Para frenar la escalada de violencia en el sur de Tailandia, un entusiasta coronel del ejército insta a sus soldados a generar confianza en la minoría malaya musulmana, predominante en la zona, que se siente discriminada por el gobierno y la mayoría budista.
Desde enero de 2004, más de 1.000 personas murieron de ambos lados del conflicto separatista que abarca a las tres provincias sureñas de Narathiwat, Yala y Pattani.
Unos 700 efectivos militares tailandeses están comprometidos en esta operación de conquista de «corazones y mentes», trocando sus uniformes y armas por herramientas para la agricultura, y ayudando a los aldeanos a sembrar sus campos de arroz y a explotar los árboles de caucho.
Entre estas plantaciones, que se extienden a lo largo de un área de 400 kilómetros cuadrados cerca de la frontera con Malasia, un nuevo cultivo lucha por arraigarse: la paz.
«Les dije a mis soldados que tienen que llegarle a la comunidad», contó el coronel Songwit Noonpackdee, quien fue asignado a la austral provincia de Narathiwat a principios de noviembre de 2004, para combatir la profunda desconfianza con que los musulmanes veían a militares, policías y al gobierno de Tailandia.
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La realidad que encontró este coronel de 40 años cuando comenzó a trabajar en el lugar fue amarga. Sólo unos días antes, en octubre, 78 niños y hombres musulmanes del pequeño pueblo de Tak Bai habían muerto por asfixia mientras se encontraban bajo custodia militar, tras ser arrestados por manifestarse contra los abusos policiales.
La única manera de superar esta desconfianza es «construir una paz sustentable» a través de «una acción cívica fuerte», dijo Songwit, que pertenece a la comunidad budista. «Los efectivos militares tienen que ser entrenados para esto», dijo.
Los vínculos ya son visibles en aldeas musulmanas como Lubo Sama, donde residen unas 200 familias que viven de la agricultura —fundamentalmente del cultivo de caucho— y de la pesca.
Cuando oscurece, el coronel se siente seguro paseando por las calles, tan estrechas como la distancia que separa a un hogar de otro, aceptando, con un aire de familiaridad, los saludos de mujeres y hombres musulmanes.
Algunos de los aldeanos aseguran que casi ninguno de sus jóvenes se ha unido a los malayos musulmanes, presuntamente separatistas a los que el gobierno tailandés acusa de estar detrás del conflicto, que ya lleva 20 meses.
«Ninguno de nuestra aldea ha ido a luchar», dijo Rusuewa Maseng, un líder comunitario. «En nuestra aldea se está seguro, pero no puedo decir qué sucede afuera», agregó.
Pero esta aldea parece ser un desafío menor para el gobierno tailandés que para las más de 350 aldeas que en febrero Bangkok identificó como «zonas rojas» por «actividad separatista» en el sur. Esto si no se tiene en cuenta el incendio de la escuela de Lubo Sama, perpetrado por presuntos insurgentes el 4 de enero de 2004.
Las iniciativas del ejército están ganando elogios de sectores de la sociedad tailandesa comprometidos con resolver el conflicto a través de la cooperación más que de la fuerza. «Es bueno que haya esfuerzos para trabajar con la gente como parte de la campaña por los corazones y mentes», opinó Jaran Ditapichai, comisario del organismo nacional de derechos humanos de Tailandia.
Ditapichai, sin embargo, reconoce que llevará un tiempo que las iniciativas den frutos. «En este momento, el gobierno tailandés y el pueblo tailandés no ven una luz al final del túnel», dijo a IPS.
Para fortalecer el programa de corazones y mentes, el recientemente designado Comité de Reconciliación Nacional urgió al gobierno del primer ministro Thaksin Shinawatra (en el poder desde 2001) a establecer iniciativas de paz comunitaria en el problemático sur.
«En el pasado, uno de los principales obstáculos para la paz ha sido que los residentes de la zona se negaban a cooperar con el gobierno porque no confiaban en él», dijo Paisarn Promyong, un miembro del Comité, citado por el periódico Thai Day en su edición del miércoles.
Incluso, estos malayos musulmanes que están deseosos de cooperar abiertamente con Bangkok tienen sus reservas sobre el grado en que se puede confiar en los militares y en el gobierno, a causa de una discriminación de larga data.
Un educador reveló esto mientras hablaba con funcionarios tailandeses sobre la escalada de violencia, en tanto susurraba a un costado a los periodistas: «Ahora no se trata sólo de separatismo. Es algo más».
Este antiguo residente del sur conoce muy bien los efectos de las políticas de discriminación de Bangkok. Varios gobiernos, militares y democráticos, han implementado políticas orientadas a unificar la identidad cultural tailandesa, sin respetar la diversidad.
Hace ya cuatro décadas se prohibió en todas las escuelas estatales el uso del yawi, dialecto que hablan los malayos musulmanes de la zona y que, junto con la fe islámica que profesan, los identifica como una comunidad étnica distinta entre los 64 millones de habitantes de Tailandia, 95 por ciento de los cuales son budistas y hablan tailandés.
Combinada con la negligencia y una burocracia hostil, la discriminación idiomática y cultural ha estado en la raíz de los movimientos separatistas de los malayos musulmanes. El objetivo de estas rebeliones fallidas es la restauración del reino musulmán de Pattani, que incluía a las tres provincias sureñas anexadas en 1902 por Siam, como se llamaba Tailandia entonces.
Para impedir que se desarrolle una nueva fase violenta de separatismo, Songwit ordenó a sus soldados que se guíen por el estricto principio de la no represalia. «No nos vengamos cuando los soldados son atacados», explicó..
Igualmente importante es la acción cívica para ganar el apoyo de las comunidades locales, dando una mano con los cultivos de arroz y de caucho, en una innovadora tarea pacifista.