La película independiente más alabada este año es acerca de la guerra en Iraq y se estrena este mes en los cines estadounidenses. Se trata de un documental que narra tres situaciones distintas en la vida de los habitantes comunes de un país ocupado y con la resistencia en acción.
El filme "Iraq in Fragments" (Iraq en fragmentos), del cineasta James Longley, se alzó con los premios al mejor director, a la mejor fotografía y a la mejor edición en el Festival de Sundance, a principios de este año.
Desde entonces siguió recogiendo galardones en Estados Unidos en los festivales de Chicago y Cleveland, así como en el de Thessalonica, en Grecia, y el organizado por la no gubernamental Human Rights Watch en Nueva York.
Lo que distingue a "Iraq in Fragments" de todas las coberturas periodísticas acerca de ese país es que no trata directamente el asunto de la guerra. Los soldados estadounidenses permanecen al margen, al igual que los políticos iraquíes, los insurgentes del partido Ba'ath, de Saddam Hussein (1979-2003), y los terroristas de Al Qaeda.
En cambio, se puede apreciar la cultura iraquí y la vida cotidiana en un país ocupado por las fuerzas lideradas por Estados Unidos.
La fotografía es bella y se pueden ver escenas en locaciones tan diversas como escuelas, peluquerías, comercios varios, mezquitas, mercados y estaciones de tren.
En sus notas de producción, Longley escribe acerca de su ingreso a Iraq poco después de la caída de Saddam Hussein en 2003.
"Podría filmar todo lo que quisiera mientras permaneciera vivo", señala, sin guardaespaldas del gobierno o estrictos requisitos de visa.
"Mi idea era que iba a tener como un año antes de que un nuevo gobierno autoritario se instaurara o se desatara una guerra civil y ese país se convirtiera en un lugar demasiado peligroso para trabajar. Necesitaba hacer mi película mientras fuera posible", prosigue.
Quien firma este artículo vivió con Longley durante meses en Iraq en los dos años de rodaje del documental y a menudo me pregunté qué tipo de película resultaría.
Cada día, iba tras la noticia y Longley salía a filmar a la misma gente, niños trabajadores en las filas de automóviles, uno de los líderes del movimiento de Sadr, al sur de Iraq, y una pequeña familia de granjeros en Kurdistán, en el norte del país.
Eso no quiere decir que el documental no tenga implicancias respecto de la política estadounidense en ese país, en especial su retrato íntimo del movimiento del clérigo chiita Muqtada al-Sadr, que desde hace dos años se enfrenta al ejército de este país.
Al igual que el presidente estadounidense George W. Bush, la nueva portavoz de la Cámara de Representantes de este país, la demócrata Nancy Pelosi, hizo del "desarme de las milicias" una parte importante de su política en Iraq.
"Las milicias existen en Iraq debido al vacío de poder provocado por un inefectivo gobierno central que obedece a la presencia estadounidense, que está dividiendo al país políticamente y no hay forma de crear un gobierno nacional mientras ellos sigan allí", dijo Longley a IPS.
La película se centra en el movimiento de Sadr en la meridional ciudad de Nasseriya, y en especial, en el líder local jeque Aws al-Kafajji.
"Iban a extraer nuestras riquezas y controlar nuestras mentes y después nos acusan de ser terroristas. ¿Dónde está el dinero que están derrochando? y ¿dónde están los suministros?", predica el jeque ante una masiva concurrencia de fieles.
"¡Culpan a la seguridad! Pero ¡por Dios! ves todos esos camiones que vienen de todos lados con suministros para los estadounidenses que llevan armas para las fuerzas de seguridad. ¡Qué vergüenza que haya gente que siga creyendo que los ocupantes tienen en mente los intereses iraquíes!", añade.
Al igual que el resto del documental, el retrato del movimiento de Sadr es íntimo y justo.
Cuando el ejército estadounidense designa un gobierno local, el jeque Aws trata de organizar elecciones representativas para promover la democracia y la autodeterminación. También envía a su propio grupo de milicianos, el ejército Mehdi, para atacar a los empresarios locales por la supuesta venta de alcohol y llevarlos de nuevo a la oficina de Sadr.
"Saddam Hussein desarraigó a mi familia, ¡ahora estoy solo! ¿Cómo volveré a reencontrarme? Ni Dios puede aceptar esto", protesta uno de los prisioneros del movimiento de Sadr, cuyos ojos están vendados.
Una mujer vestida con la tradicional túnica negra larga espera fuera de la oficina a su esposo. "Sólo quiero verlo un poco", suplica a un guardia.
"Vivimos varios desafíos en esta ciudad", reconoce luego el jeque Aws. "Podemos vivir o morir. Queremos cerrar todas las puertas de la depravación abiertas por Estados Unidos. Estamos seguros de que ese país está preparando nuestro castigo".
La última parte del documental se sucede en Kurdistán, al norte de Iraq, lejos de la típica violencia de la ocupación.
Los niños concurren a la escuela sin mayores dificultades, aunque sigan padeciendo cortes de energía.
Allí, el humo que se eleva cual columna en el aire no se debe a la guerra, sino a la quema de desperdicios agrícolas.
"Está escrito en el Corán que si seguimos vivos veremos gobernar al Islam allí donde ilumine el sol", dice un anciano granjero de Kureton, a las afueras de la septentrional ciudad de Arbil. Él tiene esperanzas de que al igual que lo judíos, los kurdos algún día puedan tener su propio país independiente.
"Ellos dicen que los kurdos son blasfemos, que trajeron a los estadounidenses a Iraq. Pero si aún existe la religión, ella está entre los kurdos", afirma.
"Iraq in Fragments" es un documental que no podría rodarse hoy. La seguridad en el país se deterioró a tal punto que ya no se podría seguir a la gente común con una cámara. Además, todo periodista extranjero en Iraq está integrado al ejército estadounidense.
La mirada de la película de Longley sobre Iraq no aparecerá en los noticieros nocturnos, eso es lo que le da un valor agregado.
*El corresponsal de IPS es autor del libro "How America Lost Iraq" (Cómo Estados Unidos perdió a Iraq)