La escasez de agua en el corazón de la Amazonia brasileña, un paraíso de agua dulce, parece un absurdo, pero es real y debería servir de alerta máxima sobre la tragedia irreversible que provocará la deforestación de proseguir a sus ritmos actuales, advierten especialistas consultados por Tierramérica.
Ríos y lagunas prácticamente secos, cientos de toneladas de peces muertos, poblados aislados que reciben alimentos por helicóptero, embarcaciones atascadas en el fango y gente que debe caminar kilómetros para buscar agua forman el paisaje actual en muchas zonas del sudoeste de la Amazonia.
Considerada la peor de las últimas cinco décadas, la sequía afecta sobre todo a los estados de Acre y Amazonas, cuya población espera la ayuda de emergencia prometida por el gobierno, que liberó unos 14 millones de dólares para ese fin.
En Acre la falta de lluvias de cuatro meses "dio miedo", secó ríos importantes y favoreció los incendios que "avanzaban sobre bosques" sin humedad para contenerlos, relató a Tierramérica el especialista Paulo Moutinho, a poco de regresar de la zona.
El humo reducía la visibilidad y forzó a algunas personas a usar equipos de respiración en las calles, añadió Moutinho, quien coordina el no gubernamental Instituto de Investigación Ambiental de la Amazonia.
Los efectos perdurarán por mucho tiempo. La recuperación de la población piscícola exigirá años, y el pescado es la base alimentaria de los poblados ribereños. La asistencia a este sector de la población deberá ser prolongada, pues la vida no volverá a la normalidad luego de reanudarse las lluvias, observó.
Lejos de Acre, en el municipio de Caapiranga, a unos 200 kilómetros de Manaos, la capital del estado de Amazonas, desapareció el Gran Lago de Manacapurú, formado por el río de igual nombre. La reducción de las aguas aisló a una docena de aldeas ribereñas.
Los ríos son las carreteras de la Amazonia, cuya población se mueve principalmente en embarcaciones de distintos tamaños.
En Caapiranga, que en 2004 tenía 9.736 habitantes, dos tercios rurales, el funcionario de la alcaldía Raimundo Da Silva cuida un pozo que provee agua a 17 familias. "Tres pozos de la ciudad ya se secaron, el mío está flojo, pero aún tiene agua suficiente", señaló.
Todo lo que necesita la ciudad llega desde el río Manacapurú, por el que ahora solo navegan barcos pequeños, y se transporta luego en vehículos terrestres a través de los 32,5 kilómetros del lecho seco del lago.
"Hay por lo menos 10 barcos más grandes atascados", dijo Da Silva a Tierramérica, desde un teléfono público. En sus 29 años de vida, jamás imaginó vivir algo semejante.
"La ayuda del gobierno ya está llegando", señaló el funcionario refiriéndose a canastas de alimentos y medicamentos distribuidos por el Plan de Emergencia SOS Interior, promovido desde la semana pasada por el gobierno de Amazonas con ayuda de las fuerzas armadas. Por lo menos 32.000 familias serán beneficiadas.
Los 62 municipios de Amazonas se encuentran en estado de calamidad pública, principalmente por falta de transporte y agua potable. Las autoridades estimaron que unas 197 mil personas en 914 comunidades han resultado afectadas y analizaban planes de evacuación.
Según algunos investigadores, la sequía se atribuye a que la "zona de convergencia intertropical", donde se encuentran los vientos del norte y del sur trayendo muchas lluvias, se desplazó hacia el norte debido al gran recalentamiento del océano Atlántico Norte.
Se trata del mismo factor que ha determinado la intensidad de huracanes como el Katrina, que golpeó las costas estadounidenses en septiembre, aducen.
El inusual estiaje de los ríos amazónicos alecciona sobre la vulnerabilidad de este ecosistema ante fenómenos que reducen las lluvias en la región y pueden estar ganando más frecuencia y más intensidad, consideró el especialista Paulo Moutinho.
El científico estadounidense Thomas Lovejoy, quien estudia la Amazonia hace cuatro décadas, teme que la deforestación llegue a tal punto que ponga fin al equilibrio que asegura la supervivencia forestal, desatando un proceso de deterioro irreversible en un "ciclo vicioso".
La humedad y las lluvias locales son abundantes a causa de los bosques, y viceversa. Al desaparecer cierta extensión de bosques se reducen las precipitaciones, provocando pérdidas forestales y así sucesivamente.
"Muchos de nosotros (investigadores) creemos que esto puede ocurrir si la deforestación supera 30 por ciento" de la Amazonia, dijo Lovejoy a Tierramérica.
Mantener el ritmo actual de deforestación es "un juego muy peligroso", pues pueden ocurrir "sinergias negativas" con otros factores, como el fenómeno oceánico de El Niño (que provoca sequías), los incendios forestales y los cambios climáticos, alertó Lovejoy, quien preside el Centro Heinz para la Ciencia, la Economía y el Ambiente, con sede en Washington.
Sería mejor interrumpir el proceso de deforestación mucho antes del punto de desequilibrio, por ejemplo en 20 por ciento, también para no perder más biodiversidad, acotó.
La Amazonia ya perdió 17 por ciento de sus bosques, pero el "área perturbada", incluyendo pequeñas talas no captadas por los satélites, es mucho más extensa, dijo a Tierramérica el ex director del gubernamental Instituto Nacional de Investigación de la Amazonia, Eneas Salati.
Debido a la alteración climática, las masas de aire se elevan sobre la Amazonia, pierden humedad y bajan calientes y secas, un fenómeno que crea desiertos cuando es permanente, explicó Salati, recordando que esto "no ocurrió en los últimos 40 años que llevo estudiando la región" y no hay registros de que se haya presentado antes.
La duda es si el agua del Atlántico se calentó "naturalmente o debido a los cambios climáticos inducidos por la actividad humana", comentó.
En el clima amazónico actúan tres fuerzas de alteración, dos de origen antrópico (acción humana): la deforestación y el cambio climático global, y una natural: los ciclos, las manchas solares y la oscilación del eje de la Tierra, observó Salati, quien ahora dirige la no gubernamental Fundación Brasileña para el Desarrollo Sustentable.
Ese conjunto de fuerzas apunta en una dirección, y el recalentamiento del planeta puede hacer más frecuentes fenómenos naturales como El Niño.
El Niño, que calienta las aguas del océano Pacífico, provocó en 1998 una sequía en la parte norte de la Amazonia brasileña. Los incendios consecuentes destruyeron 1,3 millones de hectáreas de bosques en el estado de Roraima, extremo norte de Brasil en la frontera con Venezuela y Guyana.
* El autor es corresponsal de IPS. Publicado originalmente el 22 de octubre por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica. (