Asmina Chapagain es la víctima nepalesa 13.001 de la guerra que lanzaron 10 años atrás en este reino del Himalaya los insurgentes maoístas, junto con sus primeras bombas caseras.
Chapagain y cuatro de sus amigos regresaban a sus hogares en bicicleta en una carretera de dos sendas que conduce a su aldea, Khaireni, en la región sudcentral de Nepal, en el preciso momento en que un vehículo militar con soldados pisó una mina terrestre.
Chapagain, de 21 años, iba segunda en la hilera de bicicletas. Su cuerpo estalló. Las rocas que volaban destruyeron la parte posterior de su cabeza y su nariz salió despedida de su rostro.
"Era una muchacha estudiosa, trabajaba muy duro", dijo su madre, Kulkumari Chapagain, al borde de las lágrimas, sentada sobre la tierra fuera de su hogar, no lejos del famoso Parque Nacional Royal Chitwan. Docenas de amigos y parientes se sentaron muy cerca de ella para ver a los periodistas que la visitaban.
"Esta aldea nunca verá a una belleza como ella de nuevo", afirmó un hombre de cabellos grises, mostrando una fotografía de una joven mujer sonriente vestida con una chaqueta de cuero.
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Cruzando la sucia carretera, la única de la aldea, la voz de la madre de Ganga Tripathi se quiebra mientras describe que su hija, que iba en la bicicleta detrás de Chapagain, fue herida gravemente por la explosión y el ejército la trasladó a Katmandú en un avión, junto con los soldados heridos.
"No hemos oído nada desde entonces, no sabemos cómo está ella", dijo Tara Poudel, mientras los dos pequeños niños de su hija herida trepaban sobre su otra abuela, sentada en un banco de madera en el pequeño porche de su casa.
Quince militares y policías resultaron muertos cuando los maoístas los atacaron en la tarde del jueves 9, en un segmento de un kilómetro de la carretera. Se informó que cuatro rebeldes fallecieron.
La mayoría de las víctimas de la insurgencia que estrangula lentamente a este país sumido en una pobreza desesperante son los aldeanos, como las cinco jóvenes mujeres atrapadas en el fuego cruzado, según la Sociedad de la Cruz Roja de Nepal.
Hace un año, el 1 de febrero de 2005, el rey Gyanendra perpetró un golpe de Estado, alegando que el gobierno civil no mostraba señales de terminar con la rebelión. Hoy, esas señales todavía no emergieron.
En enero, 10 días después de finalizar su cese del fuego unilateral de cuatro meses, que el rey desestimó por considerarlo una estratagema, los maoístas crisparon los nervios de los habitantes de Katmandú con ataques nocturnos simultáneos sobre puestos policiales en torno de la capital. Una docena de policías fueron muertos.
La fuerza rebelde está estimada en 7.000 combatientes de tiempo completo y 25.000 milicianos.
Los maoístas también impusieron una huelga general nacional previa a las elecciones municipales de la semana pasada, que tuvieron una concurrencia de votantes de apenas 20 por ciento, con 800 contendientes retirando sus nominaciones y otros bajo custodia armada.
Un boicot efectuado por los principales partidos de oposición fue la otra razón para que las elecciones fueran "parciales". El sábado, los líderes opositores condenaron las recientes matanzas maoístas, un reproche inusual desde que ambas partes firmaron en noviembre un laxo pacto político contra la tiranía. Se supone que ese acuerdo debe conducir a elecciones para una asamblea constituyente que elaborará una nueva carta magna y decidirá el destino de la monarquía.
Buena parte de las elites de Katmandú elogian a los maoístas por haber planteado problemas de desigualdad en este reino hindú donde el régimen de castas todavía determina profundamente las oportunidades sociales y económicas de las personas.
"Hace 10 años, uno no podía discutir asuntos de castas abiertamente, pero hoy las personas lo hacen todo el tiempo a causa de los maoístas", dijeron.
En las aldeas, donde vive 80 por ciento de la población —la mitad de ella con menos de un dólar por día—, miles optaron por la promesa de los maoístas de una sociedad en la que las mujeres, los indígenas y otros grupos "en desventaja" tuvieran iguales derechos y oportunidades.
Por eso se unieron al "ejército del pueblo". Cuando los rebeldes llaman a sus puertas, no tienen más opción que aceptar alimentos, dinero o que sus hijos e hijas sean reclutados por la insurgencia.
Los residentes de la zona criticaron a los maoístas luego del ataque. "Ellos detonaron la bomba cuando las muchachas estaban pasando en sus bicicletas. También les dijeron a policías y soldados no armados que corrieran, y luego les dispararon por la espalda", relataron a los periodistas.
Tras la batalla, las autoridades cerraron la carretera de ingreso y salida del área. Pero ahora ha vuelto a concentrar bocinazos, autobuses tan desbordados que llevan pasajeros en el techo, camiones, motocicletas y "rickshaws", los pequeños coches de alquiler a tracción humana tan comunes en Asia.
Pero las bicicletas los sobrepasan en número a todos, en una relación de al menos 1.000 a uno. Niños y adultos circulan lentamente a lo largo de la carretera. Los jóvenes pedalean lado a lado, los muchachos con sus camisas brillantes y las mujeres con sus típicos "salwar kameez", una suerte de piyamas rosados, rojos, amarillos y púrpuras, largas colas de caballo y delgados velos al viento.
Bloqueando la autopista entre la aldea y el poblado más próximo hacia el occidente — Butwal, a tres horas de automóvil— hay más de dos docenas de pilas de rocas o árboles caídos ubicados en la ruta por los rebeldes. Parcialmente despejadas por personal de seguridad para que los vehículos pudieran pasar, aún así bloquean más de la mitad de la carretera.
Varios habitantes de la zona se sientan en uno de esos árboles. Fueron contratados para quitarlos de allí. Dos hombres esperan a que un tercero termine de afilar una sierra. Al preguntarles si tienen miedo, responden que sí. Pero en un país donde los bloqueos, huelgas generales y batallas devastaron la economía, es difícil rechazar un trabajo.
En entrevistas publicadas al cumplirse esta semana un decenio del inicio de la insurgencia maoísta, Prachanda, su líder, dijo que la dirigencia rebelde decidió que Nepal todavía no estaba listo para una revolución popular, y que una democracia republicana debería llegar antes.
Pero si los nepaleses prefieren retener a la monarquía, pueden hacerlo, agregó.
"Sea cual sea la decisión que el pueblo tome, estaremos prontos para aceptarla", afirmó.
En las carreteras de Nepal, la gente dice que ya eligió: "Paz".