La frágil paz de Sri Lanka continúa pendiente de la ronda de diálogo que se celebrará este mes en Ginebra entre representantes del gobierno y de los insurgentes Tigres para la Liberación de la Patria Tamil (LTTE), la primera en casi tres años.
El gobierno de Sri Lanka nombró al ministro de Salud, Nimal Siripala de Silva, como jefe del equipo político y militar que conversará frente a frente con los delegados de LTTE en la ciudad suiza.
Las negociaciones, cuya fecha aún resta concertar, son el resultado de esfuerzos sostenidos por el enviado especial de paz de Noruega, Erik Solheim, para preservar la tregua que se tambaleaba tras la escalada de violencia desatada el 4 de diciembre.
Desde entonces, murieron en combate más de 120 personas, incluidos 80 miembros de las fuerzas de seguridad. Los militares atribuyen el recrudecimiento de la guerra civil los Tigres, que, a su vez, acusan a las fuerzas del gobierno del asesinato de civiles tamiles.
El 23 de enero, cuando Solheim iniciaba una nueva misión a Sri Lanka, tres soldados fallecieron al explotar una mina antipersonal en el oriental poblado de Batticaloa.
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Pero Solheim logró con sus gestiones que este país de 20 millones de habitantes diera un paso atrás en su escalada de violencia, para alivio de los civiles, tanto en las áreas de mayoría tamil —el norte y el este— como en el resto de la isla.
Los tamiles, etnia en que predominan las religiones hindú y musulmana, constituyen 18 por ciento de la población, mientras que la mayoría cingalesa representa 74 por ciento y es casi completamente budista. El LTTE lucha por la creación de un estado indendiente, o al menos una amplia autonomía en su área.
"No nos importa donde se realicen las conversaciones mientras se pongan en marcha rápidamente", dijo visiblemente aliviado Vinodhakumar Ramalingam, un residente de la septentrional península de Jaffna, territorio controlada por los Tigres.
Ginebra fue elegida como terreno neutral para las negociaciones luego que la Unión Europea se negó a recibir a los Tigres. Suiza no integra el bloque.
"Nunca esperamos esto: muchas personas abandonaron Jaffna aguardando que empezara la guerra", dijo a IPS, refiriéndose al éxito de la misión de Solheim, Thurai Jayaseelan, de Wanni, localidad controlada por los Tigres.
La violencia y el miedo expulsaron a 16.000 civiles del norte y el este a abandonar las áreas controladas por el gobierno y buscar refugio en bastiones de los Tigres, mientras se desataba la crisis. Ni siquiera Colombo, la capital, fue inmune al miedo.
"Temíamos que se reiniciara una guerra generalizada ", dijo Lakshmaindra Fernando, gerente en el país de una firma internacional de tecnologías de la información. Su compañía se mudó el mes pasado del distrito comercial de Colombo en prevención de un ataque.
"Todo el país quiere paz. Que la guerra se haya restringido al norte no significa que el resto del país no resulte afectado. La gente saben cómo la perjudicó la guerra y no quiere pasar por la misma experiencia de nuevo", agregó.
Ramalingam coincidió. Los últimos dos meses fueron los más funestos desde la tregua de febrero de 2002 para muchos ciudadanos de Sri Lanka. "No tuvimos una feliz Navidad o un feliz Año Nuevo, todo era desesperanza", dijo K. Nisanthala, de Jaffna.
La ansiedad se agravó por la el abismo que se percibía entre el presidente de Sri Lanka, Mahinda Rajapakse —entre cuyos aliados figuran partidos políticos de línea dura— y los Tigres.
"Nunca esperamos semejante vuelta de tuerca, especialmente luego de las elecciones y de la creciente violencia que hubo después", dijo a IPS Jayaseelan, de Wanni. Otras personas en todo el país se hicieron eco del alivio que se podía escuchar en su voz.
"Es bueno. Había temor de que otra vez los soldados volvieran en ataúdes sellados. Ahora es responsabilidad de ellos, del gobierno y de los Tigres, sacar adelante el proceso de paz", dijo Sarath Ramanayake, habitante de las colinas centrales.
Pero pocos esperan un avance real en Ginebra, dada la ferocidad de los acontecimientos de los últimos dos meses y a los continuos intentos de enrarecer la atmósfera de negociaciones.
El jueves, las sesiones del parlamento de Sri Lanka fueron suspendidas hasta el 14 de febrero por el dirigente W.J.M. Lokubandara, tras un alerta de bomba. Pero los tamiles también protestaron dentro del parlamento contra los continuos secuestros y matanzas de civiles.
Los Tigres dijeron que intentarían concentrar la discusión en Ginebra en la implementación de la tregua de 2002, y afirmaron que no habría otra agenda.
Esta estrategia implica insistir en que el ejército de Sri Lanka cese su apoyo encubierto a una facción escindida del LTTE que opera fuera de las áreas controladas por el gobierno, en el este de la isla.
El gobierno niega apoyar a esa facción, pero incluso la misión que controla el cumplimiento de la tregua, integrada por representantes de Noruega, Suecia, Finlandia, Dinamarca e Islandia, dijeron que sus alegatos son difíciles de creer.
"Los Tigres no están dispuestos a ceder mucho. El gobierno meridional tendrá que hacer todas las concesiones. Que hayan acordado conversaciones en Ginebra sólo traerá una paz temporaria", dijo Raidha Ralleen, un musulmán residente en Colombo.
Los aliados electorales de Rajapakse, el Frente de Liberación del Pueblo y Jathika Hela Urumaya —partido integrado por monjes budistas—, cuestionaron la tregua. También arremetieron contra la misión de paz noruega e incluso exigieron el reemplazo de Solheim, a quien acusaron de favorecer a los Tigres.
"El presidente tendrá que tratar con estos partidos mientras conversa con los Tigres. Realmente no podemos esperar milagros en Ginebra", dijo Fernando.
"Siempre es mejor tener paz y no tener bolsas con cadáveres por toda la isla. Hemos tenido suficiente guerra", dijo a IPS el cingalés Ramanayake.
Doscientos cincuenta kilómetros al norte, en Jaffna, el sentimiento era el mismo. "Todo lo que esperamos de las dos partes es que lleguen a un compromiso y nos dejen vivir pacíficamente, sin miedo de una futura guerra", expresó el tamil Nisanthala.