La llamada telefónica con que el subsecretario de Estado estadounidense Nicholas Burns comunicó al canciller de Islandia, Geir Haarde, que las tropas del país norteamericano se retirarían de la isla fue considerada, en el mejor de los casos, un gesto descortés.
Los islandeses sabían que Estados Unidos consideraba reducir su presencia militar en su territorio, pero la decisión y el modo en que fue transmitida indignaron a muchos políticos, para quienes no correspondía comunicar una medida de tal envergadura por teléfono.
De todos modos, algunos políticos y dirigentes pacifistas aplaudieron la medida. Unos 1.200 soldados estadounidenses están apostados junto con sus familias en esta isla del norte del océano Atlántico.
"Para Islandia, esto es un punto de inflexión importante. Es una decisión digna de aplauso", dijo a IPS el parlamentario Ogmundur Jonasson, del izquierdista Partido Verde.
"Los islandeses deberíamos aprovechar esta oportunidad para examinar las bases de nuestra política" internacional y de defensa, agregó.
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Islandia carece de un ejército, pero durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) Gran Bretaña y Estados Unidos establecieron bases en el país. Los británicos se retiraron en 1941. Washington asumió entonces la responsabilidad de proteger el país.
La mayoría de los militares estadounidenses se retiraron al finalizar la guerra, pues el gobierno islandés rechazó el pedido de mantener una base militar por 99 años.
Pero permanecieron algunos cientos de efectivos para reparar y mantener aviones militares en ruta entre Estados Unidos y Europa.
Finalmente, en 1951, Estados Unidos e Islandia alcanzaron un acuerdo. Se refaccionó la base principal, se construyeron otras y aumentó el personal militar en la isla. Se reclutaron islandeses y la base contribuyó a generar un considerable ingreso a las arcas del país anfitrión.
Las fuerzas armadas estadounidenses también se hicieron cargo de mantener el aeropuerto internacional de Islandia, si bien aviones militares y civiles compartieron las mismas pistas e instalaciones hasta mediados de los años 80, cuando se construyó una nueva terminal civil.
Pero hoy, como admiten los propios funcionarios de Washington, las bases en Islandia son más bien una rémora de la guerra fría. Con la caída del campo comunista, se redujo la cantidad de aviones y personal militar estadounidense en este país.
Años más tarde, luego de los atentados que el 11 de septiembre de 2001 dejaron 3.000 muertos en Nueva York y Washington, pareció evidente que Estados Unidos tenía nuevas prioridades en materia de defensa y que las operaciones en la base se reducirían aún más.
En marzo de 2003, el gobierno de Islandia se dispuso a unirse a la "coalición de los dispuestos" que invadiría Iraq. Con ese fin, ofreció apoyo moral y ayuda para ubicar y desarmar bombas sin detonar luego de la guerra.
Pero más de 90 por ciento de los 300.000 ciudadanos se opusieron a esta decisión. Muchos la consideraron un intento por mantener contento a Estados Unidos, con el fin de conservar las bases.
Si fue así, no resultó suficiente.
La decisión de Estados Unidos tiene todo tipo de consecuencias en este país. Al menos 600 islandeses perderán el empleo, y quedará en peligro el de varios cientos más.
Los helicópteros de rescate de Estados Unidos, que salvaron las vidas de muchas personas, ya no volverán a estar disponibles. El aeropuerto podría volverse inutilizable, porque muchos elementos técnicos volverán al país norteamericano.
Islandia, además, debe resolver qué hacer con la base militar una vez que se concrete la retirada.
En otros países de los que Estados Unidos replegó sus tropas, dejó detrás suyo un legado de tierra contaminada, proyectiles, fragmentos de bombas y problemas ambientales.
La autoridad local de salud pública de Islandia está decidida a que esto no suceda esta vez, y demanda que el ejército realice una limpieza exhaustiva de las bases antes de abandonarlas.
Estados Unidos no está obligado oficialmente a retirar sus cuatro aviones de combate y su escuadrón de helicópteros antes del fin de septiembre, pero esto podría ocurrir mucho antes. Muchos soldados se proponen abandonar Islandia a fines del periodo escolar, a comienzos de junio.
Los estadounidenses prometieron que mantendrán su responsabilidad en la defensa de Islandia, pero no adelantaron cómo. La isla integra la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Si las negociaciones entre Reykjavik y Washington no conducen a ninguna parte, los islandeses podrían apelar a Europa.
Pero esto podría constituir una ocasión para independizarse.
"Necesitamos superar nuestras viejas maneras de hacer las cosas y darnos cuenta de que nuestra seguridad pasa no por cooperar con Estados Unidos o con otros países de la OTAN, sino más bien por desvincularnos de potencias militares y seguir una política de imparcialidad y justicia en la arena internacional", dijo Jonasson.