Tras cuatro años de tregua, Sri Lanka está otra vez al borde de una guerra civil entre los Tigres para la Liberación de la Patria Tamil y el gobierno del presidente Mahinda Rajapakse.
Una manifestación pacífica en Sri Lanka, que congregó a monjes budistas, monjas y sacerdotes católicos y líderes hindúes y musulmanes, terminó en una riña porque exaltados monjes budistas a favor de la guerra irrumpieron en el acto.
Al grito de "no a la guerra", los manifestantes se abrieron paso el jueves hacia un parque de la capital donde sus discursos terminaron abruptamente.
Monjes a favor y en contra de la guerra se golpeaban y empujaban, en una versión reducida del conflicto étnico sin sentido que desde hace dos décadas enfrenta a la mayoría cingalesa y budista con la minoría tamil e hindú.
El conflicto ya causó 65.000 muertes y no se vislumbra un final, y la mayoría de los ciudadanos parecen haberse resignado a las brutalidades cotidianas y a las violaciones a los derechos humanos.
El presidente Rajapakse fue elegido en noviembre gracias al apoyo de monjes budistas de línea dura y grupos procingaleses ultranacionalistas.
El ejército informó el jueves que mató al menos a 93 tigres tamiles en enfrentamientos del norte del país.
Pero, como siempre, los civiles fueron los más afectados. Desde que se reanudaron las hostilidades en diciembre, de los más de 1.000 muertos registrados más de 600 eran ciudadanos comunes, según la misión de paz de los países nórdicos que supervisa la tregua, acordada en febrero de 2002, que ha tenido a Noruega como principal protagonista.
En los últimos meses se han registrado numerosos ataques premeditados contra civiles desarmados.
En enero, cinco jóvenes tamiles fueron ejecutados en la nororiental ciudad portuaria de Trincolamee, bastión de los tigres, y en junio otras 64 personas fueron apuñaladas en la central ciudad de Kapathigollawa.
Una semana antes, cuatros miembros de una familia murieron apuñalados en la septentrional ciudad de Mannar.
Resulta difícil evaluar la cantidad de muertos y adjudicar responsabilidades ante la actual ola de violencia desatada en las cercanías de Trincomalee.
Diecisiete trabajadores de la organización humanitaria francesa Acción contra el Hambre fueron asesinados con tiros de gracia en en la oriental ciudad de Muttur, donde hace tres semanas se enfrentaron el ejército srilankés y los tigres. Al menos otras tres docenas de personas habrían muerto mientras escapaban de la violencia.
"Llegó la hora de pensar cuántas vidas más vamos a perder de esta forma", dijo el jueves en la manifestación el sacerdote católico Kumar Illangasinghe.
La guerra que ya lleva 20 años sólo ha servido para polarizar más a las dos comunidades en conflicto.
El partido radical procingalés Frente de Liberación Popular (FLP) organizó una manifestación la semana pasada para reclamar acciones militares más duras contra los tigres.
"No creo que nadie defienda la violencia como solución para este problema. Si amas la paz no querrás más combates. Nadie está más a favor de esto que el propio Buda", comentó Kumburugamuwe Vajira Thero, monje budista y académico.
Cada vez son más raras las interpretaciones progresistas del mensaje de Buda entre los propios budistas, muchos de los cuales creen que negociar con los tigres tamiles carece de sentido.
"La respuesta al terrorismo es el terrorismo. ¿Dónde estaban estos pacifistas cuando mataban a nuestros soldados? Solo salen a la calle cuando mueren terroristas", dijo Gangodawatte Chanasara Thero, líder del grupo de monjes de la Federación Nacional Bikkhu que perturbaron la concentración del jueves.
El partido Jathika Hela Urumaya, representado por monjes en el parlamento y respaldado por la Federación, apoya al gobierno de Rajapakse, al igual que el FLP.
Si el presidente no cuenta con el favor de al menos uno de los dos partidos, especialmente el FLP, corre el riesgo de quedar en minoría.
Tanto el gobierno como los tigres se atribuyen unos a otros las crecientes bajas civiles.
"Los oficiales del ejército no puede aceptar que un niño soldado lo apunte con un arma. Tiene que repeler el ataque", declaró el ministro de Defensa Keheliya Rambukwella en respuesta a las acusaciones de que la fuerza aérea había bombardeado un orfanato y asesinado allí a 61 adolescentes mujeres.
El gobierno se defendió alegando que se allí se encontraban altos dirigentes de los Tigres.
Pero el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) —de la Organización de las Naciones Unidas (ONU)— contradijo al gobierno.
"Unicef visitó el lugar y cuatro hospitales y entiende que se trata de un hogar infantil clausurado. Las adolescentes de entre 16 y 19 años, de los distritos de Mullaithivu y Kilinochi, estarían participando de un taller de capacitación en primeros auxilios en ese sitio. Unicef visitó los hospitales y pudo ver que más de 100 menores recibían asistencia", dijo Junko Mitani, portavoz de la agencia de la ONU.
Los observadores reclaman una presencia internacional más fuerte en Sri Lanka, una medida seguramente cuestionada por los cingaleses de línea dura del sur que cada vez desconfían más de los extranjeros y las organizaciones no gubernamentales internacionales.
Por un lado, Rajpakse ganó las elecciones con una plataforma nacionalista cingalesa y su campaña se destacó por su férrea postura antioccidental, en especial contra Noruega.
Por otro lado, el actual presidente obtuvo una estrecha victoria sobre su rival Ranil Wickramesinghe, quien había prometido asignar algunos territorios a la minoría tamil y consiguió 48,43 por ciento de los votos. Su alta votación dejaba en evidencia que muchos cingaleses desean una solución pacífica del conflicto.
Pero en diciembre, el clamor de la guerra volvió a sentirse en Sri Lanka, con lo que se reanudó el ciclo de violencia. Los ataques de las fuerzas armadas en el norte y este del país fue respondido por los tigres con sus característicos asesinatos de altos líderes en la capital.
En abril, el comandante del ejército, Sarath Fonseka, fue gravemente herido en un atentado suicida y en junio fue asesinado su segundo, Parami Kulatunge.
En las primeras horas que siguieron al bombardeo del orfanato, los insurgentes amenazaron con represalias y cumplieron.
Un ataque suicida acabó con siete vidas en Colombo, entre ellas las de tres civiles. Los restantes cuatro eran oficiales que escoltaban al alto comisionado pakistaní, Bashir Wali Mohammed, a quien los separatistas apuntaron por considerar que Pakistán provee de armas al gobierno.
"El concepto de exterminio total de los opositores está enraizado en Sri Lanka como forma viable de terminar el conflicto", sostuvo la Comisión Asiática de Derechos Humanos en un comunicado de prensa en el que también reclamó la inmediata intervención de la ONU tal como sucedió en Nepal, donde hubo una masacre a principios de año.
Los intermediarios noruegos siguen tratando de que ambas partes respeten el cese del fuego, pero parece difícil después que los tigres declararon el pasado fin de semana que no tenía sentido discutir la paz con el gobierno de Rajapakse.
Además, la Unión Europea proscribió en mayo a los tigres, tras lo que cual el grupo decidió pedir a los representantes de la misión de paz que se retiraran de la isla. (FIN/IPS/traen-vf-mj/ap/rdr/ap ip pr hd cv/06)