Funcionarios de la Unión Europea (UE) manifestaron una cauta satisfacción ante la decisión de iniciar negociaciones formales por la incorporación de Turquía, que pidió el ingreso al bloque en 1963.
Pero afirman que el camino seguirá lleno de dificultades.
Los ministros de Relaciones Exteriores de la UE lograron un acuerdo de último minuto con Turquía el lunes, luego de cerca de 30 horas de deliberaciones.
Austria retiró el último escollo al desistir de su intención de que se le ofreciera a Turquía una opción que no alcanzaba a ser una integración plena.
El eventual ingreso de Turquía debe ser ratificado por los 25 países de la UE. La ciudadanía de Francia, que toma estas decisiones en referéndum, tendrá, por lo tanto, poder de veto.
Una de las mayores pruebas que afronta Turquía ahora es convencer a sus vecinos europeos y a sus ciudadanos de que incorporarse a la UE beneficiará al bloque.
Actualmente hay una profunda oposición popular dentro de Austria y otros países europeos.
Quienes rechazan la incorporación turca mencionan como razones para mantener distancia el hecho de que la religión predominante en el país es el Islam y su disparidad económica: su producto interno bruto por habitante es de 7.400 dólares, comparado con los 28.700 dólares de Alemania.
Además, advierten que su población es de 70 millones de habitantes, y que en 2020 superará al país más populoso de la UE, Alemania, hoy con 82 millones.
Su gran población no solo le daría considerable poder por la ponderación del voto en el Parlamento Europeo de acuerdo con la población, sino por el impacto del ingreso en el mercado de trabajo continental.
La inmigración desde Turquía también es un tema espinoso en muchos estados de la UE.
Una mayoría de los ciudadanos franceses, alemanes y austríacos entrevistados por distintas encuestas se oponen a admitir a Turquía. La mayoría de los daneses preferiría ver en la UE a Ucrania antes que a ese país islámico.
Tales críticas pueden obstruir futuras negociaciones, porque al menos dos de los gobiernos que mostraron más recurso al ingreso de Turquía —Francia y Austria— han prometido realizar referendos sobre el asunto.
La reacción del ex presidente francés Valery Giscard d'Estaing (1974-1981) al acuerdo del lunes no es un buen presagio para el apoyo de su país.
"Me enteré de la noticia con tristeza y sorpresa", expresó. "Hace cuatro meses el pueblo francés dijo: 'Estamos contra el ingreso de Turquía.' Y aquí estamos, cuatro meses después, y está ocurriendo".
Pero el periódico alemán Frankfurter Allgemeine Zeitung advirtió el martes que sería un "fiasco" que los votantes europeos rechazaran la membresía plena después de años de negociaciones.
"Uno tiene que preguntarse sobre la obstinación y la pobreza creativa de aquellos que consideran la membresía plena de Turquía como el único camino a la felicidad", publicó el diario.
Pero muchos líderes de la UE intentaron restar importancia a esos desafíos el martes, diciendo que el tratado beneficiaría a la UE y a sus ciudadanos.
El ministro británico de Relaciones Exteriores, Jack Straw, que lideró "30 horas de negociaciones bastante agotadoras", dijo que era "un día verdaderamente histórico" para Europa.
"Todos nosotros somos ganadores: Europa, los existentes estados miembros de la UE, Turquía y la comunidad internacional", dijo tras el inicio de las negociaciones.
Señaló que había "un largo camino por delante", pero agregó: "No tengo dudas de que, si introducir a Turquía es el premio, vale la pena luchar por eso."
José Manuel Durao Barroso, presidente de la Comisión Europea (rama ejecutivo de la UE), urgió a los europeos a abrir sus mentes a la idea.
"Por supuesto que el camino hacia el ingreso de Turquía será largo y difícil. Como para todos los países, el ingreso no está garantizado ni es automático. Turquía debe ser tratada del mismo modo que todos los otros candidatos. Y debe respetar estrictamente los requisitos de democracia, derechos humanos y estado de derecho si se va a unir al club", señaló el martes Durao Barroso.
"Europa debe aprender más sobre Turquía. Y Turquía debe ganar los corazones y las mentes de los ciudadanos europeos. Ellos son quienes al final del día decidirán sobre la membresía de Turquía", añadió.
