Cincuenta años después de que una manifestación estudiantil espontánea desató la última revolución armada en Europa, revertida a sangre y fuego por la Unión Soviética, los húngaros siguen sufriendo las viejas divisiones.
La incomodidad marcó la conmemoración de la rebelión, en la que miles de civiles murieron y unos 200.000 debieron exiliarse en Occidente. Este acontecimiento histórico aún duele, y la izquierda gobernante y la derecha lo interpretan de maneras muy distintas.
El 23 de octubre de 1956, unos 50.000 estudiantes demandaron reformas políticas y manifestaron su solidaridad con las protestas antisoviéticas en Polonia. Muchos otros húngaros se sumaron a las actividades estudiantiles.
El mensaje alcanzó su máxima claridad cuando un grupo de manifestantes derribó una estatua de Josif Stalin, el fallecido líder de la Unión Soviética. Luego, se dirigieron a los estudios de la entonces estatal Radio Hungría para leer al aire sus demandas.
Pero agentes de la policía secreta dispararon contra la multitud, lo que abrió paso a una escalada de la violencia.
"Yo estaba en medio de la muchedumbre cuando se aproximó a nosotros un camión lleno de jóvenes que gesticulaban nerviosos", dijo a IPS Edit, una de las estudiantes de hace medio siglo.
"Comenzaron a gritarnos que en los alrededores de la radio estaban masacrando a los estudiantes y que debíamos defendernos, que necesitábamos armas", recordó.
Un día después, se desató la revuelta armada contra la policía secreta y los soldados soviéticos apostados en Hungría. Incluso muchos comunistas y soldados húngaros se unieron a los revolucionarios.
El comunista y reformista Imre Nagi fue designado primer ministro de un gobierno multipartidario, y anunció la próxima convocatoria a elecciones libres y una apertura económica.
El entonces líder de la Unión Soviética, Nikita Jrushov, se opuso al principio a la intervención. Jrushov se había caracterizado por sus políticas de "desestalinización" y por alentar reformas en los países socialistas cercanos.
Pero la presión de los comunistas soviéticos de línea dura lo llevaron a cambiar de idea.
El principal giro de los acontecimientos, según la mayoría de los estudiosos, fue la declaración de neutralidad del flamante gobierno húngaro y la retirada del Pacto de Varsovia, lo cual, según temía la Unión Soviética, podría alentar el alejamiento de otros aliados.
El 4 de noviembre, los tanques soviéticos ingresaron en Hungría, aplastaron la revolución y condujeron a Imre Nagy a Moscú, donde a la postre fue ejecutado.
Tres décadas después, luego de la disolución de la Unión Soviética en 1991, Rusia, a través del entonces presidente Boris Yeltsin, pidió perdón a Hungría por esos acontecimientos.
"Las relaciones con Rusia son buenas. Nuestro problema era con la Unión Soviética, y los rusos de hoy toman distancia de ella", dijo a IPS Szabolcs Szerdahelyi, presidente de la organización no gubernamental Deprot-56, dedicada a investigar la frustrada revolución.
Pero en algunos sectores de la población persisten sentimientos antirrusos, y también el resentimiento por la inacción de Occidente en ese entonces.
"Fue confirmado de varios documentos. Estados Unidos no pensaba en apoyarnos. Al mismo tiempo, Radio Europa Libre radicalizaba el levantamiento y alentaba a los húngaros a seguir protestando en las calles", recordó Szerdahelyi.
Tal vez Washington no actuó entonces porque estaba ocupado con la crisis en el Canal de Suez, o porque "evitaba iniciar una tercera guerra mundial", agregó. Pero "esperábamos aunque sea una disculpa del presidente estadounidense por no ayudarnos".
La fallida insurgencia popular fue descripta durante años como una "contrarrevolución" en los discursos oficiales. En los partidos comunistas de Occidente el hecho provocó serios disensos con la Unión Soviética.
El legado de división persiste. Izquierda y derecha aún se muestran incapaces de conmemorar el aniversario juntos. El presidente húngaro Laszlo Solyom advirtió que "la memoria de 1956 no puede apoyarse en dos tradiciones que son contradictorias y mutuamente excluyentes".
La izquierda considera que se trató de un intento de reformar desde adentro el propio socialismo. La derecha, en tanto, cree que fue otra lucha histórica por la libertad y la independencia.
El primer ministro Ferenc Gyurcsány ha sido atacado por sus conversaciones privadas filtradas a la prensa en las que admitió, entre otras cosas, que mintió sobre el estado de la economía para lograr la reelección.
Budapest presenció entonces las mayores protestas callejeras desde 1956. Sin embargo, Gyurcsány fue confirmado en el cargo por el parlamento. (FIN/IPS/traen-mj/zd/ss/eu ip hd/06)