«El escritor tiene que estar tanto del lado de la víctima como del lado del asesino. El asesinato tiene que ser comprendido». La frase de la argelina Assia Djebar, aplicable también al periodismo, permite ver la trascendencia de «Últimas noticias de la guerra», reportaje novelado del periodista colombiano Jorge Enrique Botero.
El laureado pero también censurado Botero, cercano a cumplir 50 años, incursiona por segunda vez en el género con su libro publicado por Random House Mondadori este mes en Bogotá. El primero fue "Espérame en el cielo, capitán", de la misma editorial en 2004.
En este país andino, en guerra desde mediados de los años 40 con breves intermedios, cada reportero pospone centenares de historias por no poner en peligro a personas o comunidades con sólo revelar caminos, conversaciones y lugares.
Botero es un reportero que tiene acceso a las desconfiadas guerrillas campesinas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), surgidas en abril de 1964 y por cuyos líderes se ofrecen recompensas exorbitantes e incluso, en los últimos años, visado estadounidense y cambio de identidad para el arrepentido delator y su familia.
Además de las FARC, el mayor grupo armado ilegal, actúan en el conflicto el también izquierdista Ejército de Liberación Nacional y las ultraderechistas Autodefensas Unidas de Colombia, envueltas en los últimos años en un cuestionado acuerdo de desmovilización con el gobierno.
Botero es el único que ha tenido acceso a 90 por ciento de los rehenes y prisioneros de guerra —términos del derecho internacional humanitario— en manos de las FARC, excepto a la ex candidata presidencial Ingrid Betancourt, a su compañera de fórmula Clara Rojas y a algunos otros políticos. Esa insurgencia aspira a intercambiar los rehenes por guerrilleros presos.
También es uno de los periodistas colombianos que fueron abordados por funcionarios estadounidenses para ofrecer, a cambio de entregar sus fuentes, tanto dinero que no tendría que trabajar más en su vida, según expresión de los proponentes.
Tal es el contexto en el cual Botero recurre al reportaje novelado, así como en los años 60 se escribían en Colombia cuentos y obras de teatro sobre la vida guerrillera como una forma hacer gambetas a la estigmatización y la censura.
El género del reportaje novelado parte de hechos absolutamente ciertos y de personajes existentes para mostrar instantáneas y perfiles recogidos a lo largo de muchas misiones periodísticas, dar pistas sobre motivaciones profundas y traer del pasado historias olvidadas.
"Últimas noticias…" toca varios tabúes. El más notorio, y divulgado por la prensa nacional e internacional, es la primicia de que Clara Rojas, de 43 años, alumbró hace dos un hijo en cautiverio y que el padre es un guerrillero raso.
El periodista deja en claro que la violación se castiga en la guerrilla con el fusilamiento, y que éste no habría sido el caso. Pero "qué tanta libertad sexual tuvo, solo ella lo puede decir", advirtió a IPS Carlos Rodríguez, director operativo de la humanitaria Comisión Colombiana de Juristas.
En la carátula, la editorial advierte que el libro hace parte de la colección Testimonio, de su sello Debate. El debate, justamente, se ha centrado en Colombia en torno a si se trata de una intromisión en la intimidad de la rehén, jurista, ex catedrática de derecho económico y soltera. También en el hecho de que Botero no tuvo acceso a la aludida.
La mayoría de los periodistas reconocieron que, de tener en sus manos la primicia, la hubieran publicado, cada cual a su estilo. Pero Carlos Lozano, director del semanario comunista Voz, dijo a IPS haber conocido la versión hace año y medio, pero se abstuvo de revelarla porque "no teníamos la posibilidad de dar el contexto, por razones de espacio".
La madre de la rehén, Clara de Rojas, inicialmente recibió la noticia con emoción y advirtió que si ella no juzgaba el comportamiento de su hija, nadie tenía el derecho de hacerlo, pero luego uno de sus hijos consideró una demanda por difamación. Finalmente la familia anunció que se abstenía de la acción judicial.
La pronta reacción de organizaciones como el Círculo de Periodistas de Bogotá, entre otras, abortaron los intentos de prohibir la circulación del libro.
De Betancourt y Rojas, el autor dijo a IPS que tenía evidencia de que al menos en varios tramos de su cautiverio han permanecido juntas, y confirmó lo dicho a esta agencia por una alta fuente insurgente, en cuanto a que la ex candidata presidencial dicta clases diarias de francés en la selva y en las tardes escribe.
La más importante revelación militar del libro es que la guerrilla tiene recursos para adquirir misiles tierra-aire, de uso antiaéreo, pero "los traficantes de armas dicen que lo único prohibido por los gringos (estadounidenses) en el mercado negro es que nos vendan misiles a nosotros", según un miembro de la cúpula de las FARC.
A la pluma de Botero pertenece aquella escena inicial de un reportaje, publicado en un medio nacional, en la que una guerrillera enseñaba a otra a leer en un libro de Carlos Marx.
En "Últimas noticias…" una joven habitante de una de las vastas regiones colombianas abandonadas por el Estado describe así el proselitismo de las FARC: "Nosotros nunca habíamos visto un gringo por ahí, pero dijeron que ellos eran los principales culpables de nuestra pobreza".
