Más de 16 millones de ciudadanos peruanos elegirán este domingo gobierno y Poder Legislativo y 15 representantes al Parlamento Andino. Perú no había vivido una competencia electoral tan reñida desde que se reinstaló la democracia en 1980.
Todo indica que el candidato nacionalista Ollanta Humala ganará los comicios de este domingo, pero no la Presidencia: habrá segunda vuelta en mayo, según los datos divulgados por cuatro encuestadoras.
Pero tampoco hay certeza sobre quién enfrentará a Humala, si la derechista Lourdes Flores o el ex presidente socialdemócrata Alan García (1985-1990).
Según la última encuesta difundida por la Universidad de Lima a la prensa extranjera —el tribunal electoral prohíbe la difusión de sondeos hasta una semana antes de la votación—, Humala lidera las preferencias con 29,7 por ciento, le sigue Flores con 24,8 y García con 22,3 por ciento.
En cambio, para la empresa Datum la lucha es más fiera. Le asigna 26 por ciento a Humala y tanto a Flores como a García 24 por ciento cada uno.
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Todos están lejos de superar el 50 por ciento de los sufragios, proporción exigida por la ley para ganar la Presidencia en primera vuelta.
La posibilidad del triunfo de Humala ha creado inquietud entre los inversores nacionales y extranjeros porque el postulante anunció que su gobierno revisaría los contratos abusivos para las mayorías, elevaría el pago de impuestos de las compañías que exploten los recursos naturales e impondría un estricto control a la presencia de los capitales chilenos, de los más importantes en Perú.
El discurso antioligárquico y contra los políticos tradicionales que lo emparenta con los mandatarios Hugo Chávez, de Venezuela, y Evo Morales, de Bolivia, ha permitido a Humala, quien rechaza ser catalogado de izquierdista o socialista, superar a candidatos que han invertido mucho dinero en sus campañas.
En lo que coinciden casi todas las encuestadoras es en que Flores sufrió una disminución en la intención del voto y García creció hasta el punto de que entre ambos existe un empate técnico.
De las cuatro empresas que miden la opinión pública, tres señalan que entre Flores y García no hay una diferencia mayor de dos puntos. Para los estadísticos, en tales condiciones, el ex presidente podría pasar a segunda vuelta porque, a diferencia de la socialcristiana Flores, se encuentra en una tendencia ascendente.
También hay acuerdo entre las encuestadoras en que si hubiera balotaje entre el coronel retirado Humala y la abogada Flores, ésta ganaría con 46,6 por ciento frente a 41,3 del ex militar.
Pero Humala vencería a Alan García por enorme diferencia. Llegaría a 43,9 puntos porcentuales, mientras que García lograría 36,7.
Cualquiera que alcance la Presidencia tendrá dificultades para gobernar porque no contará con mayoría en el Congreso legislativo, cuyos 120 integrantes también serán renovados en los comicios de este domingo.
Humala cosecha mayores simpatías en las áreas más empobrecidas del país, sobre todo en los Andes del centro y del sur, además de la selva amazónica. En cambio, Flores cuenta con más respaldo en Lima y en las principales ciudades de la costa. García muestra más fortaleza en el norte y en algunas urbes andinas.
A diferencia de Humala y Flores, el ex presidente sustenta su campaña en una organización famosa por su maquinaria con 76 años de experiencia, el Partido Aprista Peruano —tributario de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) de Raúl Haya de la Torre—, que le permite contar con células en todos los rincones del país, fundamentales para cuidar sus votos.
Apenas en julio de 2005 Humala fundó su Partido Nacionalista Peruano, pero debió aliarse a Unión por el Perú para lanzarse a la Presidencia, porque no consiguió inscribir a su grupo en tiempo y forma.
Mientras, Flores se postula por Unidad Nacional, una alianza compuesta por el Partido Popular Cristiano y Solidaridad Nacional desde 2000.
El nacionalista Humala estuvo en el ejército hasta diciembre de 2004. Sus superiores lo pasaron a retiro porque públicamente cuestionó a las autoridades de su institución. Desde entonces inició una espectacular carrera política que en ocho meses lo ubicó en el primer lugar de las preferencias electorales de los peruanos.
Sin embargo, su figura está cuestionada por denuncias sobre su actuación en la represión militar de la guerrilla en los años 90. Humala es investigado por crímenes contra los derechos humanos cometidos en un destacamento antisubversivo en la selva amazónica.
Su caso es sólo comparable al del ex presidente Alberto Fujimori —preso en Chile y acusado en su país de diversos delitos—, quien en 1990 derrotó al escritor Mario Vargas Llosa en segunda vuelta, sin acreditar ninguna experiencia política previa.
Sin una organización partidaria, Fujimori construyó su gobierno de una década en función de las Fuerzas Armadas y del Servicio de Inteligencia Nacional.
Humala parece repetir la experiencia, porque su comando de campaña está constituido por ex militares, varios de los cuales tuvieron vinculación con el fujimorismo.
La decepción, la rabia y la desesperanza marcan profundamente las elecciones de este domingo.
Humala parece haber sabido captar la frustración de una mayoría de peruanos que no comprenden por qué no ha cambiado nada en su nivel de vida desde el año 2000, a pesar de que las exportaciones se duplicaron, la inflación se mantuvo en menos de dos por ciento anual, el producto interno bruto creció en un promedio de cinco por ciento al año y las reservas internacionales alcanzaron el récord de 14.200 millones de dólares.
La respuesta es que esos extraordinarios números en azul son como islas en un mar de pobreza.
El estatal Instituto Nacional de Estadística e Informática informó que la pobreza cayó a 48 por ciento, cuando era de 54 por ciento en 2001, pero el Banco Mundial calcula que son pobres 51,6 de los más de 26 millones de peruanos.
El único programa social importante fue inaugurado por el actual presidente Alejandro Toledo en 2005 para beneficio de 250.000 familias en extrema pobreza. En la práctica fue un acto simbólico.
La desigual distribución de la riqueza no ha experimentado ningún cambio significativo durante el gobierno de Toledo, cuya política económica sólo hizo mejoras a la implantada por Fujimori durante un régimen en el que disolvió el parlamento, suspendió a los partidos políticos, intervino el Poder Judicial y reformó la Constitución para ser reelegido.