Katinka Barysch, economista jefa en el Centro para la Reforma Europea, con sede en Londres, coincide en que la responsabilidad de ganar los corazones y las mentes de los europeos es de Turquía.
"Necesita reformar su economía, estabilizar la democracia y respetar los derechos humanos. Si sólo se mantiene en el camino y muestra que es capaz de hacerlo, entonces Turquía demostrará que está pronta para asociarse al club de la UE", dijo Barysch a IPS.
Turquía pidió en 1963 la asociación al germen de la UE, entonces llamada Comisión Europea del Carbón y el Acero. El acuerdo de asociación entre el país y el bloque se formalizó en 1973. Turquía renovó su candidatura a miembro pleno en 1987. Desde 1995 está vigente un tratado de unión aduanera.
Pero la UE ha dicho durante mucho tiempo que iniciar negociaciones no garantiza la incorporación de Turquía.
Es probable que las conversaciones duren al menos una década. En ese periodo, Turquía tendrá que emprender una maratón para adaptar su sistema político, económico y social a los requisitos de la UE, así como implementar 80.000 páginas de leyes de la UE.
También hay un mecanismo de freno de emergencia para suspender negociaciones en caso de "una brecha seria y persistente de los principios de libertad, democracia, respeto por los derechos humanos y libertades fundamentales".
Algunos analistas son optimistas a pesar de tales desafíos.
Daniel Gros, director del Centro para los Estudios Políticos, son sede en Bruselas, dijo a IPS que, si bien todavía no es seguro, él considera que hay más de 50 por ciento de posibilidades de que Turquía ingrese a la UE.
"Los referendos pueden ser ganados si en 2015 Turquía puede apuntar a una década de sólido crecimiento y una sociedad completamente democrática", agregó.
Barysch dijo que la opinión pública habrá cambiado para el momento en que la votación tenga lugar.
"La razón principal por la que la gente está temerosa del ingreso de Turquía en este momento es el malestar económico en algunos de los grandes países de la eurozona, con 10 o 15 por ciento de desempleo", señaló.
Barysch espera que en 10 o 15 años la UE haya solucionado esos problemas, pavimentando el camino para el ingreso de Turquía.
"Para entonces, si habremos abordado estos problemas, entonces será mucho más fácil para Turquía unirse, y lucirá mucho menos atemorizante", dijo.
"Si no lo hacemos, tendremos una UE que no crece, que tiene un desempleo de 15 por ciento, inquietud social y un proceso de de toma de decisiones que no permite el progreso. Si ese es el caso, no pienso que Turquía quiera unirse de cualquier modo", concluyó Barysch.
Aunque están ampliamente reconocidos los grandes avances de Turquía en materia política y de derechos humanos, continúan las preocupaciones en torno de su compromiso de abolir de la tortura y de garantizar la libertad de credo, así como por las consecuencias de su ingreso en el mercado laboral europeo.
Alemania, Gran Bretaña, Italia y España, respaldados desde afuera de la UE por Estados Unidos, se manifestaron francamente a favor de la ampliación del bloque hacia el este. En ese proceso, ven en Turquía a un socio estratégico.
Estos cuatro países destacan la importancia estratégica de Turquía por su cercanía con los centros de conflicto en Medio Oriente. Esta membresía ubicaría el territorio de la UE en la frontera de Iraq, Irán y Siria, y, según sus impulsores, eso constituiría una contribución a la paz mundial.
Los países escépticos —como Austria, Chipre y Dinamarca— advierten que Turquía es demasiado grande, demasiado diferente y demasiado pobre como para unirse al bloque, e insisten en que el éxito de las negociaciones no está garantizado.
Otros países se ubican en un punto medio. En los últimos meses, la oposición de Alemania, Austria y Francia han sugerido que Turquía debería gozar de una "alianza privilegiada" con la UE, no la plena membresía.
El ingreso de Turquía es rechazado por la mayoría de la población de países de la UE como Austria, Dinamarca, Chipre y Francia. Temen que la fuerza de trabajo turca pueda trasladarse con libertad a través de las fronteras comunitarias e inundar así a países pequeños como Dinamarca.
Pero Ankara ha sostenido que sus trabajadores podrían ser necesarios en la UE, cuya población está envejeciendo.