Falta menos de un mes para los comicios presidenciales del 9 de abril en Perú, y se han presentado 20 candidatos, el mayor número desde la restauración de la democracia en 1980. Pero la cantidad no garantiza calidad, y los peruanos han resuelto esconder sus preferencias hasta el final.
La duda parece reflejar la escasez de buenas propuestas. De la veintena de aspirantes, sólo tres despuntan: la derechista Lourdes Flores, el nacionalista y ex militar Ollanta Humala y el socialdemócrata Alan García, que gobernó entre 1985 y 1990.
Según la última encuesta de intención de voto, Humala consiguió alcanzar a Flores. Durante casi un año, ella fue favorita. Ahora se registra un virtual empate técnico. La candidata tiene 31 por ciento de preferencias y el ex militar de 30 por ciento.
En los hechos, Flores cayó en las encuestas y Humala consiguió recuperar simpatías a pesar de denuncias en su contra por violaciones de derechos humanos. Se lo responsabiliza de asesinatos, secuestros y desapariciones de civiles cuando fue jefe de la guarnición militar de Madre Mía, en la selva amazónica, y combatía a los insurgentes maoístas de Sendero Luminoso, en 1992. La fiscalía investiga la veracidad de esas acusaciones.
A diferencia de Humala, que no ha hecho derroche ni alarde de gastos en su campaña electoral, Flores desplegó una propaganda millonaria, reforzando la crítica de sus contrincantes que la acusan de ser la "candidata de los ricos", un mote que difícilmente pueda quitarse. Su compañero de fórmula es el banquero Arturo Woodman, hombre de confianza de Dionisio Romero, el más poderoso empresario del Perú.
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Pero las preferencias por Flores y Humala son frágiles, y por el momento sólo les garantizarían pasar a una segunda vuelta.
Las encuestas afirman también que 38 por ciento de los electores no saben a quién votar, una indecisión inédita en este país.
Una razón podría ser el desencanto por la gestión del presidente Alejandro Toledo, un hombre de humilde origen indígena que se graduó en la estadounidense Universidad de Stanford, y llegó al gobierno en julio de 2001, después de encabezar un movimiento que contribuyó a la caída del autoritario Alberto Fujimori (1990-2000), preso en Chile a la espera de un proceso de extradición.
Toledo supo mantener una economía saludable, con un crecimiento promedio del producto interno bruto de 4,5 por ciento anual. Pero pulverizó con sus propios actos la simpatía popular de la que gozaba. Durante casi todo su gobierno, sólo 10 por ciento de la población respaldó su gestión. Y ese fracaso también afectó al resto de la clase política.
Los resultados macroeconómicos son llamativos en el papel, pero 51 por ciento de la población es pobre y no ve en qué consisten los beneficios del incremento de las exportaciones, la inversión extranjera y la recaudación tributaria.
Mientras Flores asiste a cenas en hoteles de lujo, en las que los invitados contribuyen con 100 dólares por cabeza a su campaña, Humala se traslada a poblaciones marginales o de extrema pobreza, y habla de cambiar radicalmente la economía a favor de los más pobres, reducir los sueldos de los legisladores y convocar a una asamblea constituyente.
Flores predica una lucha frontal contra el narcotráfico y ofrece invertir en cultivos alternativos para que los campesinos abandonen la hoja de coca.
Humala se desplaza hasta las zonas de las plantaciones ilegales y, en medio de centenares de cocaleros, dice que en su eventual gobierno no habrá erradicación compulsiva, indicada y financiada por Estados Unidos. Y lo dice en el sureño valle del Apurímac, en el que tres cuartas partes de los cultivos se destinan al narcotráfico.
Para dar señales de sus posiciones, Humala se reunió en el lapso de un mes con los presidentes Hugo Chávez, de Venezuela, Evo Morales, de Bolivia, Néstor Kirchner, de Argentina, y Luiz Inácio Lula de Silva, de Brasil, proyectando la imagen de próximo eslabón en esa cadena de gobernantes latinoamericanos progresistas o de centroizquierda.
Con Morales, Humala habló de una agenda bilateral antidrogas.
Flores propone continuar con la política neoliberal de estadísticas en azul en materia económica y cifras en rojo en cuanto a programas sociales contra la pobreza, tal como ha hecho Toledo.
Humala, heredero de un populismo reciclado y un discurso radical de tono castrense, ha captado el hartazgo del electorado con los políticos tradicionales.
Por eso los comicios constituyen un dilema para los peruanos que ven en Humala un giro con resultados imprevisibles, y en Flores el continuismo.
Mientras, el ex presidente García ha sabido aprovechar la indecisión de los votantes. Desde enero sube de forma sostenida en las encuestas, de 17 a 22 por ciento. No es poco para quien es recordado como conductor de uno de los peores gobiernos de este país, con una crisis económica sin precedentes.
García afirma que sus errores fueron "de juventud" —fue elegido jefe de Estado cuando tenía 35 años—, y que ha madurado como para gobernar con una experiencia mejor procesada.
Concluido el régimen de Fujimori, García regresó al país y se postuló a la Presidencia. Cuando se creía que Toledo ganaría fácilmente las elecciones, éste tuvo que ir a la segunda vuelta obligado por la sorprendente votación del ex mandatario. En el balotaje, el actual presidente se impuso con 55 por ciento de los sufragios.
Ese resultado demostró que el recuerdo del desafortunado gobierno de García no era un lastre insuperable. En medio de la polarización Flores-Humala, el socialdemócrata podría ganar votos y aspirar a una eventual segunda vuelta con alguno de los dos.
En el cuarto lugar, pero muy rezagado, se ubica el ex presidente de la transición, Valentín Paniagua, quien debió gobernar entre la salida de Fujimori en 2000 y la asunción de Toledo, y entregó el mando con 70 por ciento de aprobación pública a su breve gestión. Pero ahora recoge apenas seis por ciento de intención de voto, seguido por la ultraderechista y fujimorista Marta Chávez, con cinco por ciento.
Es muy difícil que Chávez avance, a pesar del respaldo recibido de la novia de Fujimori, Satomi Kataoka, quien se sumó a su campaña con gran convocatoria de prensa, anunciando su matrimonio con el ex presidente acusado de corrupción y violaciones de derechos humanos.
Lo único seguro es que en manos de los indecisos está la elección del próximo gobernante de este país desilusionado de sus políticos. (