Nada puede ser más erróneo que la imagen de la vida en Irán proyectada por la prensa occidental, de hombres barbados que arrojan piedras a las embajadas y de mujeres agobiadas por pesados velos negros.
De cerca, la vida en Irán ofrece un panorama mucho más colorido y vívido, aunque el establishment religioso hace todo a su alcance para que la nación coincida con la imagen predominante en el extranjero.
"En un régimen autoritario que intenta controlar aun los ámbitos más íntimos, la gente tiene una doble vida. Usan máscaras en público para encajar. Pero, en privado, viven la vida que quieren vivir", dijo un analista que solicitó reserva de su identidad por temor a posibles represalias.
"El Estado islámico pergeñado por el sector conservador y de línea dura quiere controlar cada aspecto de la vida. Lo que la gente crea o piense, las relaciones personales, lo que miran o leen… todo debe ser aprobado por el Estado", añadió el informante.
Existe una razón histórica, muy enraizada en el credo chiita, rama del Islam que practican la mayoría de los iraníes y que es la religión oficial desde la revolución de 1979, para la "doble vida" a la que aludía este analista.
"El chiísmo, muy combatido por la autoridad a lo largo de la historia, siempre predicó que en tiempos de represión, cuando la práctica de la fe implica un peligro personal, uno puede ocultar sus creencias y fingir que adhiere a la religión oficial", explicó el analista.
"Este razonamiento ayuda a justificar el divorcio mental entre lo público y lo privado. Pero, al parecer, los más jóvenes están cansados de la doble vida y quieren dejarla atrás", añadió.
"Los jóvenes quieren ser individuos, no sumergirse en la multitud. Tratan de exhibir sus diferencias. Es una reacción ante la presión para que se amolden a la imagen obligatoria. Y no se conforman más con vivir libres dentro de los confines del hogar, como las generaciones anteriores", dijo un activista estudiantil.
Durante el gobierno anterior, encabezado por el moderado presidente Mohammad Jatami, se alivianó la presión sobre la vida privada. Los centros culturales municipales eran escenario frecuente de conciertos musicales y exposiciones artísticas.
Los periódicos y revistas privadas se exhibían en la vía pública y aumentó el público usuario de televisión satelital e Internet. Se levantaron las prohibiciones que pesaban sobre ciertas películas y libros. Varias organizaciones no gubernamentales se crearon, alentadas por el propio gobierno.
Al mismo tiempo, la población dejó de tomar en cuenta el rígido código de vestimenta. Los cybercafés y los bares para el público juvenil, reprimidos antes por los religiosos por considerarlo una corruptora influencia occidental, surgieron como hongos.
Con el retorno al poder de la derecha religiosa en junio de 2005, renació la presión de clérigos y militantes. Corregir el comportamiento del público se trepó entre las prioridades de los poderes del Estado y la policía.
Las autoridades lanzaron varios embates hacia las libertades personales: una campaña contra la televisión satelital, el control estricto de los códigos de vestimenta, la negativa a la autorización de impresión de libros, la prohibición de películas y obras teatrales y los filtros aplicados a Internet son algunos ejemplos.
"La televisión estatal está llena de programas con mulás (clérigos) que predican el uso del chador negro para las mujeres. No son nada entretenidos. Me gustaría ser libre de elegir qué mirar, qué vestir, qué leer", se lamentó un técnico de 19 años que dijo llamarse Arash y prefirió mantener su apellido en reserva.
"Las cosas vuelven gradualmente al estado en que estaban en los viejos tiempos. Aún no se nota mucho. Mis padres dicen que, en los primeros días de la Revolución Islámica, sólo se admitía la música clásica y las canciones revolucionarias", dijo Arash.
"Pasaron unos pocos años para que la música pop se volviera aceptable para el establishment. Ahora vamos por el mismo camino, pero en reversa, y creo que llegaremos al punto de partida", pronosticó.
El código de vestimenta siempre fue el signo más obvio y visible de "conformidad", y los conservadores reclaman que la policía y otras fuerzas de seguridad se encarguen de hacerlo cumplir.
En las universidades y escuelas, su observancia ya es más estricta, luego de muchos años de tolerancia.
El verano boreal comenzó en Teherán con llamados de alerta a las mujeres. Policías femeninas que visten amplios velos negros sobre su uniforme se apostaron en algunas de las avenidas más concurridas para invitar a las mujeres a hacer gala de virtud.
Los fabricantes y vendedores de indumentaria femenina fueron apercibidos contra la ropa ceñida y las faldas cortas, e incluso se organizaron dos "desfiles de moda islámica" para indicarle al público el límite de lo aceptable.
"El mes pasado, 63.000 personas recibieron 'asesoramiento correctivo' y firmaron compromisos de acatamiento del código de vestimenta. Más de 1.100 vehículos fueron requisados por uso de equipos de música a alto volumen o por dar aventones a mujeres inapropiadamente vestidas. Los automóviles permanecerán incautados de uno a tres meses", dijo un alto funcionario policial al diario reformista Etemad Melli el 28 de agosto.
Pero la propaganda estatal y los controles no han sido muy efectivos, al menos en lo que a vestimenta se refiere.
En Teherán y en la mayoría de las restantes ciudades, se ven menos "conformistas" que "inconformistas". La situación es muy diferente en Qom, la capital religiosa de Irán, donde a hombres en mangas de camisa o a mujeres sin velo les resulta imposible ingresar en muchos lugares.
Pero las muchachas con ropa colorida y maquilladas son un paisaje habitual de las grandes ciudades, centros turísticos y, en menor medida, en pequeños poblados.
Hombres jóvenes de barba recortada o pelo largo no son difíciles de encontrar en lugares como el centro comercial Golestan, en el occidente de Teherán. Y tampoco es poco frecuente que los policías los arresten.
Casi 70 por ciento de la población iraní es menor de 30 años. Y más de 60 por ciento del estudiantado universitario se compone de mujeres, cuando eran apenas 34 por ciento antes de la Revolución Islámica de 1979.
Muchos conservadores están al tanto de la demanda de libertad de los más jóvenes. En su campaña electoral, el presidente Mahmoud Ahmadinejad dijo que su gobierno no interferiría en la vida privada o en la vestimenta.
Al asumir el cargo, Ahmadinejad intentó mejorar su imagen permitiendo a las mujeres ingresar en espectáculos deportivos, si bien en espacios separados del público masculino. Un día después debió anular su propio decreto: clérigos de Qom advirtieron que la presencia de mujeres en los partidos de fútbol era inapropiada y corruptora.
"Ningún gobierno debería interferir de este modo en la vida de la gente", dijo Elnaz, una secretaria de 23 años. "Del mismo modo que hay gran variedad de gustos en materia de música, libros y televisión, debería haber libertad para elegir la ropa. ¿Por qué no hacer una consulta al respecto en las urnas?"
Un analista, que también solicitó reserva de su identidad, advirtió que "la represión social añade una nueva dimensión a los problemas ya existentes", que ocupan "al régimen en varios frentes externos e internos".
"Pero la historia de Irán nos demuestra que estos enfrentamientos no son más que una guerra de desgaste, y que, al final, el Estado cede a la presión popular. El Estado islámico no puede forzar un cambio para el cual la gente no está genuinamente preparada".