ISRAEL-EEUU: Los senderos de Bush y Sharon se bifurcan

A pesar de que abrazaron con entusiasmo la tarea de precipitar la caída del presidente iraquí Saddam Hussein, Estados Unidos e Israel muestran cada vez más diferencias en torno de los futuros pasos a dar en Medio Oriente.

El gobierno de George W. Bush parece favorecer el colapso del régimen que encabeza en Siria el presidente Bashar el-Assad. Mientras, altos funcionarios del gobierno del primer ministro israelí Ariel Sharon advirtieron a fines del mes pasado que no ven alternativas al joven líder sirio.

Al mismo tiempo, Estados Unidos se muestra discretamente satisfecho de que Europa y Rusia hayan asumido la conducción de las gestiones diplomáticas para persuadir a Irán de abandonar su programa de desarrollo nuclear.

Pero Israel está alarmada, porque pierde credibilidad las amenazas de sanciones internacionales y hasta de ataques militares contra el régimen islámico en Teherán pronunciadas por Washington. Y el gobierno de Sharon ve en el potencial poderío nuclear iraní un peligro cierto.

Otra preocupación de Sharon, cuyo nuevo partido Kadima ("Adelante") figura al frente de las encuestas previas a las elecciones de marzo, es la retórica prodemocrática estadounidense respecto de Medio Oriente.
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Para el gobierno israelí, la campaña estadounidense, anunciada cuando Bush inició su segundo periodo presidencial el 20 de enero, podría fortalecer a partidos islámicos ideológicamente más hostiles al estado judío que los regímenes autoritarios hoy en el poder.

Esos temores se consolidaron con el buen rendimiento de los candidatos afines a la Hermandad Musulmana en las elecciones parlamentarias de Egipto, el primer país árabe con el que Israel firmó la paz, en 1979.

La insatisfacción de Sharon con el rumbo de la política estadounidense en Medio Oriente pone en cuestión la idea de que Israel ejerce una influencia dominante en Washington, en particular desde el ascenso dentro del gobierno de Bush del ala neoconservadora.

Esa corriente interna del gobernante Partido Republicano, que hace de la seguridad de Israel una profesión de fe, se ubicó al volante de la política exterior estadounidense tras los atentados terroristas que el 11 de septiembre de 2001 dejaron 3.000 muertos en Nueva York y Washington.

Pero los neoconservadores tienen una visión que les es muy propia sobre la seguridad del estado judío, mucho más cercana a la del conservador partido Likud —cuyas filas acaba de abandonar Sharon— que a la del actual gobierno israelí, al que consideran demasiado "pacifista".

Muchos neoconservadores aplaudieron la dura respuesta de Sharon a la segunda intifada (insurgencia popular palestina contra la ocupación), iniciada en septiembre de 2000, cuando él mismo provocó a la población árabe como jefe de la oposición israelí al visitar la Explanada de las Mezquitas de Jerusalén.

Pero muchos de esos mismos neoconservadores dejaron de apoyar a Sharon cuando implementó, esta vez desde el gobierno, el repliegue de tropas israelíes y asentamientos judíos en el territorio palestino de Gaza, en agosto de este año.

A pesar de a la gradual reducción de la influencia neoconservadora en el gobierno de Bush desde la invasión a Iraq, esta corriente presionó con fuerza en los últimos dos años para imponer en Washington una política tendiente al "cambio de régimen" en Siria.

Los impulsores de esta política proponen, incluso, ataques militares limitados para humillar a Assad y castigarlo por su supuesto fracaso en el desmantelamiento de las supuestas operaciones de insurgentes iraquíes y "combatientes extranjeros" (simpatizantes de Al Qaeda) en territorio sirio.

Los neoconservadores contaron con apoyo de otras corrientes del gobierno estadounidense que postulan una política militarista de línea dura e impulsaron la invasión a Iraq en marzo de 2003, entre ellas la surgida de la maquinaria tradicional del Partido Republicano y representada por el vicepresidente Dick Cheney y el secretario (ministro) de Defensa Donald Rumsfeld.

Al mismo tiempo, sus propuestas fueron rechazadas por los expertos de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y del Departamento de Estado (cancillería).

Este año, los neoconservadores también alegaron que la caída del régimen del partido laico Baath en Damasco alentaría los esfuerzos estadounidenses para propagar la democracia en Medio Oriente.

Esa concepción se reforzó con la retirada de las tropas y agentes de inteligencia sirios de Líbano —donde estaban apostados desde la guerra civil (1975-1980)—, como consecuencia del asesinato en Beirut del ex primer ministro Rafik Hariri el 14 de febrero.

La retirada, así como la investigación de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) que involucró a funcionarios sirios en el crimen, fortaleció a los miembros del gobierno estadounidense que favorecen el "cambio de régimen".

