El presidente de Estados Unidos, George W. Bush, y su secretaria de Estado (canciller), Condoleezza Rice, quizás creen estar rompiendo con 60 años de tradición diplomática en Medio Oriente, pero, para observadores regionales, sus últimas iniciativas son muy familiares.
Hoy, hasta los aliados de Washington en Medio Oriente, países árabes con regímenes sunitas autoritarios como Arabia Saudita, Egipto y Jordania, están cuestionando el supuesto compromiso de la Casa Blanca en "democratizar" la región.
Los esfuerzos de Washington para forjar una alianza entre esos países e Israel contra la supuesta amenaza de Irán traen recuerdos sobre la Guerra Fría (1948-1991) en general y sobre el primer año y medio de la administración del ex presidente estadounidense Ronald Reagan (1981-1989) en particular.
Por entonces, el objetivo era lograr un "consenso estratégico" entre Israel y sus vecinos árabes "moderados", incluyendo a Arabia Saudita, Egipto, Jordania y otros países del Golfo, en oposición a la "problemática" Unión Soviética y a su principal aliado en la región: Siria.
El segundo objetivo de esa estrategia era contener la revolución islámica en Irán, así como a la guerra de ese país con Iraq (1980-1988), conflicto que en palabras del principal defensor del "consenso estratégico", el entonces secretario de Estado Alexander Haig, expuso "profundas rivalidades y animosidades históricas".
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Haig se refería a los enfrentamientos entre chiitas y sunitas, que temía se propagaran a todo Medio Oriente.
La suposición detrás del "consenso estratégico" era que los países árabes estarían más dispuestos a resistir supuestas amenazas de Moscú y Teherán que las de Israel.
Con expresiones que hoy suenan familiares, William Safire, columnista del periódico The New York Times, escribió en mayo de 1982 que "países árabes que antes se reían de la exhortación a dejar de lado el conflicto con Israel para abocarse a la amenaza soviética, ahora están en pánico por el peligro iraní, sobre todo porquen saben que los ayatolás tienen una peligrosa alianza con los soviéticos".
"Temen que el eje Unión Soviética-Irán-Siria pueda tragarse a Kuwait, derrocar al rey de Jordania y estimular la subversión en los campos petroleros sauditas", añadió.
Como sus herederos neoconservadores de hoy, Safir afirmó entonces que los temores árabes hacia Irán debían ser aprovechados por Estados Unidos para forzarlos a ceder en sus demandas a Israel para que se retire de los territorios ocupados.
Este argumento fracasó, especialmente luego de que Israel lanzó una invasión a gran escala contra Líbano un mes después, respaldado por la administración de Reagan, y rechazó el llamado Plan Fahd.
Esa iniciativa saudita, aprobada por la Liga Árabe en septiembre de 1982, ofrecía la paz a Israel a cambio de que ese país desmantelara las colonias judías, regresara a las fronteras previas a la guerra de los Seis Días en 1967 y reconociera los derechos nacionales palestinos.
"El santo grial de la política estadounidense en la región ha sido siempre intentar convencer a los árabes que se olviden del conflicto con Israel y en cambio se concentren en otra amenaza", dijo Gary Sick, experto en Irán y el Golfo de la Universidad de Columbia.
"Si crees que no puedes o no estás preparado para afrontar la disputa árabe-israelí, entonces tratar de convencer a los árabes de que deben subordinarlo a otros asuntos estratégicos es una idea muy atractiva", añadió.
Precisamente, ése parece ser el pensamiento del gobierno estadounidense hoy. Rice acaba de realizar una gira por las capitales árabes "moderadas" en busca de apoyo a su campaña para obligar a Irán que congele sin condiciones su programa de desarrollo nuclear que, según Washington, significa una gran amenaza no sólo para Israel, sino para todo Medio Oriente.
Rice revela en sus declaraciones estar convencida de que los árabes están suficientemente asustados de Irán y de la emergente "media luna chiita" como para no insistir en sus demandas a Israel, más recientemente incluidas en otra iniciativa de paz saudita adoptada en la cumbre de la Liga Árabe de 2002.
Ese temor se expresó en las críticas hechas por Arabia Saudita, Egipto y Jordania al movimiento chiita libanés Hezbolá (Partido de Dios), respaldado por Irán, pocos días después que estallara el conflicto con Israel en julio.
Los informes de reuniones sin precedentes entre el primer ministro israelí Ehud Olmert y al menos un alto funcionario de gobierno saudita parecen dar a entender que se intenta forjar un nuevo "consenso estratégico" contra Irán.
Sin embargo, la iniciativa no prosperará, según algunos analistas.
Los árabes "saben que tienen que convivir con Irán, que ese país no se irá de la región. No es como a inicios de los 80, cuando los mulás intentaron propagar su revolución islámica", dijo Robert Hunter, experto en Medio Oriente del centro académico RAND Corporation.
"La preocupación hoy es más geopolítica que ideológica. Además de su apoyo al Hezbolá y algunos roces aquí y allá, Irán no ha sido especialmente agresivo hacia esos países", añadió.
Mientras las ambiciones de Irán de extender la revolución islámica se moderaron desde los años 80, Washington sigue subestimando las demandas árabes para una solución del conflicto palestino-israelí.
"No hay ninguna duda de que hay personas en el Golfo, especialmente, que están muy preocupadas por Irán, pero la idea de formar parte de una alianza con Estados Unidos e Israel no es políticamente muy atractiva", afirmó Michael Hudson, especialista en Medio Oriente de la Universidad de Georgetown.