La muerte de Azahari bin Husin, acusado de ser uno de los autores intelectuales de los mayores atentados terroristas cometidos en los últimos años en Indonesia, no acabó con el temor de la población a que se repitan ataques en el futuro cercano.
Husin, popularmente conocido como "Demolition Man" (el demoledor), se habría suicidado el miércoles detonando una bomba cuando la policía rodeaba su casa en la ciudad de Batu, en la meridional isla de Java. Otras versiones indican que habría muerto en un tiroteo con los agentes.
En una encuesta publicada por el diario Suara Merdeka, de Yakarta, 21 por ciento de los consultados opinaron que la seguridad en el país mejoraría luego de la muerte de Azahari, pero 63 por ciento señalaron que no existían motivos para creer que la situación cambiará. El resto no supo qué contestar.
Azahari, al que se considera pieza clave del grupo islamista Jemaah Islamiyah —vinculado con la red terrorista internacional Al Qaeda—, y Noordin M. Top, ambos malasios, son los principales sospechosos de organizar los atentados que acabaron el 12 de octubre de 2002 con 200 vidas en Bali. La mayoría de las víctimas eran turistas occidentales.
Azahari y Top habrían organizado además diversos ataques en Yakarta y el triple atentado suicida registrado también en Bali el 1 de octubre pasado, en que murieron 22 personas.
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El dirigente de Jemaah Islamiyah permaneció en Batu durante meses sin que lo advirtieran las autoridades, lo que dejó en evidencia graves fallas de los servicios de inteligencia.
El periodista y profesor universitario Ahmed Kurnia dijo que las agencias de inteligencia indonesias prestaron atención sólo en los principales líderes de Jemaah Islamiyah, haciendo que el público olvidara que detrás de estos hay toda una organización activa.
"Cuando Abu Bakar Ba'asyir (líder espiritual de Jemaah Islamiyah) fue detenido, muchos pensaron que los atentados con bomba cesarían", dijo Kurnia a IPS.
"Pero durante su juicio se perpetraron los ataques de Bali de 2002. Lo mismo pensamos cuando detuvieron a 'Hambali' (apodo del terrorista Riduam Isamuddin), pero, por supuesto, los ataques continuaron", agregó.
"Azahari fue una figura importante, pero hay muchos por ahí que son tan peligrosos como él", subrayó.
El jueves, el vicepresidente indonesio Jusuf Kalla admitió que, erróneamente, "cada vez que las fuerzas de seguridad detienen a un dirigente terrorista, todos creen que la red queda debilitada".
Incluso, el ministro de Defensa, Juwono Sudarsono, sugirió que la muerte de Azahari hará aun más difícil la búsqueda de otros sospechosos.
No obstante, el presidente Susilo Bambang Yudhoyono exhortó al jefe nacional de policía a aprovechar la muerte de Azahari para lanzar una campaña en todo el país contra los grupos terroristas.
Pero muchas personas creen que el gobierno debería afrontar el problema del terrorismo desde sus raíces.
Margot O'Neill, australiana radicada en Yakarta, sostuvo que la muerte de Azahari "no pondrá fin al ciclo de violencia".
Thonthowi Djauhari Musaddad, director del internado para estudiantes Al Wasilah, cree que el terrorismo continuará mientras el pueblo indonesio se siga sintiendo oprimido por un sistema controlado por las economías occidentales.
"Es una expresión de frustración ante un sistema injusto representado por Estados Unidos, Gran Bretaña y otras naciones de Occidente", indicó.
"La gente aquí califica de inhumanos, brutales y crueles los atentados en el café de Bali, al parecer destinados contra turistas, pero no ven lo que Estados Unidos y sus aliados hacen en Afganistán e Iraq", añadió.
Thonthowi dijo que, "mientras estos poderes globales sigan adelante con estas campañas bélicas tan ilógicas e insensibles, la reacción, que nosotros llamamos 'terrorismo', continuará".
También existen sentimientos de furia contra los valores y la cultura occidental, que se filtran a la sociedad indonesia y corrompen las tradiciones locales, indicó.
"La mayoría de los objetivos de los atentados son lo que consideran símbolos de la decadencia moral, cafés, discotecas y otros centros nocturnos, donde el comportamiento indecente, el alcohol y las drogas son moneda corriente", afirmó.
"Estas prácticas están en contra de las normas y valores sociales y religiosos de Indonesia. Son males para muchos musulmanes, e incluso no musulmanes. Por eso, si quieres acabar con el terrorismo, debes deshacerte de estas cosas", sostuvo.
Ochenta y seis por ciento de los 217 millones de indonesios son musulmanes, 10 por ciento cristianos, dos por ciento hindúes (particularmente en Bali), uno por ciento budistas y el resto profesan religiones indígenas.
Azahari, como muchos islamistas, conoció de cerca el mundo occidental. Estudió matemáticas e ingeniería en Australia durante cuatro años.
Su transformación en un militante islamista se produjo varios años después, cuanto entró en contacto con Abu Bakar Ba'asyir. Luego comenzó a entrenarse en Afganistán y Filipinas, donde se especializó en crear explosivos.
Jemaah Islamiyah sufrió el arresto de varios de sus integrantes en los últimos años, pero expertos aseguran que logró reemplazar sus filas con otros jóvenes radicales dispuestos a convertirse en atacantes suicidas.
Otro grupo islamista cada vez más activos, según expertos en seguridad, es Kompak, con sede en la oriental isla indonesia de Sulawesi, donde los musulmanes mantienen un largo enfrentamiento con los cristianos.
Ambas organizaciones aspiran a fundar un único Estado islámico en toda Asia sudoriental.