Nacionalismo, corrupción, populismo y violencia son conceptos cada vez más asociados a las crisis políticas y sociales desatadas en los últimos meses en países de Europa central y oriental que se unieron a la Unión Europea (UE) el 1 de mayo de 2004.
Pero, aunque hay razones para preocuparse, la situación sigue siendo objeto de debate.
Las 10 naciones que llevaron hace más de dos años a 25 la cantidad de miembros de ese bloque son Chipre, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Hungría, Letonia, Lituania, Malta, Polonia y República Checa.
Ahora esperan su turno Bulgaria y Rumania, cuya integración plena está prevista para el 1 de enero.
En una escena jamás vista en la era poscomunista de Hungría, en medio de una amenaza de crisis económica y medidas de austeridad pendientes, manifestantes ocuparon las calles, a veces con violencia, para pedir la renuncia del primer ministro, Ferenc Gyurcsány, quien admitió haber mentido al electorado para ganar las elecciones de abril.
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Su vecina Eslovaquia fue hace poco objeto de críticas de la UE tras varios informes de supuestos ataques a residentes de origen húngaro. Analistas vinculan el resurgimiento del odio étnico con el triunfo en los comicios de junio de una coalición de gobierno que incluye a un partido de corte nacionalista radical.
En Polonia, el más grande de los nuevos miembros de la UE con 40 millones de habitantes, triunfaron en las elecciones generales de 2005 los populistas de derecha, quienes a menudo sostienen una retórica contraria al bloque. La poca concurrencia a las urnas de entonces fue atribuida al desencanto ciudadano por escándalos de corrupción y la situación política en general.
En República Checa, donde no hay una crisis visible, desde hace seis meses no se ha podido formar gobierno tras el impasse generado entre los partidos de derecha y de izquierda luego de las elecciones legislativas.
Los políticos checos parecen estar más ocupados acusándose mutuamente de corrupción y abuso de poder que de salir del punto muerto.
Los problemas que afrontan estos países, otrora comunistas y miembros del bloque socialista europeo en la órbita de la hoy disuelta Unión Soviética, son diferentes en su naturaleza.
"No creo que sea una crisis y la UE no tiene mucho para hacer, porque estamos hablando de asuntos muy diferentes", dijo a IPS Giles Merritt, secretario general de Amigos de Europa,
"Por supuesto que aparece cierta nostalgia socialista, cierto nacionalismo, pero es el desarrollo normal. Me parece muy saludable. Sólo es la democracia en acción, la tensión de redescubrirla".
Pero Merritt reconoce que parte del desencanto en esa región se debe a las expectativas que no fueron cumplidas por la UE.
"La idea de pertenecer a la UE fue muy simplificada dentro bloque y fuera de él. No hubo objetivos a largo plazo. Se presentó como una hermosa panacea, pero sólo es el principio de un largo proceso", indicó.
Antes de su ingreso, las naciones aspirantes de Europa central y oriental tuvieron que implementar varias reformas estructurales radicales, que sembraron el descontento en varios sectores de la sociedad.
Aún así, muchos tenían esperanzas de que su vida mejoraría rápidamente una vez que se incorporaran al bloque.
"El ingreso a la UE supuso ajustes rigurosos necesarios que no podían obviarse. Las condiciones de la ampliación de mayo de 2004 fueron muy duras, más que cuando ingresaron países más ricos", señaló Merritt.
Aumentaron las acusaciones de falta de democracia dentro del bloque a medida que los ciudadanos de la región sintieron que no podían influir en las "inevitables" reformas solicitadas por la organización supranacional.
"Hubo un sentimiento de impotencia, pero es algo que se ve en toda la UE. Algunos de sus procesos son muy complicados y el precio que hay que pagar muchas veces es una sensación popular de no tener derecho a opinar, que no fue democrático", sostuvo Merritt.
Incluso se está comenzando a culpar al bloque por algunos problemas locales, señaló a IPS un funcionario checo en Bruselas, quien solicitó reserva sobre su identidad.
"Los nuevos miembros son como niños en la pubertad, no son socios dignos de confianza a largo plazo. Es fácil culpar a la UE, porque gran parte del electorado aún es políticamente ingenuo y propenso a ser manipulado por dirigentes populistas", indicó
En ese contexto, el nacionalismo exacerbado aparece cuando los partidos políticos no encuentran respuestas.
"Es como un péndulo, hace tiempo ya que va y viene", comentó.
Pero el funcionario checo desestima la idea de que haya una crisis generalizada, en tanto los nuevos miembros sigan sintiendo que hay crecimiento económico y desarrollo.
"Sólo habrá una crisis si hay un deterioro económico. En tanto, los políticos podrán seguir siendo corruptos mientras mantengan estándares de vida decentes", sostuvo.
Aún así, los cambios económicos no bastaron para estabilizar a las sociedades de la región. Detrás del descontento con la UE subyace una profunda desilusión con muchos de los procesos que se dieron tras la caída de los regímenes socialistas en 1989.
"La mayoría de las personas de esas sociedades experimentaron una caída en sus estándares de vida", dijo a IPS el sociólogo húngaro Ferenc Hammer. La transición desde el sistema socialista centralizado al capitalismo de libre mercado creó grandes desigualdades y fue especialmente dura con los jubilados y los campesinos, añadió.
"Para ellos significó condiciones de pobreza muy duras", explicó.
Pero la debacle económica se combinó con una crisis de valores que dejó a muchos con el sentimiento de que "les habían arrebatado el futuro", sostuvo.
"Hubo un cambio en cuanto a los valores aceptados y las jerarquías sociales. Antes, el buen hombre ideal era fiel a su lugar de trabajo durante décadas. Luego, en 1990, resultó que era un fracasado", relató Hammer.
"Eso creó una atmósfera de nerviosismo en la sociedad", señaló Hammer refiriéndose a algunos de los arranques de violencia que se registraron en la región.
"Esas sociedades carecen de sentido de ubicación en el mundo", sentenció Hammer.