AMBIENTE-BRASIL: Guacamayo azul se salva en el Pantanal

La bióloga Neiva Guedes se enamoró de los guacamayos azules cuando los vio por primera vez en 1989 posados en un árbol del meridional Pantanal brasileño. Hoy su labor de conservación empieza a cosechar victorias.

Aquella «fue una visión de mucha belleza», relata a Tierramérica Guedes, quien dedicó los últimos 16 años a salvar la especie amenazada.

En 1990 se contaban en la zona unos 1.500 ejemplares de Anodorynchus hyacinthinus, y ahora la población llega a 5.500, gracias a Guedes y su equipo de colaboradores, que buscan a diario nidos y vestigios del arará azul, como se lo conoce aquí, en las entrañas del Pantanal, en el estado sudoccidental de Mato Grosso do Sul.

Con 250.000 kilómetros cuadrados, el Pantanal alberga varias cuencas hidrográficas y es considerado un verdadero santuario ecológico.

«Estamos revisando más de 500 nidos, con una relación muy cercana a los hacendados y a los peones que trabajan en las haciendas», cuenta Guedes, galardonada con la Orden del Arca Dorada de Holanda por su trabajo de conservación.

Los «pantaneiros», quienes viven o trabajan en el Pantanal, son los mejores aliados de la preservación del guacamayo, una de las especies más amenazadas del planeta.

Miles de ejemplares han sido identificados con un chip subcutáneo por Guedes y su equipo, que obtienen así información valiosa sobre la especie y mecanismos para preservarla.

También hay poblaciones de guacamayo en la noroccidental Amazonia y en los estados de Piauí, Tocantins y Bahía, al noreste del país.

Pero sólo en el Pantanal el trabajo de preservación está organizado a través del Proyecto Arará Azul, con apoyo de la Universidad para el Desarrollo del Estado y de la Región del Pantanal, que contrató a Guedes como investigadora y a su principal asistente, el ex militar Cezar Correa.

En otras zonas, la situación es más grave, según Guedes. En la Amazonia, el guacamayo es una de las principales presas de cazadores, traficantes de animales e indígenas en busca de plumas para sus artesanías.

El tráfico de animales es un enemigo mayor de esta ave majestuosa, que se destaca por ser la mayor de su tipo en el mundo, con un largo de un metro desde el extremo del pico a la cola, y un peso de 1,3 kilogramos.

Un ejemplar sano puede venderse en Europa por 10.000 euros (unos 14.124 dólares). Pero la llegada de un individuo sano y salvo implica la muerte de decenas por el camino, pues la captura, en los nidos, es de crías muy pequeñas o inclusive de huevos.

El guacamayo se reproduce cada dos años, y una cría necesita cuidados de los padres hasta 18 meses, relata Guedes. «Una vez en cautiverio, se comporta como un gatito y esta docilidad es valorada en el mercado negro», explica la bióloga.

La acción de los organismos de fiscalización contra el tráfico de animales todavía es muy precaria, sostiene.

En los años 80, se cazaron unos 10.000 guacamayos azules en Brasil. Hoy el tráfico disminuyó un poco en el Pantanal y, pese a las múltiples amenazas, quien viaja a la zona puede admirarlos en su hábitat, siempre volando en parejas.

Como son monógamos, después de que escogen pareja, nunca más se separan. Se los ve juntos buscando alimento en las palmeras de acuri y bocaiuva, cuyas castañas son su fuente de alimentación exclusiva.

Su hábitat también es altamente especializado: sólo anidan en árboles de manduvi, cuya madera lisa les permite ampliar pequeños hoyos que encuentran en los troncos.

Esta especialización de hábitat es un problema para la preservación de la especie, comenta Correa, quien visita unos 10 nidos por día. Para que un manduvi esté en condiciones de albergar un nido debe tener casi 100 años. «Antes de esto, la madera es muy dura y a veces (las aves) no consiguen hacer un hoyo para anidar», describe.

Los árboles utilizados hoy por los guacamayos nacieron a fines del siglo XIX e inicios del XX. Cualquier proyecto para ampliar la oferta de sitios de anidación debe ser hecho pensando en la próxima centuria, indica Correa.

La deforestación representa una grave amenaza para el guacamayo y centenas de especies del Pantanal, uno de los ecosistemas más frágiles de Brasil. Son miles de hectáreas de tierra inundada, cuya flora ha sido devastada y no tiene capacidad de suplir a la fauna local con frutos y abrigo.

Según un reporte del 5 de enero la no gubernamental Conservation International, el pastoreo y la siembra de soja han destruido 17 por ciento de la cobertura original del Pantanal.

Carlos Camilo, nacido y criado en el Pantanal, lleva 15 años como capataz de una hacienda en la zona. Antes había más panteras, ciervos y animales grandes, afirma. «Hoy están tornándose cada vez más raros» y la deforestación es la principal causa de esas ausencias, dice.

Para paliar el déficit de árboles, el Proyecto Arará Azul trabaja en la creación de nidos artificiales. Después de varios experimentos, Guedes y su equipo lograron crear cajas de madera que deben ser colocadas entre las ramas del manduvi, para asemejar los hoyos naturales del tronco, con buenos resultados.

El proyecto cuenta con el apoyo del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), que paga salarios de aprendices, y de las posadas Cayman y Ararauna, que sirven como soporte logístico para los equipos técnicos y para los visitantes que desean conocer su trabajo.

Empresas y fundaciones privadas —Toyota, Telecom Brasil, Hyacinth Macaw Fund y Smart Family Foundation— respaldan también la iniciativa.

* El autor es director de la Agencia Envolverde, de Brasil. Este artículo fue publicado originalmente el 7 de enero por la red latinoamericana de Tierramérica. (

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