AMBIENTE: Pastizales pródigos y olvidados

Los pastizales prestan a la humanidad servicios ambientales valorados en cientos de miles de millones de dólares por año. Pero sólo 0,7 por ciento de su superficie mundial está protegida.

Con 39 millones de kilómetros cuadrados, casi una cuarta parte de la superficie de las tierras continentales, los pastizales son uno de los ecosistemas más extensos del planeta.

Los más destacados son las praderas de las Grandes Planicies de América del Norte, las estepas del este de Europa y de Mongolia, las llanuras de Sudáfrica, las planicies de Nueva Zelanda y las de Argentina, Brasil y Uruguay.

En ellos se asientan dos de las actividades productivas más importantes: la agropecuaria y la industria forestal. De hecho, en estas regiones se produce gran parte de las semillas, la carne, la leche, la lana, el cuero y la madera que se consume en el mundo.

Los datos no son nuevos. Según una investigación de 1997 liderada por Robert Costanza, co-fundador de la Sociedad Internacional para la Economía Ecológica, los pastizales absorben unos 60 kilogramos de carbono por hectárea al año, reduciendo la acumulación atmosférica de este gas de efecto invernadero que influye en el aumento de la temperatura terrestre.

Si se le otorgara un valor económico al «trabajo» de los pastizales sobre el clima, éste sería de 1,2 dólares anuales por hectárea que, multiplicado por la superficie mundial de pastizales, alcanzaría a 4.680 millones de dólares, según ese estudio.

La lista de servicios incluye regulación del clima, protección y regeneración de la fertilidad de los suelos, control de plagas, purificación del agua y del aire, así como capacidad para evitar las inundaciones y polinizar los cultivos, entre otros. La investigación de Costanza destacó que, sólo por estas propiedades, la Naturaleza debería «cobrar» a la humanidad unos 900.000 millones de dólares al año.

En América del Sur, los Pastizales del Río de la Plata ocupan 760.000 kilómetros cuadrados cubriendo una gran porción del centro de Argentina, casi todo Uruguay y parte del sureño estado brasileño de Rio Grande do Sul.

Las pampas y campos han sido y son la base de la economía de estos tres países exportadores de materia prima.

«La sociedad conoció a los pastizales ya transformados en campos de cultivo o de pastoreo para las vacas y los caballos y, a diferencia de los bosques o los humedales, son vistos por la sociedad (…) como el lugar donde se obtiene la comida, en este caso los granos y las carnes», dijo en una entrevista Aníbal Parera, coordinador del proyecto Alianzas para la Conservación de los Pastizales Naturales y Pampas del Cono Sur Sudamericano, liderado por la organización conservacionista BirdLife International.

«Históricamente, las sociedades humanas han utilizado los pastizales como zonas de pastoreo o los han transformado y destinado a otros usos como la agricultura o la forestación», dice un informe de la Fundación Vida Silvestre Argentina y el Fondo J.M. Kaplan, de Estados Unidos.

El estudio, en el que trabajaron más de 140 especialistas que identificaron las «Áreas Valiosas de Pastizal» en las pampas y campos de Argentina, Uruguay y sur de Brasil, señala que en las últimas décadas la superficie de este bioma disminuyó entre uno y 10 por ciento anual.

«Es un ecosistema en franca retirada, y como comunidad (biológica) original prácticamente ya no existe», sostuvo Daniel Estelrich, profesor de la Facultad de Agronomía de la argentina Universidad Nacional de La Pampa.

«Hoy, gran parte de esas tierras están aradas o cubiertas por vegetación nueva y modificada. Sólo al costado de los caminos y de las vías del tren suelen quedar ejemplares de plantas originarias», agregó Estelrich en la sede de la Facultad, ubicada en la central provincia de La Pampa.

En los pastizales del mundo crecen unas 10.000 especies que forman la familia de los pastos. Sólo en América del Sur existen unas 553 especies de gramíneas y habitan entre 450 y 500 especies de aves, 60 de ellas naturales de este ecosistema, y cerca de un centenar de mamíferos, como el venado de las pampas (Ozotoceros bezoarticus), en peligro de extinción.

A pesar de su extensión, sólo 0,7 por ciento de las llanuras están bajo alguna protección, una condición que en América del Sur alcanza apenas a 0,3 por ciento del total de las llanuras, según informes de la Fundación Vida Silvestre.

Ante la urgencia de conservar este ecosistema, desde hace años se está desarrollando el Proyecto Alianza del Pastizal, que tuvo su origen en Estados Unidos, con la intención de integrar la producción a la conservación.

«En las pampas, la actividad agropecuaria puede estar conciliada con la conservación de la biodiversidad», propone Pedro Develey, coordinador del Programa de Áreas Prioritarias BirdLife/SAVE Brasil. «Por eso es importante que los productores tengan incentivos para que puedan desarrollar la cría de ganado de manera tradicional».

Develey señaló que actualmente sólo dos por ciento de los campos en Río Grande do Sul permanecen intactos y que el mayor problema es la expansión del cultivo de la soja. «El desafío es buscar un sello verde para la carne que se produce en campos naturales, donde la producción está integrada a la conservación de la flora y la fauna».

A juicio de Parera, la sociedad y los gobiernos deberían tomar conciencia sobre la importancia de conservar este ecosistema. «Sea entre ‘cowboys’, vaqueros o gauchos, los desafíos del pastizal a lo largo de América tienen mucho en común», por lo que se necesita «comprender que vida silvestre y producción deben aliarse».

* Este artículo es parte de una serie sobre desarrollo sustentable producida en conjunto por IPS (Inter Press Service), e IFEJ (siglas en inglés de Federación Internacional de Periodistas Ambientales)

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