Cada vez son más las connotadas figuras del gobernante Partido Republicano que lanzan airados cuestionamientos al ala más derechista de la administración de Estados Unidos por persuadir al presidente George W. Bush de invadir Iraq.
A las acusaciones contra el vicepresidente Dick Cheney y el secretario (ministro) de Defensa Donald Rumsfeld, formuladas por Lawrence Wilkerson, principal colaborador del ex secretario de Estado (canciller) Colin Powell, se suman ahora las críticas del ex consejero de Seguridad Nacional Brent Scowcroft.
Entrevistado por la revista The New Yorker, Scowcroft, quien fue consejero durante la presidencia de George Bush (1989-1993), padre del actual mandatario, advirtió que la invasión fue contraproducente.
El ex funcionario, considerado un "realista" en materia de política exterior en contraposición con los "halcones" que han dominado el actual gobierno, había manifestado su oposición a la guerra siete meses antes de la ocupación iniciada el 20 de marzo de 2003.
"Se decía que" la operación era "parte de la guerra contra el terror", pero la propia ocupación de ese país "alimenta el terrorismo", dijo Scowcroft.
La guerra, agregó, puede llevar a la opinión pública a oponerse a cualquier compromiso en materia de política exterior, del mismo modo que lo hizo la de Vietnam a fines de los años 70 y en los 80.
"Vietnam fue algo visceral en el pueblo estadounidense", dijo Scowcroft, quien también fue consejero de Seguridad Nacional durante el gobierno de otro republicano, Gerald Ford.
"Ese fue un periodo realmente amargo, y nos puso profundamente en contra de las aventuras en materia de política exterior. Esto no es tan profundo, pero vamos en esa dirección", agregó.
Las declaraciones de Scowcroft llegan en un momento crítico. Los sondeos de opinión marcan una caída a menos de 40 por ciento en la aprobación de la gestión de Bush.
Los encuestados critican la acción del gobierno en las tareas de rescate por el huracán Katrina, la nominación de la abogada personal del presidente para integrarse en la Corte Suprema de Justicia y la falta de avances en Iraq.
Por otra parte, crecen las posibilidades de que un fiscal especial acuse esta semana a altos funcionarios del gobierno, entre ellos al principal asesor de Bush, Karl Rove, y al jefe del equipo del vicepresidente Cheney, I. Lewis Libby.
Rove y Libby son sospechosos de haber intentado desacreditar y castigar al embajador Joseph Wilson, quien había cuestionado la guerra en Iraq. Para eso, habrían filtrado a la prensa la información de que la esposa de Wilson era agente secreta de la inteligencia. La difusión de esos datos es delito en Estados Unidos.
La investigación oficial sobre el caso es un nubarrón que se cierne sobre la Casa Blanca en el momento en que se encuentra más debilitada.
Por otra parte, la semana pasada, Lawrence Wilkerson, un coronel retirado que colaboró 16 añós con Powell, consideró que Cheney y Rumsfeld encabezaron un "complot" que eludió los procesos formales de toma de decisión política y de inteligencia para atacar Iraq.
Wilkerson también acusó a la actual secretaria de Estado Condoleezza Rice de "consentir" el complot y no imponer desde el Consejo de Seguridad Nacional, que entonces encabezaba, un proceso político transparente y abierto, en que todas las opciones fueran atendidas.
Scowcroft, un ex general de la fuerza aérea que durante mucho tiempo fue considerado el amigo más cercano de Bush padre, no fue tan cáustico como Wilkerson, quien reflejó en sus declaraciones ira y frustración. En cambio, Scowcroft sonó algo resignado.
Pero el ex funcionario manifestó desconcierto al considerar el papel de Cheney, con quien tuvo un vínculo muy estrecho en otros gobiernos republicanos: el actual vicepresidente fue secretario de Defensa del gobierno de Bush padre y jefe de personal de la Casa Blanca del de Gerald Ford.
"La verdadera anomalía de la administración es Cheney", declaró Scowcroft. "Considero a Cheney un buen amigo: lo conozco hace 30 años. Pero a Dick Cheney lo desconozco."
Al parecer, según Scowcroft, Cheney tomó en cuenta las recomendaciones de Bernard Lewis, un octogenario experto en cuestiones de Medio Oriente de la Universidad de Princeton invitado a la Casa Blanca poco después de los atentados que el 11 de septiembre de 2001 dejaron 3.000 muertos en Nueva York y Washington.
"Creo que una de las cosas que ustedes deben hacer con los árabes es golpearlos con un gran palo entre los ojos. Los árabes respetan el poder", fue, según Scowcroft, el mensaje de Lewis.
"No creo que Cheney sea un neoconservador, pero aliada con el núcleo de los conservadores está esa pandilla que cree que cometimos un error en la primera guerra del Golfo, que debimos haber terminado el trabajo" y avanzar sobre Bagdad para voltear al entonces presidente iraquí Saddam Hussein, agregó.
"Otra pandilla quedó tan traumatizada por el 11 de septiembre que pensó: 'El mundo se va al infierno y tenemos que demostrarle que debemos responder. Afganistán está okey, pero no es suficiente'", dijo Scowcroft.
Cuando el ex consejero de Estado difundió en agosto de 2002 su posición contra la guerra en Iraq, Rice, de quien fue su mentor, lo llamó por teléfono desde su oficina en la Casa Blanca y le preguntó: "¿Cómo pudiste hacernos esto?", según una fuente.
"Lo que le molesta a Brent más que el hecho de que Condi (Rice) le grite es el hecho de que ella era la consejera de Seguridad Nacional, y no estaba interesada en oír lo que un antecesor suyo tenía que decir", dijo el informante.
Scowcroft presidía entonces la Junta Asesora de Inteligencia Exterior de la Casa Blanca, que al parecer no fue consultada en la preparación para la guerra. (