Sólo un accidente inimaginable puede impedir que el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva sea reelecto este domingo, pese a los escándalos que desfiguraron a su Partido de los Trabajadores (PT) y colocaron su gestión bajo bombardeo de la prensa y la oposición en los últimos 17 meses.
Cuatro encuestas nacionales hechas esta semana adjudican a Lula entre 61 y 63 por ciento de las intenciones de voto, en una sorpresiva recuperación después del tropiezo que significó la primera vuelta del 1 de octubre, cuando la repercusión del último escándalo aún favorecía a su actual oponente, el socialdemócrata Geraldo Alckmin.
Las incertidumbres persisten en torno a la investigación policial sobre el caso estallado el 15 de septiembre, cuando operadores de la campaña electoral del PT fueron detenidos con 1,7 millones de reales (783.000 dólares) presuntamente destinados a la compra de un dossier secreto con supuestas informaciones comprometedoras para candidatos opositores.
La policía parece acercarse a las fuentes del dinero ilegal, que incluye 248.800 dólares traídos de Estados Unidos. Por lo menos seis miembros y dirigentes del PT están bajo investigación, algunos de ellos allegados históricos de Lula, pero es improbable que se compruebe la participación o conocimiento del presidente, condición indispensable para su impugnación judicial o política.
Lula logró superar la erosión de su popularidad y la posición defensiva que había asumido ante las condenas morales de los opositores, luego de conocidos los resultados de la primera vuelta, que le dieron un triunfo insuficiente para la reelección.
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El mandatario movilizó a sus ministros y aliados, selló nuevas alianzas con líderes de los más diversos partidos, incluso opositores, y contraatacó acusando a Alckmin y a su Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB) de haber promovido privatizaciones gravosas y amenazar los programas sociales en marcha con sus planes de contener abruptamente el gasto público.
Las posiciones se invirtieron, forzando a Alckmin a pasar a la defensiva, a negar que privatizaría iconos nacionales como el Banco do Brasil y el consorcio petrolero Petrobras, o que pondría fin al programa Beca-familia, que beneficia a 11 millones de núcleos familiares pobres. Así, permitió a Lula obtener una abrumadora mayoría en las regiones del Nordeste y el Norte, según los sondeos.
"Mentira" es la palabra más repetida este mes por el candidato socialdemócrata, que fue incapaz de presentar cualquier novedad en su programa de gobierno para justificar cambios en el poder, ante un Lula que aparece como garante de una economía estable y generadora de empleos, y de políticas sociales que están reduciendo la histórica desigualdad brasileña.
En las elecciones de este domingo están en juego asimismo los gobiernos de 10 estados en los que tampoco hubo resultados definitivos en primera vuelta. La mayoría de los favoritos son aliados de Lula, otro factor que favorece su triunfo y puede contribuir a la gobernabilidad de su segunda gestión.
En la disputa del poder estadual, el PT y sus posibles aliados ya tienen asegurada la mayoría de los 27 estados brasileños. El partido, aunque debilitado por los escándalos de corrupción del año pasado y el caso del dossier, triunfó en cuatro estados y puede sumar otro este domingo, un récord en su historia iniciada en 1980.
Su mayor aliado, aunque dividido, el centrista Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), ya conquistó cuatro estados y disputa otros seis, con probable triunfo en tres de ellos, según las encuestas. El Partido Socialista Brasileño, un permanente y confiable apoyo con el que cuenta Lula, asumirá la gobernación de tres estados.
Además, la fuerza centrípeta de la Presidencia atrae a gobernantes de fuerzas opositoras. Blairo Maggi, electo gobernador de Mato Grosso, una potencia agrícola del oeste del país, se alió a Lula, rebelándose contra la dirección de su Partido Popular Socialista. Lo mismo hizo Roseana Sarney, favorita en la nororiental Maranhão y amenazada por eso de expulsión por el opositor Partido del Frente Liberal.
La inconsistencia partidaria se desnudó en estas elecciones, lo que ha fortalecido a quienes defienden una profunda reforma política y electoral en el país, inclusive para restringir la corrupción.
El PT necesita una "refundación" después de la crisis ética que acabó con sus dirigentes más importantes, proponen algunos de sus líderes que sobrevivieron y ganaron fuerza, como Tarso Genro, actual ministro de Relaciones Institucionales del gobierno, y Marta Suplicy, ex alcaldesa de la sureña ciudad de Sao Paulo.
El ex presidente Fernando Henrique Cardoso reconoció que su partido, el PSDB, también perdió consistencia. "Tiene que organizarse más, estructurar vínculos con la sociedad" y "ser más enérgico en la defensa de sus creencias", dijo en una entrevista a una red televisiva, comentando la virtual derrota partidaria.
Su crítica, no explícita, se dirige a Alckmin, que no defendió con decisión las privatizaciones ni la "responsabilidad fiscal" que marcaron los dos periodos de gobierno de Cardoso, entre 1995 y 2003.
El problema es que aquella administración aún despierta un fuerte rechazo en la memoria popular. En ese sentido, Cardoso fue el más importante sostén electoral de Lula, que insistió en comparar las dos gestiones, opinó Vera Chaia, profesora de política en la Universidad Católica de Sao Paulo, en entrevista concedida este viernes al diario Valor Económico.