En un año repleto de aniversarios redondos traumáticos para China, las fechas que el gobierno comunista elige conmemorar son muy representativas del gélido clima político nacional, extrañamente distinto al de su vibrante economía.
Las autoridades han elegido, por ejemplo, recordar el terremoto de la septentrional ciudad de Tangshan, uno de los desastres naturales más devastadores de la historia, que el 28 de julio de hace 30 años mató a por lo menos 240.000 personas.
El terremoto dejó al descubierto la debilidad y el aislamiento del país durante el régimen de Mao Zedong, iniciado con el triunfo de la Revolución China en 1949.
Pero Beijing también optó por olvidar el cuadragésimo aniversario del inicio de la Revolución Cultural, el 16 de mayo.
Esa calamidad hecha por el hombre y desatada por Mao (1893-1976) se tradujo en la persecución y muerte de cientos de miles, tal vez millones de personas, en un frenesí de difamaciones a diversas personalidades públicas, torturas y golpizas.
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Poco antes del aniversario del terremoto de Tangshan, medios de comunicación chinos solían invitar a expertos en control geológico para explicar cómo se prepara el país para hacer frente a desastres naturales.
A tales efectos, los periodistas aprovecharon el reciente edicto del gobierno según el cual datos como la cantidad de víctimas de desastres naturales ya no será considerados secreto de Estado.
No se permitió tanta libertad en el aniversario de la Revolución Cultural (1966-1976), un persistente tabú en China.
El Partido Comunista mantiene en reserva los archivos de aquellos tiempos. La prohibición generalizada de su divulgación fue impuesta a periódicos, televisoras, radioemisoras y sitios web.
El gobierno no realizó ninguna conmemoración acerca de la Revolución Cultural. Pero al evitar toda mención a ese censurado acontecimiento del pasado, el país afronta la posibilidad de que la historia se repita.
Consultado sobre el veredicto de la historia durante una conferencia de prensa la semana pasada, el portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores, Liu Jianchao, reiteró la frase oficial: la Revolución Cultural originó "10 años de caos".
"El veredicto sobre ese periodo histórico ya se alcanzó", dijo. "No hubo ningún cambio con respecto a eso."
Pero la Revolución Cultural no fue un accidente: casi todas sus incidencias fueron orquestadas desde el liderazgo comunista y contó con una cuidadosa planificación.
Mao apeló a la Revolución Cultural para aplastar a quienes dentro de su Partido Comunista habían criticado la política económica del periodo conocido como Gran Salto Adelante (1958-1962), que dio origen a una hambruna creada por el hombre, que se cobró 30 millones de vidas.
El 16 de mayo de 1966, Mao lanzó una circular que llamó a la lucha de vida o muerte contra los traidores que habían "tomado la carretera capitalista", como el presidente Liu Shaoqi y su futuro sucesor, Deng Xiaoping.
También urgió a los jóvenes estudiantes y a sus seguidores, la Guardia Roja, a liderar la persecución de "toda clase de enemigos".
Cientos de miles de intelectuales, artistas y miembros del partido liberal fallecieron en purgas y batallas entre facciones políticas, incluido el designado sucesor de Mao, Liu Shaoqi. Una reciente biografía de Mao escrita por Jun Chang y Jon Halliday estima en tres millones los muertos en esos 10 años.
El movimiento recibió el nombre oficial de Gran Revolución Cultural Proletaria, pero tuvo más que ver con la educación que con los trabajadores o las fábricas. Mao pidió a los estudiantes que destruyeran el sistema educativo y que terminaran con "las viejas ideas, la vieja cultura, las viejas costumbres y los viejos hábitos".
Los brotes más violentos en la capital ocurrieron en agosto, en lo que se denominó el "Agosto Sangriento". La Guardia Roja avanzó por todas las zonas y miles de personas murieron.
El historiador Wang Youqin, de la Universidad de Chicago, aseguró que 1.772 personas fueron asesinadas solo en la capital, muchas de ellas golpeadas mientras intentaban escapar de Beijing en tren.
"¿Por qué se nos prohíbe hacer duelo y conmemorar?", preguntó en su libro Wang, quien presenció la Revolución Cultural en Beijing.
"Porque los nombres y las historias de todas las víctimas demuestran el mal de la revolución", se respondió. "Borrando sus nombres y sus historias, uno puede disminuir la enormidad del mal y eliminar la responsabilidad de los líderes por los crímenes".
La sorprendente investigación de Wang, que recopila la historia de cientos de perseguidos, se titula "Víctimas de la Revolución Cultural: Un relato investigativo de la persecución, el encarcelamiento y el asesinato".
Este libro sólo podía publicarse en el exterior. El Partido Comunista mantiene prohibida la divulgación de todo estudio sobre la calamidad.
"No se nos permite hablar o escribir sobre las víctimas porque el cuerpo y el retrato de Mao Zedong todavía están en exhibición en la Plaza de Tiananmen", dijo Wang.
Pero también continúa el esfuerzo individual de investigadores siguen analizando el pasado, y reconstruyéndolo sobre la base de evidencias antes dispersas.
En septiembre se publicó en Hong Kong una osada versión de las atrocidades cometidas por el Partido Comunista durante los años de hambruna del Gran Salto Adelante.
"El Gran Salto Adelante: Los días amargos", contiene una foto nunca antes publicada de un campesino desfalleciente de hambre que asesinó y se comió a su propio hijo.
Los años del régimen de Mao siguen siendo un periodo tan crudo de la historia que los dirigentes actuales temen que permitir incluso una pequeña conmemoración pueda disparar llamados a la responsabilidad y pedidos de compensación de las víctimas.
Su temor se hizo palpable cuando censuraron un festival artístico en Beijing, ordenando eliminar una docena de pinturas que mostraban a Mao y referencias a los "periodos sangrientos" de su mandato.
La Revolución Cultural es el principal tema del Festival Internacional de Arte de Dashanzi, uno de los mayores acontecimientos de vanguardia de la capital, que este año se lleva a cabo desde el 29 de abril y hasta el 21 de mayo.
Pero tuvo que realizarse sin los retratos de Mao, eliminados por los censores.