En las primeras elecciones parlamentarias desde que se integró a la Unión Europea (UE) en 2004, la ciudadanía de Hungría confirmó en el gobierno a la coalición liderada por los socialistas, dejando a la oposición de derecha en una complicada situación.
Nunca antes, en los cuatro comicios legislativos celebrados tras la caída del comunismo en 1989, un gobierno había obtenido la reelección en este país de unos 10 millones de habitantes.
Los resultados de las elecciones, celebradas en dos etapas, el 9 de este mes y el domingo pasado, le dieron 210 escaños del parlamento a la coalición gobernante conformada por el izquierdista Partido Socialista Húngaro (MSZP) y por la liberal Asociación de Demócratas Libres (SZDSZ).
En tanto, el opositor derechista Partido Cívico Húngaro (Fidesz) obtuvo 164 legisladores, 11 el conservador Foro Democrático Húngaro (MDF) y el asiento que completa el Congreso unicameral será ocupado por un político independiente.
Observadores coinciden en que el Fidesz cometió demasiados errores, pero señalan que la mayoría de los cinco millones de votantes que acudieron a las urnas no sólo castigaron el estilo político de derecha, sino que también optaron por la continuidad, a pesar de los grandes desafíos afrontados por el país en los últimos años.
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Los socialistas son criticados por acumular un enorme déficit presupuestal, el mayor de la UE en proporción con la economía del país. También hay consenso en que el gobierno aún debe realizar una reforma radical en la salud y en la educación.
Por su parte, la derecha cuestiona al gobierno por no proteger a las familias húngaras y a las pequeñas y medianas empresas frente al capital extranjero.
Gran parte del mérito de esta victoria reside en la carismática figura de la izquierda, el primer ministro Ferenc Gyurcsány.
El líder socialista, de 44 años, apareció en la escena política húngara hace apenas dos años, con el propósito expresado de renovar al partido, donde el ex funcionario comunista Péter Medgyessi se había vuelto demasiado impopular.
Gyurcsány, quien admite tener como referencia a su par británico, Tony Blair, fue líder del sector juvenil del antiguo Partido Comunista y se volvió millonario durante la transición a la democracia parlamentaria, algo que es recordado constantemente por la derecha.
La campaña electoral se caracterizó por promesas populistas y con poco sustento económico, pero los socialistas lograron dar un mensaje optimista y una imagen de independencia ideológica, mientras que el Fidesz optó por un tono más polémico y pesimista, que no encontró eco en el público.
La atracción por el líder opositor Viktor Orbán es aún fuerte entre sus más antiguos seguidores, pero su estilo no logra convencer a nuevos votantes. El espectro de simpatizantes del Fidesz va desde los de centroderecha hasta los de extrema derecha. Estos últimos ahuyentan a muchos moderados.
Este político, quien había admitido la posibilidad de renunciar a la dirección partidaria en caso de perder en los comicios, vive ahora su momento más difícil, ya que acumula dos derrotas electorales consecutivas, y de seguro afrontará una gran presión por ello.
Pero muchos se preguntan qué clase de partido pasaría a ser el Fidesz sin Orbán.
"Él es la personalidad y el símbolo de la unidad para todos los movimientos que conforman el Fidesz", dijo a IPS el jefe de la oficina de relaciones exteriores del partido, Bába Iván.
"Su puesto está muy firme, pero dependerá de él si quiere cederlo", añadió.
Mientras al Fidesz parece entrar en un largo período de reflexión interna, uno de sus antiguos aliados disfruta una nueva vida. Los conservadores del MDF lograron ingresar al parlamento contra todos los pronósticos, e intentan imponerse como un partido autónomo en el escenario político húngaro.
Durante las dos semanas que precedieron a la segunda etapa electoral, Orbán intentó desesperadamente convencer a la líder del MDF, Ibolya Dávid, de conformar una coalición de derecha.
Orbán incluso llegó a retirar su propia nominación para el cargo de primer ministro, dejando a su partido sin candidato oficial para la segunda instancia.
El Fidesz propuso que la líder del MDF fuera la candidata de esa nueva coalición, pero Dávid rechazó la oferta arguyendo que las "políticas económicas izquierdistas", las "promesas irresponsables" y el "populismo" del partido de Orbán eran elementos incompatibles con el programa de su fuerza política, cuyo lema es "Por una Hungría normal".
El MDF, que lideró el primer gobierno poscomunista en Hungría, tiene planes a largo plazo para regresar al poder, y cree que una coalición con el Fidesz pondría en peligro su independencia.
Además, el MDF subraya su postura antipopulista y económicamente liberal contra el más proteccionista y nacionalista Fidesz.
Los conservadores, defensores del libre mercado, parecen haber percibido la fatiga de gran parte de la derecha húngara ante la retórica populista y nacionalista.
Pero para András Kovács, profesor de la Universidad de Europa Central, de Budapest, "la carta nacionalista no ha sido empleada de forma decidida en esta campaña", y en cambio la derecha se mueve hacia una "actitud euroescéptica".
Orbán atribuyó la derrota de la derecha a una "falta de unidad", en directa alusión a Dávid. "Nuestros oponentes mantuvieron su unidad, y por lo tanto ganaron", dijo en una conferencia de prensa cuando felicitó a los vencedores.
Pero los votantes de izquierda también podrían sentirse defraudados si las promesas hechas por los socialistas para aliviar el gasto no se materializan. Gyurcsány afronta una gran presión para resolver de inmediato los problemas estructurales de Hungría, e incluso los de su propia coalición.
Un rápido comienzo en las reformas incrementaría las posibilidades de un triunfo socialista en las elecciones futuras, pero muchos temen que los comicios municipales previstos para octubre interfieran en estos planes.