Pero Israel, cuyo propio análisis de la situación en Siria se hace eco de los de los expertos de la CIA, manifestó fuertes reservas, las más recientes el mes pasado en la última instancia de "diálogo estratégico", reuniones periódicas entre funcionarios israelíes y estadounidenses.

Según un informe del servicio noticioso judío Jewish Telegraphic Agency sobre la presentación de Israel, los delegados citaron tres posibles escenarios tras la eventual caída de Assad, y "ninguno de ellos bueno".

En ese caso, podrían propagarse a Siria, e incluso a Líbano, los crecientes conflictos entre comunidades religiosas islámicas de Iraq, y aumentarían las posibilidades de que la Hermandad Musulmana tome el poder o de que surja otro líder de la minoritaria secta alawita —a la que pertenece Assad—, aunque mucho más autoritario.

Según el gobierno israelí, tanto la oposición secular como los exiliados adversarios de Assad, como Farod Ghadry —el favorito de los neoconservadores—, son demasiado débiles y desorganizados como para convocar una adhesión masiva o competir seriamente por el poder.

Para los israelíes, Assad "es más que 'malo conocido': es el único sirio que puede mantener el orden", según The Forward, el principal periódico judío de Estados Unidos.

"A Israel le parece que el statu quo en Siria, con un líder débil e impotente sin ninguna carta que jugar, es el escenario menos malo", dijo León Hadar, periodista liberal israelí con un doctorado en relaciones internacionales, actual corresponsal en Washington del periódico Singapore Business Times.

En "Sandstorm: Policy Failure in the Middle East" ("Tormenta de arena: Fracaso político en Medio Oriente"), su último libro, Hadar propone una reducción del rol y la presencia de Estados Unidos en la región.

"A corto y mediano plazo, lo que más beneficiaría a Israel es, claramente, que no se desate la anarquía y el caos ni en Líbano ni en Siria, dado el desorden que deben afrontar en Cisjordania y Gaza", agregó.

Si el gobierno israelí teme la posibilidad de insurgencia en Siria, mucho más le preocupa la pasividad de Estados Unidos respecto del programa de armas nucleares de Irán, que el régimen islámico de ese país del Golfo niega desarrollar.

Esa preocupación se agrava a la luz de las amenazas del Mahmoud Ahmadinejad, presidente de Irán desde agosto, instando a borrar del mapa al estado judío. Y también porque, según la inteligencia militar israelí, el supuesto programa de armas nucleares iraní podría ser irreversible ya en marzo próximo.

En el "diálogo estratégico" del mes pasado, los funcionarios israelíes reprocharon a sus interlocutores estadounidenses el alivio de la presión sobre la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) para elevar el caso de Irán al Consejo de Seguridad de la ONU.

Tanto Israel como Estados Unidos pretendían que el Consejo considerara sanciones por la reanudación del enriquecimiento de uranio en centrales nucleares iraníes y el ocultamiento de información sobre esos programas.

Pero Estados Unidos dejó que la Unión Europea y Rusia llevaran la voz cantante, y la AIEA no remitió el caso al Consejo.

Las quejas de Israel coincidieron con una inusual crítica al gobierno estadounidense por parte del principal grupo de presión sionista en Washington, el Comité Estados Unidos-Israel de Asuntos Públicos.

El Comité, que goza de una gran influencia sobre los legisladores en Washington, advirtió que una mayor demora en la formulación de sanciones a Irán "plantea un peligro severo a Estados Unidos y a nuestros aliados, y pone en riesgo a Estados Unidos y a nuestros intereses".

The Forward informó que los israelíes fueron sorprendidos por la falta de vigor de Estados Unidos para objetar la venta de Rusia a Irán de misiles antiaéreos, una operación por más de 1.000 millones de dólares.

Esos misiles, afirmó el periódico, "podrían ser usados para ayudar a Irán a proteger sus instalaciones nucleares de un posible ataque aéreo".

También se mostraron molestos por el anuncio de que el embajador de Estados Unidos en Iraq, Zalmay Khalilzad, recibió a la autoridad presidencial para reanudar conversaciones directas con Irán sobre sus intereses y actividades en Iraq, detenidas en 2003 a instancias de los neoconservadores.

Washington necesita que Teherán coopere en la estabilización de Iraq, con el objetivo de que las fuerzas estadounidenses allí apostadas se retiraren el año próximo.

Los israelíes y sus defensores en Estados Unidos temen que la necesidad de apaciguar Iraq haya debilitado las presiones del gobierno de Bush respecto del programa nuclear iraní.

Que Irán logre desarrollar su capacidad para producir armas nucleares, insisten, es inaceptable.

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