Tras los atentados de la semana pasada en Bali, hasta un leve trastorno en las perfectas olas azules basta para poner nerviosos a turistas y residentes. Ese temor afecta la economía de esta isla de Indonesia, que se esfuerza por mantenerse viva.
El 1 de octubre, tres bombas explotaron con diferencia de pocos minutos en dos populares complejos turísticos de Bali, días antes del mes de Ramadán, sagrado para los musulmanes, y del festival hindú de Galungan.
El 12 de octubre de 2002, otro atentado en un club nocturno había marcado el primer hito de la devastación económica, generando una huída masiva de turistas.
"Los dioses están enojados por las bombas. Siempre sabemos cuándo está por venir una marea alta, y no estábamos esperando ésta", dijo Jimmy, mientras las mareas altas del fin de semana estrechaban la franja de 15 metros de playa arenosa donde se agolpaban visitantes y vendedores ambulantes.
Jimmy, de 36 años, es considerado parte del paisaje de la playa. Durante más de una década se ha pasado de un lado a otro de sus arenas ofreciendo su destreza para pintar tatuajes no permanentes.
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Diez días después de la segunda ronda de sangrientos atentados en tres años en la "Isla de los Dioses", la gran pregunta que permanece sin respuesta para Jimmy y para todos los demás es: ¿continuará la miseria?
Misticismo, fatalismo y pragmatismo se mezclan en la respuesta colectiva a la tragedia, pero en tanto el impacto del atentado todavía no ha sido evaluado en su totalidad, la ansiedad por el futuro comienza a mostrarse.
"No estoy seguro de qué va a suceder. Me preocupa que los turistas dejen de venir, como ocurrió después del primer atentado. Si no vienen, ¿cómo alimentaré a mi familia?", preguntó Jimmy, que tiene hijos que mantener.
El ataque de octubre de 2002 dejó un saldo de 202 muertos y muchos más mutilados. Los turistas evacuaron la zona en masa y no regresaron durante un largo tiempo. La economía local se derrumbó. La última ronda de atentados resultó en pocas víctimas, pero no por eso fue menos aterrorizante.
Los datos oficiales muestran que el turismo contribuye con seis por ciento del producto interno bruto de Indonesia, de 250.000 millones de dólares, y emplea a ocho por ciento de su fuerza de trabajo.
Pero la mayoría de la actividad está concentrada en Bali y en la cercana isla de Lombok, donde 65 por ciento de la fuerza laboral depende, de un modo u otro, del turismo.
Tras los atentados de 2002, las llegadas al aeropuerto internacional de Bali cayeron de un promedio de 5.000 por día a menos de 1.000. Los hoteles y restaurantes prácticamente se vaciaron y los taxistas y vendedores ambulantes compitieron duramente por la clientela.
Una encuesta realizada en la isla por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y el Banco Mundial a principios de 2003 reveló una caída de 25 por ciento en el ingreso de los hogares.
A la industria turística de Bali, de 1.200 millones de dólares, le llevó más de un año recuperarse, aunque debe decirse que luego la isla despertó ante la idea de que los atentados serían un fenómeno recurrente.
Y esto hizo caer en la cuenta de que Bali es una exótica isla hindú de cuatro millones de habitantes ubicada justo en el medio del país islámico más poblado del mundo, en momentos en que Occidente libra una "guerra contra el terror" en países musulmanes como Iraq y Afganistán.
Se dice que una facción militante de Jemaah Islamiyah está detrás de los ataques contra el restaurant. El grupo, vinculado con la red terrorista Al-Qaeda, liderada por el saudita Osama Bin Laden, se responsabilizó de los atentados contra la discoteca Sari Club, en Bali, en 2002, así como de los perpetrados en el hotel JW Marriott de Yakarta en 2003 y en la embajada de Australia en la capital indonesia al año siguiente.
En los primeros nueve meses de este año, aproximadamente 1,5 millón de turistas visitaron la isla, lo que supone un aumento de seis por ciento respecto del año pasado. El aeropuerto recibía un promedio diario de 4.000 arribos y las ocupaciones de hoteles habían subido a alrededor de 80 por ciento.
Pero el verdadero impacto de los atentados contra objetivos turísticos sólo podrá evaluarse a fines de año, la temporada alta en Bali. Entonces se sabrá si los visitantes habituales han optado por otros destinos.
Luego del último ataque, el 1 de octubre, delegados de 80 países que asistían a una conferencia de la Organización Mundial del Turismo de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en Iguazú, Argentina, solicitaron al mundo no abandonar a Bali de nuevo.
Pero las respuestas al llamado han sido contradictorias.
Mientras se han producido varias muestras de apoyo, los gobiernos de Australia, Nueva Zelanda y Corea del Sur, por mencionar unos pocos, han emitido advertencias a sus ciudadanos.
Según la Unidad de Investigación y Desarrollo del Turismo de Bali, la ocupación hotelera todavía se ubica entre 80 y 90 por ciento.
Algunas agencias de viajes han informado que se produjeron 50 por ciento de cancelaciones o postergaciones de habitaciones ya reservadas, y gerentes de hoteles promocionan masajes gratis y otros incentivos.
El impacto del ataque sobre la economía de Bali se agravó por el aumento masivo de los precios del combustible, tras el recorte de los subsidios del 1 de octubre pasado.
Anz (nombre completo), quien trabaja en el cibercafé Milagro en Legian, Kuta, en el sur de Bali, no está seguro de cómo va a afrontar la situación.
"Si los turistas vienen, tanto como si no, tendré que pagar mis cuentas. Al mismo tiempo, el precio del petróleo se ha duplicado y los precios de los alimentos también pueden subir. Veremos que sucede", dijo a IPS.
Los analistas creen que el aumento en los precios del combustible podría tener un efecto de cascada sobre los precios de otros bienes y llevar a la inflación a dos dígitos.
El atentado también a planteado grandes preguntas sobre la seguridad de Indonesia, lo que podría conducir a una caída de las inversiones extranjeras, como señaló el ministro de Planeamiento de Desarrollo Nacional de Indonesia, Sri Mulyani Indrawati.
"Con este acontecimiento, será duro para nosotros convencer a la comunidad internacional, especialmente a los inversores, de que Indonesia es un lugar seguro", dijo.
El italiano Guido Beretta, que dirige una fábrica de café de alta calidad y un tambo de alta tecnología en Bali, afirmó que debió detener otros proyectos por motivos de seguridad.
"Por el momento, no puedo asegurarles a mis inversores que aquí es seguro, así que estoy obligado a postergar la apertura de otros 10 tambos", dijo a IPS, agregando que irse de Bali no es una opción.
"He vivido en Bali durante más de 10 años. Tengo 40 trabajadores que residen aquí y ninguno perderá su trabajo. Hay algunos meses difíciles por delante, pero esta isla es mi hogar", puntualizó.