Así, Botero continúa con su línea de mostrar con finura las paradojas de la vida guerrillera, uno de los secretos mejor guardados de Colombia. Se trata de combatientes con debilidades y dudas, e incluso algunos enloquecen por la confrontación, revela el libro.
Pero los guerrilleros también sienten gusto por el combate: "Me gusta el plomo, el aleteo que llega con los tiros, la sed que la invade a una", le dice al autor la insurgente que conduce el relato.
En varios pasajes, Botero muestra el cansancio de los combatientes, su desprecio por la guerra (cuando no es cruel, es ridícula, dice la misma guerrillera), la duda en el triunfo militar, la certeza de que no importa cuánto plomo más haya, tarde o temprano la única salida para el conflicto colombiano es un acuerdo político.
Visiones que conviven con la fe en que el fin de la guerra estaría cerca, presenciada también por IPS entre combatientes jóvenes. Algunos, no tan principiantes, piensan que llegará el día en que ese ejército irregular llegue "a Bogotá, más exactamente a la Plaza de Bolívar", el corazón político del país.
"Pero antes de la victoria habrá un acuerdo para detener los tiros. Y después, sin que dejemos las armas, seremos la fuerza política más importante del país, hasta coronar el poder, tal como está escrito en el Plan Estratégico", dice en el libro un joven a su hermano, en referencia al derrotero de esas tropas.
Botero muestra algunas razones por las cuales hombres y mujeres entran a las filas insurgentes y que han sido encontradas también por IPS en varias recorridas.
Algunos lo han hecho como respuesta a la matanza contra la Unión Patriótica, el movimiento de izquierda surgido de los pactos de paz entre las FARC y el gobierno de Belisario Betancur (1982-1986) y que fue borrado a tiros del mapa político colombiano. Otros, perseguidos por su activismo social o sindical, se sienten más seguros con un fusil.
La población socialmente vulnerable ve a la guerrilla como "un destino inevitable, casi único". Son los jóvenes de lejanas zonas de frontera agrícola, donde se siembra coca, y muchas mujeres viven de la prostitución.
Allí, la maceración de hojas de coca para obtener pasta base, producto intermedio en la elaboración de cocaína, genera "rendimientos de verdad, no como en los bancos, o en los bonos o en las bolsas", recuerda el libro.
En ese medio donde campea la violencia familiar, los guerrilleros son admirados por los menores por estar "bien alimentados" y por "hacer parte de algo". Algunos jóvenes se suman a la guerrilla sin anuencia de sus padres, aunque nunca de manera forzada pues el ingreso es voluntario.
El reclutamiento de menores de edad a las FARC está previsto a partir de los 16 años, pero las excepciones abundan. "Usted tiene en frente a una mujer que pide ser guerrillera, pero que puede terminar de puta", le dice al comandante local una chica de 15 años, hija de una prostituta, para convencerlo de aceptarla en filas.
El libro hace referencia a la presencia de extranjeros en las FARC, como combatientes comunes y sin mando especial, y confirma que durante la vigencia de la zona de distensión, creada por el gobierno de Andrés Pastrana (1998-2002) para dialogar con la guerrilla, hubo cursos de entrenamiento insurgente para habitantes de las ciudades.
Eran tiempos en que "la guerrilla se movía por estas tierras dictando las leyes y organizando a la gente, como si fueran ciudadanos de otro país. Ciudadanos de la Nueva Colombia, decían".
Para algunos en amplias zonas, y durante muchos años, las FARC han sido la autoridad que resuelve "los divorcios y los matrimonios, hasta el robo de una gallina, los líos de linderos, el precio de la leche y la sanidad de las putas". También dispone con líderes locales acerca "de escuelas, de carreteras, de puestos de salud y de peajes".
El libro describe ciudadelas guerrilleras en la selva con aulas, comedor, enfermería, odontología, sala de cirugía, de rayos x, y oficinas e imprenta con laboratorio de fotografía. También una de las emisoras FM de alcance local que mantienen las FARC.
La foto de carátula será para muchos la primera noticia de la existencia y dimensión de las trincheras, impresionantes caminos de kilómetros cavados en la tierra húmeda, de dos metros de profundidad y que también conoció IPS.
Botero menciona derrotas militares como la expulsión de las FARC de los alrededores de Bogotá, el principal logro del gobierno de Álvaro Uribe iniciado en 2002. También registra que, en los bombardeos indiscriminados a zonas de guerrilla, las fuerzas militares destruyen caseríos de civiles, acciones que jamás saltan a las noticias.
Además, deja nota de violaciones al derecho internacional humanitario por parte de la guerrilla, como asesinar concejales o atacar transportes civiles.
La guerrilla no es distinta de otras colectividades humanas.
Se ven allí "los lambones alabando al jefe, los camaradas (jefes) acomodándose a la rutina, las muchachas buscando marido, el mundo guerrillero en un pantano de maricadas (tonterías), mejor dicho".
En la guerrilla también se dan abusos de superiores, aunque los combatientes rasos se sienten respaldados por el reglamento y discuten sus puntos de vista con la alta jerarquía, así a veces sean ignorados sus argumentos.
Al mismo tiempo, Botero muestra varias escenas de camaradería entre combatientes y entre jefes y milicianos rasos, estas quizá impensables en la institución militar tradicional. (