamental de Productores de Coca (Adepcoca), que comprenden 22 comunidades de cultivadores.
Cada taque se vende en el mercado de La Paz por unos 800 bolivianos (100 dólares). Los cocales admiten entre tres y cuatro cosechas anuales y requieren mano de obra. "Hay que cultivar, cosechar, sembrar, secar (las hojas) y comercializar", apunta su joven hijo que estudia administración en La Paz.
Detrás del jornal, de unos 3,75 dólares, llega gente a los Yungas, sobre todo del Altiplano. Y con ella, la hojita verde se esparce por los cerros.
A RACIONALIZAR
El presidente de Bolivia, Evo Morales, hizo su trayecto político enarbolando la bandera de los cocaleros del central Chapare, en abierta confrontación con los gobiernos de turno y con las políticas antidrogas de Estados Unidos.
Bolivia es hoy el tercer mayor productor de cultivos ilícitos de América Latina, detrás de Colombia y de Perú, con una superficie que ronda las 25.000 hectáreas, según estimaciones de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y de Washington.
Morales, investido en enero, cambió el principio de erradicación forzosa por el de racionalización, o reducción voluntaria de los cocales.
Ésta ha de ser fiscalizada por los influyentes sindicatos de cultivadores de coca. A eso le llaman aquí control social.
Desde 1994, los campesinos se organizan en comités comunitarios que conforman la regional de Adepcoca, con unos 1.000 afiliados, y que se ocupan de fiscalizar el cultivo y la venta.
Morales reclama a Adepcoca que los plantíos familiares se reduzcan de una hectárea a un cato.
"Yo estoy de acuerdo con el Evo", dice Gutiérrez. Con más superficie cae el precio, muchos dicen que llegará a 600 bolivianos el taque, alega.
Adepcoca replica pidiendo una reforma de la ley 1.008 que extienda la legalidad hasta 18.000 hectáreas de cocales.
"Nor Yungas ya está racionalizado, los terrenos no tienen más parcelas para extenderse", contesta enérgico Olivares en su casita de ladrillos en la aldea de Cruz Loma, de unos 200 habitantes, a pocos kilómetros de Coroico.
Y se explica: "Mi papá tenía una hectárea. La ha dividido en cinco hijos. Yo tengo cuatro hijos, lo que tengo lo voy a dividir en surcos. Racionalización en Caranavi, no aquí", insiste.
Son varias las voces que hablan de miles de hectáreas de coca en la vecina provincia. El monitoreo satelital de la ONU indica una superficie de más de 1.000 hectáreas ilegales en Caranavi.
Los gobiernos pasados han dejado el problema, asegura Olivares. "Han sembrado ellos la coca para ser electos. Y ahora Evo Todos creen que la va a dejar libre, pero no", opina.
EL PARAÍSO DE LA COCA
Los cocales prosperan todo el año, no requieren casi abonos ni plaguicidas y, "bien cuidados", viven entre 10 y 30 años, explicar los campesinos.
Las variedades yungueñas, de "hoja dulce", no crecen más de medio metro. Las hojas, de unos cinco centímetros, menores que las del Chapare, contienen más alcaloide y por eso son más codiciadas.
Citando la memoria de su abuelo, Gutiérrez habla de un auge colonial. "Los españoles trajeron a los (esclavos) africanos, y lo primero que hicieron fue plantar coca".
Los hacendados hispanos emprendieron la producción comercial de un cultivo cuyas virtudes nutritivas y estimulantes se hacían imprescindibles para mejorar el rendimiento de los trabajadores de las minas de Potosí, unos 490 kilómetros al sur.
De aquellos tiempos quedan "cerros pelados donde todavía se ven las zanjas de la coca", afirma Gutiérrez.
En las primeras décadas del siglo XX, los terratenientes seguían controlando el negocio mediante la prensa, instrumento clave para armar los taques, y exportaban a España.
"Mi abuelo nace en 1920, y me contaba que los campesinos trabajaban seis días por semana, cuatro gratis para el jefe, dos días para ellos y gozaban de un día libre. Y eso siempre era coca", dice Gutiérrez.
El negocio prosperó hasta la reforma agraria de 1952, cuando se entregaron tierras a los campesinos. Éstos "no sabían dónde vender, no tenían precio. Entonces la coca ha desaparecido, queda sólo para consumo local, y en su lugar viene el café".
La planta volvió a florecer en los Yungas con las dictaduras de Hugo Banzer, entre 1971 y 1978, y de Luis García Meza (1980-1981), por la mayor demanda de los mineros y por la llegada en firme del narcotráfico, que encontró su terreno más propicio en el Chapare.
¿OTRO SUSTENTO?
