PLÁSTICA-VENEZUELA: El color es vida, o viceversa

La primera fisicromía de Carlos Cruz-Diez, un rectángulo lleno de bastoncillos de cartón pintado, voló por los aires y formó una lluvia polícroma cuando la familia se acercó a verla en la casa-taller y uno de los niños tropezó con la obra. El maestro, ahora octogenario, aún se ríe al recordar ese episodio de 1959.

Un vídeo documental de 54 minutos titulado "La vida en el color", del cineasta venezolano Oscar Lucien, recoge la trayectoria vital del gran maestro del arte óptico y cinético del siglo XX, y comenzará a exhibirse desde el viernes 12 en salas y museos de Venezuela.

"Fueron 10 meses de investigación y trabajo de campo para recoger y ordenar vida, obra y conceptos de Cruz-Diez y su aporte, de la idea del color en el espacio", comentó Lucien a IPS. La película misma ahorra por momentos descripciones o palabras, pero no color.

Cruz-Diez, radicado desde hace décadas en Francia, forma con los fallecidos Alejandro Otero y Jesús Soto la tríada de venezolanos que desarrollaron el cientismo en la segunda mitad del siglo XX.

Policromías de Cruz-Diez adornan la sede de la Unión de Bancos Suizos, en Zurich, el bajo techo de la galería de la estación de San Quentin, en París, el Parque Olímpico de Seúl, el Jardín Botánico de Puerto Rico, el piso del aeropuerto de Caracas, vistosas plazas en ciudades de provincias venezolanas o espacios ganados por el arte en la gigantesca central hidroeléctrica de Guri, en el sudeste del país.

"Uno está bañado por el color y constata que el color se va modificando y transformando a medida que nos desplazamos en el espacio", dice Cruz-Diez al describir la percepción y el desplazamiento ante una de sus obras, "Cromosaturación".

En el documental, Cruz-Diez dicta una clase magistral para comprender la inflexión, el tránsito de lo figurativo a lo meramente cromático, a medida que va contando su vida, desde que nació en Caracas hace 82 años y descubrió, siendo muy niño, la fascinación por la reproducción infinita del color.

Su padre tenía una pequeña envasadora de refrescos, y el pequeño Carlos veía absorto la descomposición y proyección de la luz a través de las botellas coloreadas, o bien se fascinaba al poder multiplicar la estampa de los sellos de caucho que empleaba su progenitor en la contabilidad del pequeño negocio.

Cursaba la enseñanza secundaria cuando tomó la decisión de ir a la Escuela de Bellas Artes, hacia 1940, y pagó sus estudios con historietas e ilustraciones para catálogos y revistas. Ya adulto, trabajó la pintura figurativa, fuente de su mayor crisis artística.

Al despuntar la década del 50, Cruz-Diez comenzó a pintar escenas realistas de la pobreza rural y urbana de su país. Consideraba que "el deber del pintor es contar la historia de su tiempo. "Narré la miseria, pero pronto estuve ante el contraste de que los culpables de la miseria misma eran quienes compraban los cuadros", recordó.

Como primeras reacciones, varió los materiales usados, pintó figuras caricaturescas en vez de estilizadas y durante un tiempo dejó de pintar, pero su reflexión le llevó entonces a la decisión de no narrar sino "abrir otras posibilidades al discurso universal del arte", y a materializarlas, porque ha sido un trabajador incansable.

Rebelde por la dictadura que sufría Venezuela, la del general Marcos Pérez Jiménez (1948-1958), y ya casado, decidió irse a vivir a Francia, donde le recibió su entrañable amigo Soto y donde ha residido y trabajado por décadas.

Cuando diseñaba un catálogo para un museo neoyorquino encontró la variación del color en una página blanca que contrastaba con otra roja, a medida que la coloreada se acercaba o arqueaba respecto de su vecina. Entonces inventó los módulos o listoncillos que ha empleado en sus centenares de fisicromías.

Primero empleó cartón, luego plástico, finalmente aluminio. "Envidio a los pintores de caballete", confiesa Cruz-Diez, mientras en su taller parisino debe no sólo hacerse con los materiales para dar forma a sus obras, sino crear incluso las herramientas para cortarlos, moldearlos y armarlos.

Ha incorporado a sus hijos y hasta una nieta a su producción. Desparrama reflexiones y consejos para nuevos artistas: "El pintor debe vivir en la pintura, como el poeta en la poesía. Hay artistas que necesitan el tormento, yo necesito la paz", sonríe.

"Fue un proceso de aprendizaje. El documental deja incluso material para hacer un libro sobre este personaje generoso, vital, activo, pedagógico", sostuvo Lucien, quien prepara una traducción de "La vida en el color" al inglés y al francés para propiciar su empleo en televisoras y museos de Europa..

La pieza contiene una fugaz dramatización de la infancia del personaje y testimonios tanto del pintor como de sus hijos y de críticos o historiadores del arte como Ariel Jiménez, Pierre Arnaud y la galerista Denise René.

"Venezuela es un país de pintores", remata Cruz-Diez. "Hay actualmente unos 15 o 20 jóvenes que van a tener importancia, y la calle va a ser el gran soporte", vaticinó. (

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