Al presentar sus memorias con un bombardeo publicitario de dos semanas en tres continentes, el presidente de Pakistán, Pervez Musharraf, puso un gato, o más bien varios, entre las palomas.
El general Musharraf desenterró conflictos a los que se consideraba saldados desde hacía tiempo, manifestó desprecio hacia pares del ejército, ex superiores, aliados y amigos y se atribuyó el crédito por el rol irreemplazable de Pakistán en la guerra contra el terrorismo liderada por Estados Unidos.
También demandó para Pakistán respeto como estado "responsable" en su posesión de armas nucleares, a pesar de la existencia en su territorio de un mercado negro nuclear administrado por la red criminal que lidera A. Q. Khan.
Como era de esperarse, la publicación de "In The Line of Fire" ("En la línea de fuego"), la autobiografía de Musharraf, desató inmediatas controversias.
El libro le deparó más muestras de indignación, resentimiento y hostilidad que de simpatía, apoyo o afecto. Pero también planteó desafíos que ni los políticos sudasiáticos ni los líderes mundiales podrán ignorar.
La prioridad de Musharraf en sus memorias es proyectarse como un aliado indispensable de Occidente en la guerra contra el terrorismo, especialmente el vinculado con el extremismo islamista.
"Ustedes caerán de rodillas si Pakistán no coopera", declaró a la cadena de radio británica BBC, refiriéndose a Occidente. "Si no los ayudamos, ustedes no arreglarán nada. Si el ISI (la agencia de inteligencia pakistaní) no está con ustedes, fracasarán."
Musharraf se presentó en su libro como un convencido musulmán moderado, determinado a eliminar de Pakistán toda forma de intolerancia o fundamentalismo religioso. Y en eso, aseguró, él es irremplazable.
El contenido y composición del volumen refleja los propósitos de Musharraf. El militar dedicó 82 páginas a la "guerra contra el terrorismo", y a su carrera en el ejército antes del golpe de Estado que lo llevó al poder en 1999 apenas 39.
El controvertido conflicto armado con India en el área de Kargil, en 1999, ocupa sólo 12 páginas.
En el libro se desdibuja la identidad de Musharraf como general del ejército. De las 32 fotografías del mandatario posteriores al golpe de Estado, luce uniforme en apenas cinco.
Tal vez nunca un jefe de Estado publicó sus memorias aún en servicio promoviéndolas a costo del Estado y de un modo tan extravagante. Muchos pakistaníes cuestionan a Musharraf, además, por utilizar en su libro información a la que accedió por sus privilegios como presidente.
El gobierno también pagó el grueso de los gastos de la gira promocional en el extranjero, en la cual viaja acompañado por una comitiva de 70 personas.
Analistas de Asia meridional vinculan el momento elegido para la publicación del libro con los planes de Musharraf de presentarse a la reelección en los comicios del año próximo.
"Es altamente probable que Musharraf compita en las urnas", dijo Kamal Mitra Chenoy, de la Escuela de Relaciones Internacionales de la Universidad Jawaharlal Nehru, en Nueva Delhi.
"Pero puede haber un juego más oculto. Al decirle a Occidente que es indispensable, puede estar sentando las bases de cierta tolerancia al fraude o la manipulación electoral", agregó Chenoy.
"A él le gustaría que Estados Unidos se hiciera el ciego ante eventuales malas prácticas electorales que le permitan mantenerse en el poder", concluyó.
Cualesquiera sean los motivos de Musharraf para publicar sus memorias, cada gran "revelación" del libro fue de inmediato desacreditada por los involucrados. Por ejemplo:
— Musharraf aseguró que la operación en Kargil fue una gran "victoria" para Pakistán y "un hito en la historia" del ejército. Pero Islamabad fue condenado por la comunidad internacional cuando sus tropas cruzaron la denominada "línea de control" que separa la Cachemira pakistaní de la india.
Finalmente, bajo presión estadounidense, Pakistán debió retirarse de los territorios que ya había ocupado. Se perdieron cientos de vidas, entre 725 y 2.700, según los diversos cálculos.
— Musharraf aseguró que había consultado cada paso de la operación con el entonces primer ministro Nawaz Sharif, a quien luego derrocaría en el golpe de Estado. Pero no sólo Sharif dice lo contrario, sino también el ex canciller Sartaj Aziz.
— Musharraf dijo que el ex funcionario estadounidense Richard Armitage dijo al jefe de ISI en septiembre de 2001, en nombre del presidente George W. Bush, que si Pakistán no se unía a la guerra contra el terror, Washington dispondría un bombardeo que llevaría al país "a la edad de piedra".
Bush manifestó sorpresa ante esta revelación del libro. Armitage la desmintió de plano. El jefe de ISI de la época se encuentra hoy incomunicado en Pakistán.
— Musharraf asegura que su gobierno no tiene conocimiento sobre la fuerza y las ramificaciones de la red de A. Q. Khan. En particular, dice no saber nada sobre embarques de centrifugadoras de uranio y otros artefactos de los laboratorios de Khan.
Pero es imposible que Khan haya transferido 18 toneladas de equipos desde instalaciones de alta seguridad a un aeropuerto sin conocimiento y aval del ejército.
"El general Musharraf puede haber cambiado de posición, e incluso haber hecho un giro en U en cuestiones como el vínculo con Talibán y Al Qaeda", según Chenoy. "Pero lo hizo sólo bajo presión, porque no tenía opción. Ahora, a cambio, es él quien eleva la presión sobre Occidente."
Es muy probable que Musharraf haya exagerado la amenaza que dijo haber recibido de Bush a través de Armitage y de ISI. Pero su propósito fue recordarle al presidente estadounidense sus promesas de 2001: a cambio de su cooperación en la campaña de Afganistán, Estados Unidos convencería a India de discutir la situación de Cachemira.
Musharraf ha presionado por alcanzar acuerdos con lo que él denomina "talibanes moderados", y acaba de lograrlo con líderes tribales pro-Talibán del distrito de Waziristán, en la frontera con Afganistán.
El acuerdo creará un virtual refugio para Al Qaeda y Talibán, y muchos en Estados Unidos son suspicaces al respecto. Pero, al parecer, Musharraf obtuvo el respaldo de Bush para seguir adelante.
En cuanto a sus reivindicaciones de moderación, ha quedado a mitad de camino en sus reformas contra las prácticas oscurantistas y extremistas en Pakistán. Proscribió a organizaciones terroristas como Lashkar-e-Toiba, pero no tomó acciones contra sus rebrotes, como Markaz-ud-Dawa.
Hasta ahora, está poco claro que Estados Unidos logre imponer a Pakistán un camino hacia una sociedad islámica moderada. Cualquier presión abierta provocará una respuesta popular hostil. La presión encubierta y sutil no funcionará.
Las afirmaciones de Musharraf sobre el conflicto en Kargil, por otra parte, pone en peligro el diálogo con India, un dificultoso proceso iniciado en enero de 2004. En su libro, el presidente pakistaní asegura que la senda bilateral no habría funcionado de no haberse registrado la operación militar.
Nueva Delhi sospecha que agencias secretas pakistaníes, o algunos elementos dentro de ellas, estuvieron detrás de atentados terroristas, como las recientes bombas en Varanasi y Mumbai. (FIN/IPS/traen-mj/ap ae cr ip/06)