POESÍA-COLOMBIA: Cargada de futuro

«¿Qué libro de poesía me recomienda comprar?», preguntó a IPS el mesero Nixon Madrid, de Medellín. Por estos días la poesía anda de boca en boca en esta ciudad de 2,2 millones de habitantes, enclavada entre montañas de la cordillera de los Andes, en el noroccidente de Colombia.

Del Festival Internacional de Poesía de Medellín, celebrado anualmente desde 1991 y este año entre el 24 de junio y este domingo 2 de julio, se dice que genera una especie de "aura colectiva" en los habitantes de esta capital del pujante departamento de Antioquia.

La primera vez, sus organizadores no aspiraban más que a festejar "Un día con la poesía" al aire libre, en lo alto del cerro Nutibara, que se yergue en el centro de un estrecho valle. En ese entonces, 13 poetas colombianos leyeron sus versos ante no más de 800 personas.

Para esa época, la ciudad venía de padecer por años atentados con bombas que explotaban en cualquier hora y lugar, en medio de la guerra entre carteles rivales de la droga.

El jefe del cartel de Medellín, Pablo Escobar (muerto en 1993) mantenía ejércitos de sicarios a los que premiaba por cada policía muerto. A su vez, en los barrios populares ocurrían casi semanalmente matanzas de jóvenes por sólo conversar en grupo en una esquina.

Antes de matar a políticos, jueces y defensores de derechos humanos por encargo de ultraderechistas y narcotraficantes, los sicarios adolescentes se encomendaban a la Virgen en la capilla católica de un poblado cercano. Ya habían sido exterminados a tiros o desaparecidos centenares de líderes de la Unión Patriótica (UP), surgida en 1986 de un acuerdo de paz con la guerrilla izquierdista. Antioquia, un fortín de ese partido, había puesto la mayoría de los muertos.

En la campaña para las elecciones de 1990 habían sido asesinados cuatro candidatos presidenciales, dos de ellos de la UP.

La ciudad había pasado por toques de queda que duraban semanas. "La gente no se reunía", dijo a IPS el director del festival, el poeta Fernando Rendón. "Escapad gente tierna que esta tierra está enferma", había pintado alguien afanosamente, a finales de 1990, a los pies de una escultura del artista colombiano Fernando Botero, nacido en Medellín.

Fue entonces cuando Rendón y un grupo de poetas decidieron "responder al constante deterioro del espíritu de la ciudad y a la oscuridad reinante" y, "con una gran motivación política", crearon el festival "para oponerle la belleza a la violencia".

El segundo festival duró una semana y 30.000 personas acudieron a oír a 37 poetas de América y Europa. Recuperar la ciudad ya era por entonces un propósito colectivo, y la alcaldía ayudó. El año siguiente, el encuentro quedó "protegido" por un acuerdo del Consejo Municipal de Medellín y Colcultura, la entidad nacional que fue convertida después en ministerio.

La prensa local calcula que en esta decimosexta edición 150.000 asistentes acudieron a oír a los 70 poetas que llegaron de 40 países. Dicen que el secreto del éxito del festival es que la gente de Medellín se siente orgullosa de ser anfitriona de creadores de un total de 134 naciones.

Y además, porque "esos poetas lo contagian a uno y uno quisiera como escribir", comentó a IPS Alba Cecilia Ospina, ingeniera de sistemas, tras un recital al aire libre en la estación de Metro del barrio El Poblado. "A unas niñas les oí decir 'Yo quiero ser poeta'".

El festival "se considera un fenómeno a nivel mundial, por el público de poesía que tiene", dijo a IPS la poeta saudita Huda Aldaghfag, quien tuvo gran acogida en su recital.

Y porque "eso hace revivir la poesía en el poeta", ella vino al festival para evaluar su obra ante un público diferente.

"El resultado con este público es más bello de lo que imaginé. Me gustó la variedad de edades y, claro, los géneros". En Arabia Saudita, "el público es separado, mujeres aparte y hombres aparte", agregó.

A Aldaghfag le gustó que en Medellín "la poesía se mezcla con el ruido de la gente en la calle, en las plazas, con los gritos de los niños. Esa es una experiencia nueva".

El jueves, Aldaghfag, además periodista cultural, acompañó a la poeta colombiana Mery Yolanda Sánchez a la parte alta de la Comuna Nororiental, donde las casas se apiñan por intervalos en una pobreza digna.

Arriba, en La Cruz, asentamiento de desplazados por la longeva guerra colombiana, Sánchez leyó al sol y al viento, en la cancha deportiva de una escuela, a niños, ancianos con bebés en los brazos y maestras.

De entre el público, un vecino de 18 años les leyó a su vez sus versos: "No hay que seguir callando los adjetivos", recitó. La comunidad de La Cruz no ha permitido el ingreso de las milicias ultraderechistas paramilitares, que en cambio dominan ya prácticamente el resto de las comunas, con un poderío invisible y al acecho. Las poetas y sus acompañantes tuvieron que subir a pie 15 minutos porque la vía estaba bloqueada por un derrumbe.

"Este festival es un espacio para la reflexión, tanto para los creadores como para las comunidades. No es que uno vaya para transformar una comunidad. Es que uno también se transforma", dijo Sánchez a IPS.

En estos años, según el director Rendón, en la llamada "capital de la montaña" ha habido "un gran cambio en la sensibilidad de los jóvenes. La poesía ha alimentado la certeza de que otra vida es posible".

"El ambiente (del festival) alimenta mucho a Medellín", coincidió por separado la ingeniera Ospina, y se preguntó cómo irá a ser el festival en un lustro. "Porque son los años los que traen los cambios. Esto es una semillita que nos va ayudando a seguir adelante".

Los recitales comienzan con dos o tres minutos de retraso. Al aire libre o en centros culturales y educativos, los poetas leen sus versos en el idioma original, hablando con amplificadores, y otros poetas traductores y lectores vierten al público sus interpretaciones en castellano.

La gente se arremolina para oírlos, los aplaude generosamente y hace fila para pedir autógrafos a los poetas, cuyos libros se venden en el hotel donde están alojados. Por el equivalente de seis dólares se venden las memorias del encuentro, recopiladas en un número doble de la revista Prometeo, impulsora del festival de poesía considerado el más grande del mundo.

El gobierno nacional ha reducido en los últimos años su aporte financiero al encuentro, mientras la alcaldía mantiene el apoyo. En la extensa lista de donantes figuran desde organismos de cooperación y fundaciones internacionales hasta empresas privadas, municipios vecinos, universidades y sindicatos.

En la noche previa a la inauguración del festival fue asesinado por sicarios en motocicleta el profesor de matemáticas Gustavo Loaiza, de 56 años, frente a la estatal Universidad de Antioquia en la que daba clases y una de las sedes del encuentro.

La lectura de poemas que se realizó allí fue dedicada a su memoria y al rechazo de recientes amenazas de muerte contra estudiantes y docentes de universidades públicas, por parte de ultraderechistas.

"Todos nos sentimos amenazados", dijo a IPS el poeta Gabriel Jaime Franco, segundo a bordo en la organización del festival.

"¿Querías que el poema sólo hablara en voz baja en medio de la tarde?", rezaba el jueves 29 de junio un cartel de 20 por 30 centímetros, pegado con puntillas a un árbol carbonero cerca de la Avenida la Playa, a un costado del Palacio de Bellas Artes.

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