Desde que volvió la violencia al sur de Tailandia, hace casi tres años, el ejército se dedicó a arrestar de modo indiscriminado a miembros de la comunidad malayo-musulmana, sin identificar a los rebeldes separatistas ni conocer sus aspiraciones. Por eso ahora no encuentra interlocutores para negociar.
Ese fracaso de la inteligencia tailandesa hace crecer la ansiedad ante la perspectiva de conversaciones para restaurar la paz en el área.
Investigadores que registraron las actividades de la insurgencia en las provincias cercanas a la frontera entre Tailandia y Malasia advierten que poco se puede lograr si las negociaciones se celebran sin involucrar a los grupos insurgentes que importan. Al comienzo de esta lista está el Frente Nacional Revolucionario-Coordinado.
Por el momento, el ejército, que ha tenido la última palabra en Bangkok desde el golpe de Estado del 19 de septiembre y lidera el camino para las conversaciones de paz, parece no saber qué hacer para contactar a los líderes del Frente, según informes de la prensa local.
"El Frente es la organización más responsable por la violencia", dijo a IPS Zachary Abuza, académico estadounidense experto en la materia en Asia sudoriental.
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"Pienso que todavía no están prontos para mostrar lo que tienen entre manos. Me preocupa que las personas con las que se están reuniendo los funcionarios tailandeses no necesariamente estén dirigiendo a la insurgencia", alertó.
El ejército tailandés promueve un plan de acercamiento con los dirigentes más antiguos de las organizaciones separatistas malayo-musulmanas que estuvieron activas en los años 70. Entre ellas están la Organización Unida para la Liberación Pattani y Berastu ("Unidad"), que abarca a cuatro grupos rebeldes.
"Las autoridades decidieron mantener conversaciones con varios grupos porque no sabían quién o qué organización podía ordenar a los insurgentes frenar los ataques ", informó el periódico Bangkok Post.
"Las autoridades están intentando ubicar a dos figuras clave en organizaciones separatistas meridionales, que se cree tienen poder para ordenar a los insurgentes que pongan fin a la violencia", apuntó la publicación.
Pero ese no es el único obstáculo que el gobierno tailandés, respaldado por los militares, tendrá que superar para terminar con la violencia en el sur, que desde enero de 2004 costó la vida de unas 1.500 personas de ambos bandos. La estructura de las nuevas organizaciones insurgentes que operan en las provincias de Pattani, Yala y Narathiwat sigue sin estar clara.
"En los últimos tres años comenzaron a aparecer pequeñas células rebeldes en las aldeas, integradas mayormente por hombres jóvenes y algunas mujeres, dispersas en las tres provincias meridionales involucradas", explicó a IPS la analista Francesca Lawe-Davies, mientras expresaba sus dudas sobre "el alcance y la naturaleza de cualquier estructura de liderazgo".
Lawe-Davies, quien trabaja para el capítulo de Asia sudoriental del International Crisis Group, una organización de expertos con sede en Bruselas, dijo que, aunque el movimiento es "capaz de una coordinación impresionante y de ataques sincronizados, también está claro que buena parte de la violencia no está dirigida o controlada de modo central".
El vacío de inteligencia con que lidian las autoridades tailandesas quedó en evidencia poco después que el gobierno del primer ministro Thaksin Shinawatra, depuesto en el golpe de Estado del mes pasado, respondió con mano de hierro a las primeras señales de la insurgencia, incluyendo la ley marcial.
"La población local no cooperó con las fuerzas de seguridad porque éstas cometieron abusos, actuaron con completa impunidad, y formaron escuadrones de la muerte", dijo Abuza.
Thaksin cometió un error igualmente significativo poco después de su primera victoria electoral, en 2001. Desmanteló la agencia de coordinación cívico-militar creada en los años 80 para pacificar las regiones malayo-musulmanas, ayudar a abordar las preocupaciones locales y construir una red de informantes para seguir el rastro de los separatistas.
Sin embargo, la actual presión para que haya negociaciones recibió un estímulo tras la reciente revelación de que el ex primer ministro de Malasia Mahathir Mohamad (1981-2003) jugó un rol detrás de escena para sentar las bases de un diálogo entre el gobierno de Tailandia y líderes rebeldes malayo-musulmanes.
Los insurgentes de Berastu "ansían iniciar conversaciones con el gobierno tailandés en cualquier lugar o momento a ser decidido por Bangkok", informó el martes Bernama, la agencia estatal de noticias de Malasia.
"Su líder, Wan Kadir Che Man, dijo que el lado tailandés podría elegir cualquier lugar o territorio neutral con el que ambas partes se puedan sentir cómodas", añadió.
A Omar Farouk, un académico de la vecina Malasia que estudió la insurgencia del sur de Tailandia, prácticamente no le sorprendió este vínculo malasio con un posible acuerdo de paz en Tailandia.
Es un paso que los separatistas malayo-musulmanes también encontrarán difícil de evitar, dijo, dado que los insurgentes que a menudo escapan a Malasia saben que "no puede haber ningún refugio seguro para ellos" en ese país.
"El escenario posterior al 11 de septiembre de 2001 también volvió imposible que Malasia fuera vista como apoyando a la insurgencia dentro de su territorio", explicó en una entrevista, en referencia a los ataques contra Nueva York y Washington, que dejaron 3.000 muertos.
"La mayoría de los dirigentes de la insurgencia malayo-musulmana son muy conscientes de que son muy vulnerables en Malasia, y prácticamente tienen muy poco espacio para operar en otros lados", agregó.
El actual ciclo de violencia es el último capítulo de un conflicto que data de hace décadas y que tiene sus raíces en la injusticia cultural, lingüística y económica a la que los malayo-musulmanes fueron sometidos por los sucesivos gobiernos tailandeses.
Las tres provincias meridionales fueron parte del reino de Pattani, que en 1902 fue anexado por Siam, nombre con el que entonces se conocía a Tailandia.
El primer destello de rebelión separatista golpeó a la región en los años 60 y continuó como un conflicto de baja intensidad en los años 80. Entre las organizaciones involucradas estuvo la Organización Unida para la Liberación Pattani, cuyos líderes sobrevivientes se exiliaron primero en Malasia y luego en Suecia.
"La causa del separatismo malayo-musulmán fue severamente debilitada en Tailandia a mediados de los años 80, cuando el gobierno adoptó medidas conciliadoras hacia los insurgentes", dijo Farouk.
"El nuevo periodo de democracia tailandesa en los años 90 reforzó esa tendencia de reconciliación, debilitando aún más la causa de la Organización Unida para la Liberación Pattani y de otros grupos separatistas", aseguró.
"Hay muy pocas señales de que los líderes exiliados realmente sean capaces de dominar a los insurgentes que actúan en el territorio, o de que haya cualquier liderazgo unificado", dijo Lawe-Davis.