COLOMBIA: Medellín sin las viñas de la ira

Diez años atrás hasta enamorarse era peligroso en esta ciudad, la capital industrial de Colombia. Hacerlo podía representar la muerte si uno de los novios pertenecía a pandillas o a barrios enfrentados.

Como en el Decamerón del italiano Giovanni Boccaccio, algunos amantes se ocultaban para sobrevivir a la plaga de la violencia que consumía a Medellín, capital del noroccidental departamento de Antioquia.

Los niños, niñas y jóvenes de las zonas más deprimidas tenían entonces sólo tres opciones: armarse a los siete años, integrarse a bandas de traficantes, ladrones o asesinos o venderse como sicarios a las mafias de la droga.

«Una peste de plomo, dinamita y sangre», asolaba entonces la ciudad, como describió en «Fragmentos de amor furtivo», el escritor Héctor Abad Faciolince, uno de sus hijos más notables.

«Era una comunidad hecha pedazos, fragmentada. Había francotiradores que acechaban en los barrios», recuerda hoy Jorge Melguizo, actual secretario de Cultura.
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La década de los 90 fue la más violenta. En el 91, por ejemplo, se registraron más de 7.000 muertes y sólo en mayo, 582 muertos de bala, unos 20 diarios, en su mayoría menores de 26 años, según cifras oficiales.

LA SIEMBRA

En esa atmósfera, el músico y emprendedor social Juan Guillermo Ocampo, inspirado en Johann Sebastian Bach y bajo el amparo del espíritu de Wolfgang Amadeus Mozart, ideó un proyecto para sembrar paz con una red de escuelas de música en los barrios más deprimidos y violentos de esta capital.

«Se inspiró cuando visitaba la tumba de Bach en la famosa iglesia de Santo Tomás, en Leipzig, y después la puso en marcha en Colombia cuando creó la Fundación Amadeus en el 96», cuenta Fredy Noreña, uno de los fundadores y actual coordinador de las orquestas y coros de la red.

«El objetivo era dar otra opción de vida a los niños, niñas y jóvenes de los barrios deprimidos y que las escuelas se convirtieran para ellos en un punto de encuentro y de integración diferente», dice.

El proyecto fue un éxito. No sólo comenzó a cosechar con rapidez sus objetivos sino que, desde 1998, pasó a ser impulsado por la alcaldía de Medellín en 26 barrios.

«Se vio una gran oportunidad de desarrollo humano y social, con el valor agregado de la música pero, sobre todo, como un mecanismo de inclusión social y de formación integral para niños, niñas y jóvenes de los barrios populares», dice Melguizo.

«Además de los objetivos que se habían trazado se obtuvieron también otros, especialmente en la segunda fase del proyecto, con el programa de orquestas, pues se aproximó a niños, niñas y jóvenes de barrios con características distintas cultural, familiar, social y económicamente, pese a su común denominador de ser de estratos bajos. Eso redujo brechas sociales y los hizo interactuar», afirma Noreña.

Pero «si se hay que destacar a alguien, debemos mencionar a todos los estudiantes. Sin excepción, gracias a las escuelas, fueron apartados de varios problemas que los aproximaban a las armas, las drogas o los enfrentaba a la violencia intrafamiliar», sostiene Marta Arango, actual directora de la red.

Para ingresar a estas escuelas no se necesita talento musical. Sólo tener ganas de aprender a tocar un instrumento.

«Todos empiezan con un nivel de iniciación, una exploración instrumental con un menú de canciones infantiles y a conocer los instrumentos. Comienzan siempre con métodos clásicos, pero se capacitan para interpretar cualquier tipo de música», explica Mauricio Balbim, coordinador académico y administrativo de la red.

«La demanda es creciente porque alumnos como padres se dan cuenta de que las escuelas no sólo son una opción de aprendizaje y distracción, sino de vida», afirma.

LA COSECHA

Un año después de comenzar, se sintieron los primeros efectos sociales de estas escuelas y de otras iniciativas. La violencia comenzó a disminuir. En 2005, según cifras oficiales, se registraron 700 muertes violentas, 10 por ciento de las de 15 años atrás.

Entre enero y octubre de 2006 se redujeron en 13 por ciento en comparación con el mismo periodo del año anterior. «La red de escuelas de música y un abanico de programas sociales contribuyeron a lograrlo», afirma Melguizo.

