CUBA-ANGOLA: La última guerra

La cercanía de fin de año en Cuba no sólo significa el adiós a la temporada de huracanes y altas temperaturas sino también el retorno puntual de la memoria sobre un hecho que por 13 años mantuvo en tensión al país, como fue su participación en la guerra de Angola.

Entre 1975 y 1988, unos 350.000 cubanos se vieron implicados en la contienda civil que sacudió a esa nación africana, en lo que fue a la vez la última experiencia bélica de la isla caribeña.

"Yo fui porque quise, estaba loco por ir a cumplir una misión internacionalista", comentó a IPS Rubén Jiménez, un ex oficial de las Fuerzas Armadas de Cuba que hoy tiene 62 años y es autor del libro "Al sur de Angola", un texto sobre la etapa final de la guerra.

Según Jiménez, la disposición gubernamental establecía que el alistamiento en las unidades que partían hacia Angola fuese estrictamente voluntario, incluso para quienes pertenecían al ejército.

Sólo los militantes del gobernante Partido Comunista de Cuba (PCC) y de la Unión de Jóvenes Comunistas, organización selectiva considerada la cantera natural del PCC, eran expulsados de sus filas si no aceptaban participar en la llamada "Operación Carlota".

En una sociedad tan machista como la cubana, aquellos que se negaban recibían el mote de "rajados", sinónimo de cobarde en este país.

Cuba envió el primer contingente militar a Angola en octubre de 1975 a solicitud de Agostinho Neto, el líder del insurgente e izquierdista Movimiento para la Liberación de Angola (MPLA), que asumiría el gobierno tras la independencia el 11 de noviembre de ese mismo año.

Ya en la década anterior, La Habana había asesorado a contingentes de combatientes del MPLA en territorio de la antigua República Popular del Congo.

La llegada de las tropas cubanas fue considerada decisiva para evitar que Luanda, la capital angoleña, cayera en manos de los opositores al MPLA, apoyados por la entonces Zaire, Estados Unidos y Sudáfrica, donde imperaba el apartheid, el régimen de segregación racial institucionalizada en perjuicio de la mayoría negra que rigió hasta 1994.

Junto a la gloria de los grandes combates, que por estos días se cuenta en un espacio diario que transmite la televisión cubana y en otros medios de comunicación, la campaña trastornó también en mayor o menor medida la vida de quienes participaron en ella.

"Mi hermano jamás menciona el tema de la guerra", dijo a IPS Ángel Santiesteban, hermanastro de Jorge Luis Villazón, un hombre que nunca volvió a ser el mismo tras su paso por la zona de combate en África austral.

"Leyendo sus cartas pudimos descubrir que se estaba perdiendo en el tiempo, en cada desgarramiento existencial que sufría iba dejando su esencia, su personalidad. Aprendí que uno no sólo muere físicamente, también hay muerte de espíritu", aseguró..

El oficial retirado Rafael Alemañy, hoy de 60 años, entiende que las afectaciones psíquicas no fueron generalizadas. "Yo creo que el cubano soportó, y se veía campechano en las condiciones más difíciles, en los lugares más remotos", sostuvo.

Alemañy vivió momentos de gran peligro durante la batalla decisiva de Cuito Cuanavale a inicios 1988, cuando la artillería sudafricana bombardeaba día y noche las posiciones cubano-angoleñas y él se desempeñaba como jefe de la defensa antiaérea.

A 10.000 kilómetros de distancia y lejos de los disparos y las explosiones, en los hogares cubanos se sintió la guerra de otra manera.

Miriam Cruz, de 57 años y esposa de Jiménez, recuerda que por las noches se trasladaba al litoral de La Habana para mirar el mar con su hijo de ocho años, "para no pelear tanto en la casa".

Por su parte, la madre de Villazón lloraba cada vez que abría el armario o hacía la comida preferida de su hijo.

"Nos pasamos dos años esperando el aviso de la muerte de mi hermano. Cuando el cartero silbaba, mi madre se ponía tensa y casi nunca podía ir a recibir la carta o el telegrama", relató Santiesteban.

Según cifras del gobierno cubano, en todas las misiones "internacionalistas" que se realizaron en África desde comienzos de los años 60 hasta la retirada del último soldado de Angola, el 25 de mayo de 1991, murieron 2.077 personas nacidas en esta isla.

Los restos que pudieron ser recuperados no descansaron en tierra cubana hasta diciembre de 1989, cuando fueron repatriados durante la llamada "Operación tributo".

No existen estadísticas sobre secuelas de la guerra como heridas, mutilaciones y otras enfermedades procedentes del continente africano. Entre los militares que regresaban de África a mediados de la década del 80, se detectaron los primeros casos en Cuba de infección por el virus de inmunodeficiencia humana (VIH), causante del síndrome de inmunodeficiencia adquirida (sida).

En esas tres décadas, la isla apoyó movimientos guerrilleros y gobiernos de izquierda en numerosos países africanos como Argelia, Mozambique, Etiopía, Guinea-Bissau y el Congo.

La cooperación con Angola no se limitó solamente al campo militar, sino que se extendió a la medicina, la educación, las construcciones y otros sectores de la economía e incluyó a más de 50.000 colaboradores civiles.

Olga Zayas, una profesora de 62 años en la actualidad, preparó entre 1977 y 1979 a trabajadores docentes angoleños que luego dirigirían escuelas. "Nunca antes me había sentido tan útil, tan necesaria desde el punto de humano", confesó a IPS.

Su paso por aquellas tierras le dejó la sorpresa de un hijo, a pesar de los dictámenes médicos que la habían diagnosticado como estéril. Al retornar a Cuba en 1979, tenía cinco meses de embarazo, recordó.

Angola fue también escenario de las confrontaciones de la llamada guerra fría entre Estados Unidos y la hoy disuelta Unión Soviética. Según la bibliografía militar cubana, Washington respaldó con asesores y armamento a la opositora Unión para la Independencia Total de Angola (Unita), que sostuvo su beligerancia hasta 2002.

Del otro lado, el ejército angoleño recibió asesoría y pertrechos de la Unión Soviética. En la fase final de la conflagración, alrededor de 53.000 militares cubanos combatían en aquella nación africana.

Tras 13 años de guerra, el 22 de diciembre de 1988 se firmaron los acuerdos de Nueva York entre Cuba, Angola y Sudáfrica, con la mediación de Estados Unidos.

Así, Sudáfrica entregó la soberanía a Namibia y las tropas cubanas iniciaron su retirada.

Durante una visita a La Habana, en julio de 1991, el líder sudafricano Nelson Mandela afirmó que el fracaso militar del régimen racista de Pretoria había sido decisivo para librar a África y a su país "del azote del apartheid".

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