ÁFRICA AUSTRAL: Guerra al hambre no siempre requiere comida

Investigaciones realizadas en dos países de África austral muestran que la asistencia en forma de dinero a la población más pobre previene el hambre y también el empobrecimiento.

Varias organizaciones internacionales realizaron investigaciones en Malawi y Zambia para medir las consecuencias de la entrega de dinero en la vida de las personas más pobres.

Los estudios se presentaron en una conferencia realizada el lunes y el martes en una localidad cercana a Johannesburgo.

El encuentro fue organizado por la organización internacional para el desarrollo Oxfam, la no gubernamental Red sobre Pobreza Regional en África Austral, con sede en Pretoria, y el Programa de Vulnerabilidad y Hambre Regional, que cuenta con el respaldo de los gobiernos de Australia y Gran Bretaña, con sede en Johannesburgo.

Una de las investigaciones presentada en la conferencia por Stephen Devereux, de la Universidad de Sussex, reveló que la asistencia en dinero mejora la vida y el sustento de los beneficiarios directos e indirectos a la vez que estimula las economías locales.

Devereux trabaja en el Centro de Protección Social de la universidad británica.

Esas transferencias tienen potencial para resolver las necesidades de desarrollo establecidas en la Nueva Asociación para el Desarrollo de África (Nepad), los Objetivos de Desarrollo de las Naciones Unidas para el Milenio y el Plan de Desarrollo Estratégico Regional de la Comunidad de Desarrollo de África Austral.

Un factor importante que determina el éxito de los subsidios en dinero se refiere a si los destinatarios utilizan los fondos en productos esenciales. Las investigaciones piloto refutan el estereotipo de que la seguridad social vuelve a la gente irresponsable.

Según la investigación realizada por Oxfam en Zambia, los hogares beneficiarios de subsidios gastan entre 85 y 95 por ciento del dinero en alimentos, mientras otra, actualmente en curso y encabezada por el gobierno de ese país, encontró que se gastan entre 80 y 90 por ciento en comida.

Ian Mashingaidze, del Programa Mundial de Alimentos (PMA) de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), obtuvo porcentajes un poco más bajos en un proyecto realizado en Malawi en 2005. Los hogares gastaban entre 50 y 60 por ciento de los montos asignados en alimentos.

Parte del problema que tuvo la investigación del PMA fue la inflación causada por el crecimiento exponencial del precio del maíz, que aumentó 145 por ciento, debido a una crisis alimentaria provocada por la sequía.

Pero la evidencia en este caso, así como en otros, no sugiere que la ayuda en dinero provoque un aumento de los precios.

Otro importante factor del éxito de estas políticas, revelado por el proyecto del PMA, es el género.

Según esa investigación, los hombres serían más propensos a utilizar el dinero en artículos no esenciales, indicó Mashingaidze. Cuando el hombre y la mujer toman la decisión en conjunto, los fondos se utilizan para comprar alimentos.

Las beneficiarias señalaron que preferían comida en lugar de dinero porque sus esposos no se la quitaban, lo que sí podía suceder con el efectivo.

El proyecto Distribución de Dinero y Alimentos (FACT, en inglés) realizado en Malawi por la no gubernamental Concern Worldwide también concluyó que los hombres gastan el dinero en alcohol y sus otras esposas.

Los hogares con una mujer como jefa de familia tienden a destinar más el dinero a comida que los encabezados por hombres.

Por eso se recomendó la sensibilización de los varones y la entrega del efectivo a las mujeres para equiparar los desequilibrios en las relaciones de poder en el seno de los hogares.

El economista indio y premio Nobel de Economía Amartya Sen identificó cuatro factores que afectan el acceso de la población a los alimentos y por lo tanto la vuelve vulnerable al hambre: producción inadecuada, dificultad para encontrar trabajo o salarios insuficientes, ausencia de bienes para vender o su pérdida de valor, y falta de ayuda informal, de la familia o amigos, y del respaldo institucional del Estado. Devereux aplicó esas categorías al problema del hambre en África austral.

Las impredecibles variaciones de las lluvias en la región son responsables de una producción insuficiente de alimentos, que provoca cada año escasez de comida en los hogares. Los agricultores tratan de minimizar el riesgo, pero terminan invirtiendo menos y profundizando el estancamiento del sector.

Pero aun con abundantes precipitaciones, muchos hogares tienen dificultades.

Devereux llevó adelante una encuesta que demostró que sólo 23 por ciento de los hogares de Malawi habían logrado en 2000 ser autosuficientes o tener excedentes de alimentos, a pesar de que fue un año extraordinario para la producción de maíz.

Esa situación se explica por el limitado acceso a la tierra, el agua, los fertilizantes, las semillas, los créditos y el empleo.

Las oportunidades de trabajo son pocas, aún en un buen año.

Cuando las cosechas no son buenas, muchas más personas buscan trabajo pese a la menor demanda de mano de obra precisamente por la caída de la producción. A la vez que caen los salarios reales lo hacen las oportunidades de trabajo zafral pues los agricultores de África austral que antes ofrecían empleo ahora lo están buscando.

Los precios de los alimentos en esta región varían de una estación a otra alcanzando su punto más bajo justo después de la cosecha anual, cuando hay abundantes suministros, y el más alto antes de la cosecha anual cuando son escasos, según Devereux.

En esos momentos, los hogares pobres venden sus bienes: ropa hasta animales y hasta aparatos de radio.

El consecuente exceso de esos bienes hace que los precios caigan, por lo que las familias obtienen por ellos menos dinero que su valor de mercado.

Eso contribuye a un mayor empobrecimiento, en especial cuando se venden bienes de producción tales como herramientas. Esas estrategias de remate introducen a las familias en un ciclo de vulnerabilidad, según Devereux.

Por último, la capacidad de las comunidades de África austral de respaldar a sus miembros más vulnerables está decayendo. Eso se debe al mal tiempo y las consiguientes cosechas deficientes, al impacto del sida, la liberalización del mercado y sus repercusiones negativas en la economía y los cambios sociales.

En este contexto, el factor individual más determinante del éxito de la ayuda en dinero es, según Devereux, que los beneficiarios tengan acceso al mercado para comprar bienes y alimentos.

Si los mercados son accesibles, las transferencias son una buena forma de reducir la brecha entre la escasa producción de alimentos de los hogares y sus necesidades.

El dinero en efectivo también alivia el desempleo, pues al crecer la capacidad de los beneficiarios de adquirir bienes y servicios se crea un mercado para esos bienes y servicios, lo que a su vez puede generar trabajo.

Además, esos subsidios hacen que las familias que viven en la indigencia sean menos proclives a vender sus pocos bienes obtenidos con enormes dificultades.

Para asegurar resultados óptimos, gobiernos y donantes deben ser sensibles a las necesidades de los beneficiarios. El proyecto del PMA combina asistencia en dinero e infraestructura mientras que el de FACT incluye alimentos y efectivo.

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