En los barrios populares de Medellín existen también otras redes gratuitas de danza, literatura, artes plásticas y teatro que, en conjunto, benefician a más de 10.000 niños, niñas y jóvenes, pero la de escuelas de música es la semilla principal.

Esa red no sólo favorece hoy a 4.140 estudiantes, sino que 80 de ellos cursan una carrera de música en la Universidad de Antioquia, otros son músicos de la orquesta filarmónica de Medellín, actúan como docentes, directores o han salido al exterior con becas para perfeccionarse.

«Son 4.140 jóvenes menos en las pandillas, en la delincuencia y en la violencia. Hace dos años, muchos de ellos se veían trabajando en compañías de seguridad, pero hoy el porcentaje es mínimo porque encontraron opciones diferentes a las armas», dice Melguizo.

Las escuelas han permitido descubrir algunos genios y profesionales de la música que se hubieran perdido entre tantos odios.

«Cuando comenzó la red, los delitos y el vicio proliferaban en mi barrio. Personalmente, tenía malos amigos y esta fue mi tabla de salvación», dice Ewiter Agudelo, quien con 14 años comenzó a tocar el saxo, luego el clarinete y la guitarra.

Cuando terminó el bachillerato, Ewiter estudió música en la Universidad de Antioquia y hoy, a los 25 años, es director de la Escuela Belén Rincón, una de las más antiguas de la red, con 119 alumnos.

«Si no hubieran existido las escuelas, estaría en la cárcel por ladrón, asesino o narcotraficante. Provengo de un estrato social muy pobre, teníamos hambre, no había opciones, era el mayor de tres hermanos y mi papá nos había abandonado. Pude sobrevivir, aprender música y sostener a mi familia gracias a ella», confiesa.

«Expongo mi caso a mis alumnos» para que vean que «podemos sobrevivir», afirma.

Mientras habla, niños, niñas y jóvenes tocan el violín, el clarinete o tratan de sacarle el alma a una flauta. «Ellos son mi vida», dice Ewiter con el afecto de un maestro veterano.

La red es una empresa humana. Antiguos estudiantes como Ewiter son hoy directores y otros más novatos serán los docentes o directivos del futuro.

«No pretendemos que los 4.140 niños de hoy se conviertan en músicos sino que tengan, sobre todo, la posibilidad de desarrollo humano, mientras avanzamos en lo musical. Dentro de 20 años muchos de ellos tendrán entre 38 y 45 años de edad y tendremos una generación recuperada por la música», predice Melguizo.

LOS FRUTOS

Los miembros de la red han viajado por Colombia y por el mundo. En Bogotá, por ejemplo, se presentaron ante los cinco presidentes andinos. En España, ante la reina Sofía en el Palacio del Pardo, frente a intelectuales en la Casa de las Américas de Madrid y en tres programas de «El conciertazo», famoso espacio televisivo de música sinfónica dirigido al público infantil.

En Italia hicieron un concierto ante el fallecido papa Juan Pablo II en la vaticana Plaza de San Pedro, y también se han presentado en México, Nueva York y Washington.

La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura premió la red en 1999 como la «Nueva cara de Medellín para el mundo», el periódico El Colombiano de esta ciudad la calificó «el fenómeno cultural del siglo», y en 2003 y 2004 recibió premios locales como «El colombiano ejemplar» y el «Mundo de oro», respectivamente.

Después de tanto éxito, ¿qué esperan del futuro?

«Queremos consolidar el nivel pedagógico de las 26 escuelas existentes y crear tres nuevas en los próximos años. También fortalecer las dos orquestas existentes y el coro para que se conviertan en lo más representativo de la música sinfónica de la ciudad», responde Melguizo.

Aunque, en su opinión, el principal acierto fue acercar la música sinfónica a estudiantes que nunca hubieran tenido esa posibilidad y ofrecer un espacio a la paz, la convivencia pacífica y la vida, «la gran carencia sigue siendo la falta de dinero para adecuar las sedes. Necesitamos más apoyo».

* Gloria Helena Rey lleva 25 años como corresponsal extranjera en América Latina y Europa. Ha recibido varias distinciones nacionales e internacionales. Actualmente colabora con El Periódico de Catalunya y Lecturas Fin de Semana, del diario El Tiempo, de Bogotá.

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