Cuando se pregunta a los Olivares por alternativas, el padre habla de mandarinas, naranjas, limas y toronjas, de los plátanos, de la miel que nos ofrece mezclada con agua para beber, del excelente café. "Podemos tener carne y aves de corral".
Pero cualquier otro cultivo que no sea coca sólo admite una cosecha anual y se vende a precios inferiores.
"Con los cítricos estamos subvencionando al gobierno, porque nunca sube los precios. La situación es muy difícil, no tenemos tierras y en este país no hay trabajo" se queja el padre.
Los cultivadores reclaman inversión productiva, "que no se está viendo", admite el oficialista Gutiérrez.
"No hay mercados, no hay caminos y no hay precios. Dejamos la coca, pero con el TLC (Tratado de Libre Comercio firmado entre Bogotá y Washington) Colombia nos va a dejar sin cupos para exportar café. Además, la geografía no nos permite mecanizar", protesta Olivares.
El rosario vuelve al inicio: "El precio es la gran diferencia. La coca nos cubre todo, alimentación, transporte, salud. No ahorramos nada".
Bolivia tiene 9,2 millones de habitantes, 67,3 por ciento de los cuales viven en la pobreza y 34,5 por ciento son indigentes.
En la casa de los Olivares, no hay críticas al presidente cocalero. "Este gobierno es muy bueno para nosotros. Nos ha traído el Juancito Pinto (un bono escolar mensual de unos 25 dólares por niño). Está muy contenta la gente", sentencia el padre.
Pero "sería interesante que el gobierno diera créditos para crear microempresas. Hay que ver que con la coca no se ha mejorado", reconoce su hijo.
Y "bien sería mejorar el suelo, porque el barbecho es muy bajo", apunta el padre. "Necesitamos otros proyectos, traer profesionales, pero ahora mismo. No esperar, ya no más".
EL PURGATORIO
Para llegar a Los Yungas hay que recorrer un trayecto de 90 kilómetros desde La Paz en autobuses grandes o pequeños, más o menos destartalados. De los 3.600 metros de altura de La Paz se trepa hasta la Cumbre, de más de 4.000, en un camino nevado y frío para descender luego al calor.
En los últimos 50 kilómetros, el camino de trocha angosta tallado en la montaña parece imposible para el tránsito sin caer al vacío. De hecho, cada tanto cae algún vehículo.
Unas normas particulares de tránsito, como circular por la izquierda, y los "semáforos humanos" —hombre, mujer o niño que pasa buena parte de su jornada en una curva estratégica bajo un sol intenso— son ayudas para llegar a destino.
Según el ánimo del viajero, la sensación de peligro se mitiga o se potencia con la belleza del paisaje.
Desde el camino se ve la nueva carretera Cotapata-Santa Bárbara, que conduce al oriente hasta la frontera con Brasil, mucho más segura y amplia. Pero lleva 10 años en construcción y aún le faltan "uno o dos kilómetros" para ser habilitada, nos comenta un conductor.
EXTRANJEROS ABUNDAN
Cuando hay agua suficiente, los rápidos del río Yolosa sirven para que los turistas practiquen rafting. Otro deporte favorito de los visitantes es recorrer la "ruta de la muerte" en bicicleta. Los hoteles en Coroico y sus alrededores y el continuo deambular de extranjeros indican que el turismo tiene potencial, aunque esté apenas aprovechado.
Otra presencia extranjera es la de la Agencia Estadounidense de Desarrollo Internacional (Usaid). La estación de ómnibus y la casa y albergue de la Central Agraria Campesina fueron construidas con fondos de Usaid, y así lo indican brillantes carteles.
La pobreza no brilla, pero rompe los ojos en los Yungas. Los problemas sanitarios más acuciantes son la diarrea infantil, la leishmaniasis y la tuberculosis, explica el educador Mario Arana Choque, de la Pastoral Social de la Iglesia Católica, Cáritas.
La organización realiza aportes en educación y salud, trabajando con las comunidades a través de la Central Agraria. También toma parte en esfuerzos de formación de líderes y en asistencia para elaborar salidas económicas.
Pero en materia de trabajo con la comunidad, nada luce más imponente que las cifras de vacunas, tratamientos y antibióticos que reparten los médicos y efectivos de la Unidad Móvil de Patrullaje Rural (Umopar): miles y miles de dosis, dice el médico Carlos Feraudy, parte de la fuerza de elite de lucha antidrogas.
Todo es necesario para llegar a la gente de los Yungas con la nueva imagen de esta fuerza policial entrenada en Estados Unidos, que se ha convertido en incómodo exponente en el terreno de la política de un presidente cocalero. ¿Y el narcotráfico? Esa es otra historia.