IRAQ: Círculo vicioso rodea a la nueva constitución

La mera idea de una nueva constitución en Iraq, más que su propio contenido, desata fuertes desacuerdos entre la mayoría chiita y la minoría sunita.

Cada nuevo incidente dificulta el compromiso de ambas comunidades islámicas con el proyecto, particularmente tras la estampida que mató a unos 1.000 peregrinos chiitas el 30 de agosto.

El incidente se desencadenó por rumores sobre la presencia de un terrorista suicida en medio del millón de fieles congregados en el distrito bagdadí de Khadimiya, para la ceremonia anual en homenaje al imán chiita Musa al-Khadim, fallecido hace 12 siglos.

Es probable que la noticia sobre el inicio del juicio al depuesto dictador Saddam Hussein (1979-2003) en octubre, el mismo mes para el que se prevé el referéndum constitucional, aumente las tensiones.

Dentro de los 24 millones de habitantes de Iraq, muchos integrantes del 35 por ciento sunita se sienten cada vez más marginados y todavía ven a Saddam Hussein como su abanderado.
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La fe sunita predomina en el mundo árabe y en el régimen de Hussein, que reprimió a los musulmanes chiitas, quienes constituyen 62 por ciento de la población.

Pero las negociaciones aún siguen y pueden tener éxito en su abordaje de los peores miedos de los sunitas, que se oponen a la Constitución propuesta.

El principal escollo es el federalismo, por el cual las regiones tendrían una mayor autonomía.

Dos de los tres principales grupos que integran la población, los chiitas y los kurdos, están de acuerdo en esto, pero la idea todavía cuenta con una gran oposición, por momentos vehemente, de los sunitas.

La mayoría de la nación kurda en Iraq, que constituye 20 por ciento de la población, practica el Islam sunita y se concentra en el norte del país, rico en petróleo. Gozaron de una autonomía de facto tras la guerra del Golfo de 1991, protegidos por la aviación de Gran Bretaña.

Ha habido cierto desacuerdo entre los políticos iraquíes en torno de la posibilidad de enmendar el proyecto antes del referéndum. Después de todo, ya ha sido aprobado por el parlamento.

Las autoridades de Estados Unidos, involucradas de manera cercana en el proceso de elaboración de la carta magna, alegan que la "edición" requerida antes de alcanzar la versión definitiva deja todavía cierto margen de maniobra.

El gobierno de George W. Bush, que parece buscar el modo de retirar lo más rápidamente posible sus tropas de Iraq, trata de presentar la nueva constitución como una celebración de la democracia.

Pero el movimiento antibelicista mundial advirtió que la nueva normativa conducirá a la ruptura del país, argumento también usado contra la invasión lanzada por Estados Unidos en marzo de 2003.

Sin embargo, parece mucho más probable que continúe la guerra civil de baja intensidad que ya es una realidad en parte del país, por lo menos hasta que el gobierno central tenga los medios militares para imponer orden.

El gobierno iraquí y el estadounidense han manifestado su esperanza de que un exitoso proceso político traiga una reducción de la violencia. Han dicho que agotar el apoyo que recibe la insurgencia en la población sunita sería de particular importancia.

Por el contrario, la falta de acuerdo sobre la Constitución es vista como un camino hacia la profundización de las divisiones entre sunitas y chiitas y hacia la violencia sectaria, con más sunitas inclinados a recurrir a la violencia más que a las urnas.

La mayoría de los partidos de la minoría sunita no participó en las elecciones del 30 de enero y esto hizo que tuvieran una escasa representación en el parlamento donde se negoció la nueva constitución..

Pero los insurgentes y sus líderes políticos apelarán a la disputa constitucional para recabar apoyo, sin considerar el resultado de las negociaciones.

El objetivo de los insurgentes sunitas no es un mejor acuerdo ni un Iraq plenamente democrático. Ambas metas podrían haber sido promovidas con la participación en las elecciones de enero, y su propuesta entonces fue el boicot.

Muchos sunitas temen su exclusión de la riqueza petrolera del país y la pérdida de terreno ante kurdos y chiitas, que los dejarán pobres, marginados y sin acceso a los recursos hídricos.

No es un temor imaginario, pues los propios sunitas aplicaron desde el poder la política de "el ganador se lleva todo", práctica habitual en Medio Oriente.

Los estadounidenses deberían encargarse de que sunitas y chiitas moderen sus demandas. Pero la intensidad del rechazo sunita hacia la invasión dificultaría esa tarea.

Mientras, los kurdos son un pilar fundamental del apoyo a Washington, que tiene cierta influencia sobre ellos pero es reticente a presionarlos demasiado. Si Iraq se dividiera, los kurdos serían los únicos con quienes Estados Unidos todavía podría contar.

En cambio, a Washington se le hace difícil influir sobre los chiitas, más receptivos a las sugerencias de Teherán, a pesar de que vieron con buenos ojos la invasión que los liberó de la opresión de Saddam Hussein y que prometió entregarles el país, dado que constituyen la mayoría.

Pero los chiitas tienen menos deudas con Estados Unidos que los kurdos, y también tienen mucha más distancia ideológica.

La violencia sectaria no comenzó con el debate constitucional, ni con la invasión de Estados Unidos.

El régimen de Saddam Hussein se enfrentó duramente con los rebeldes kurdos y a veces con chiitas insurgentes, particularmente desde la guerra entre Irán e Iraq (1980-1988).

Las fuerzas que están separando a Iraq fueron responsables de miles de muertes mucho antes de que llegaran los estadounidenses. Una constitución federal puede ser, precisamente, lo que el país necesita para poner un punto final a todo eso.

Pero eso no interesa a los insurgentes, cuyo único objetivo ahora es el fracaso de Estados Unidos en su aventura iraquí, incluso al precio del fracaso del propio Iraq.

Dadas las fallas estadounidenses durante y después de la guerra y su continua incapacidad para aceptar la situación, para Iraq puede ser mejor que Washington admita su derrota y se vaya.

El precio que los sunitas exigirán entonces a los kurdos y los chiitas —y viceversa— en cierto punto conducirá a alguna clase de equilibrio. Esto es más de lo que puede esperarse del proceso actual, que probablemente tenga corta vida.

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