Quince miembros de la organización islamista armada Mujaidín Hizbul visitaron a Lal Faqir para felicitarlo por el martirio de su hijo Bahar Alí, de 23 años, muerto en Afganistán al estrellar un automóvil cargado de explosivos contra un vehículo de la OTAN.
"No siento remordimientos por lo que hizo mi hijo. Es la forma más fácil de obtener la bendición del Dios Todopoderoso y entrar al paraíso", dijo Lal Faqir a IPS, tratando con desesperación de ocultar la profunda pena por haber perdido a su hijo el mes pasado.
Ali era tranquilo, aunque religioso hasta la médula, dijo su padre. Dejó a su familia hace dos años para integrarse a la jihad (guerra santa islámica), en Cachemira, el territorio indio de mayoría musulmana en la frontera con Pakistán y objeto de disputas históricas entre ambos países.
"Hace unos seis meses volvió, pero se fue al día siguiente. Llamó una sola vez diciendo que estaba en algún lugar de Afganistán y se encontraba bien", relató su padre.
Todo comenzó hace seis años, cuando un grupo de mujaidines (combatientes islámicos) visitaron el gimnasio frecuentado por Ali y sus amigos y predicaron la necesidad de aprontarse para la jihad.
Poco después, Ali era uno de los cientos de suicidas potenciales que uno de los comandante del movimiento islamista Talibán, el mulá Dadullah, había dicho disponer para enfrentarse con las fuerzas de Estados Unidos y sus aliados en Afganistán.
La truculencia y contundencia de los combatientes preparados por Dadullah saltaron a la luz con el asesinato del gobernador de la oriental provincia afgana de Paktia, Hakim Taniwal, y de otras dos personas en un atentado suicida el domingo.
Al otro día, otro ataque perpetrado en su funeral se cobró la vida de seis personas más.
El 8 de septiembre, un atacante suicida estrelló su automóvil cargado de explosivos contra un convoy militar estadounidense asesinando a 16 personas en el esterilizado centro de Kabul.
El día anterior, otra caravana había sido blanco de otro atentado en la sudoccidental provincia de Kandahar, pero sin que se registraran víctimas.
Muchos de los reclutas de Dadullah proceden de localidades como Charsadda, a 35 kilómetros al norte de Peshawar.
Se trata de aldeas de la etnia pashtun, cerca de la porosa frontera afgana, que se convierten en refugios naturales de los talibanes, así como en plataforma de lanzamiento para el regreso de esa organización al gobierno de Afganistán, que ejerció entre 1996 y 2001.
El dirigente nacionalista y cirujano pediátrico Said Alam Mahsud, del izquierdista Partido Pakhtunkhwa Milli Awami, responsabilizó a los servicios secretos pakistaníes de fomentar la actividad mujaidín.
Ali albergaba un intenso odio por Estados Unidos y sus aliados, en especial tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 contra Nueva York y Washington y comenzó la "satanización" del Islam, dijo su solitario y cercano amigo Farooq Asmat.
"Dijo que daría su vida por vengarse de las fuerzas estadounidenses por el asesinato de musulmanes inocentes", relató Asmat.
Ali no era el único atacante suicida que apuntaba a las tropas de la coalición en Afganistán.
El 22 de julio Aminullah, de 23 años, se mató junto a otro atacante suicida al estrellar el automóvil que conducían contra un vehículo de la coalición en Kandahar. Asesinó a dos soldados canadienses e hiriendo a otros ocho.
El joven dejó una carta para su familia que decía: "No derramen lágrimas por mí. Éste fue el sueño de toda mi vida: pelear por la jihad y abrazar el shahadat (martirio). Voy a una misión suicida y lo hago por voluntad propia. Puede que no vean mi cuerpo, no se entristezcan. Así lo quise."
Al igual que Ali, la familia recibió la noticia de su muerte en las primeras horas del 5 de agosto cuando un llamado en la puerta los golpeó con dureza.
Para la gente de la aldea de Aminullah, Shabqadar, a 35 kilómetros al norte de Peshawar, la noticia fue impactante. "No era de ese tipo de gente", dijo su primo Karim.
Aminullah, hijo de un soldado retirado del Cuerpo Fronterizo, siguió los pasos de su padre y se unió a las fuerzas de seguridad. Su última destino en ese carácter fue en Balakot, en el distrito de Mansehra, devastado por un terremoto el año pasado.
No queda claro si Aminullah desertó o renunció, pero, según le relató a su familia, había abandonado esas fuerzas hace seis meses para unirse a la comunidad de predicadores Tablighee Jamaat.
El primo de Aminullah dijo que el joven se comunicó por teléfono con su familia 15 días antes de morir, desde Quetta, capital de la sudoccidental provincia pakistaní de Balochistán.
"Sus hermanas y su madre le suplicaron llorando que regresara", recordó su primo Karim. "Nadie de la familia sabía lo que estaba tramando. Nunca consultó a nadie ni comentó sus intenciones con ningún familiar. Se lo hubiéramos impedido."
En la nota que le fue entregada a su familia Aminullah expresó su compromiso con el "martirio". "Nadie me obligó. Si Alá me hubiera dado mil vidas, las habría sacrificado a todas mil veces."
Curiosamente, ni Ali ni Aminullah fueron a las madrassas, escuelas religiosas consideradas un semillero de combatientes islámicos.
Funcionarios de seguridad alertan que el número de atacantes suicidas potenciales para actuar en la intranquila provincia pakistaní de Waziristán y en zonas adyacentes del sur de Afganistán podría llegar a varios cientos. El alarde del mulá Dadullah no era pura fanfarroneada.
"La fuerza del entrenamiento de mártires radica en el adoctrinamiento religioso: motivar a los posibles atacantes suicidas a morir por Alá", señaló un funcionario.
Los mártires reciben clases para manejar automóviles y motos y se les proporcionan chalecos o vehículos cargados con explosivos. "Lo único que se les pide es que presionen un botón o tiren de un seguro. Es tan simple como eso. No se necesita una academia para formar suicidas", añadió. (FIN/IPS/traen-vf-mj/ay/rdr/ap ip hd cr/06)