Para la vasta mayoría de los nepalíes que viven fuera del valle de Katmandú, ni la palabra del rey, ni la de los rebeldes maoístas ni la de las agencias internacionales de asistencia les ha servido para mejorar sus vidas.
Un ejemplo es la localidad de Ilam. Muy cercana al famoso distrito indio de Darjeeling, gran productor de té, tiene un clima templado y un cielo brumoso que nutre la vegetación.
Hoy, las plantaciones de Ilam están desiertas. Las hojas de té son tiradas a la basura en la temporada de cosecha y unas 45.000 personas están sin trabajo después de que los maoístas ordenaran el cierre de la planta de procesamiento a fines de julio.
Los guerrilleros tomaron la medida como represalia, por la negativa de los empleados a acceder a las demandas de los sindicatos vinculados con los rebeldes.
Varios operadores de té se vieron obligados a cerrar sus oficinas luego de que los maoístas bloquearan todos los accesos a la localidad. Sólo las ambulancias pueden pasar. Los comercios de Ilam también cerraron, porque no reciben mercaderías para vender.
No hay arroz en el mercado. No hay aceite. Todos están muy nerviosos. Los pobladores tienen dinero y acuden a nosotros en busca de comida, pero no tenemos nada para ofrecerles, dijo a IPS un comerciante de la localidad entrevistado por teléfono.
A comienzos de año, los maoístas ordenaron el cierre de todas las escuelas privadas de Ilam, con el argumento de que la educación no debe tener fines de lucro. Cientos de estudiantes se vieron obligados a acudir a escuelas públicas, que no pudieron hacer frente a la demanda. Algunos padres enviaron a sus hijos a colegios de India.
La organización humanitaria Amnistía Internacional señaló que el conflicto entre el gobierno y los rebeldes de Nepal está haciendo añicos la vida de cada vez más civiles.
La guerra civil en Nepal ya tiene nueve años y ha dejado más de 11.000 muertos.
Se estima que los maoístas controlan más de tres cuartas partes de los alrededores de Katmandú, además de otras ciudades importantes de Nepal.
Los rebeldes lanzaron su guerra popular en 1996 para acabar con un sistema económico que ha dejado los principales recursos del país en manos de una pequeña elite y que ha marginado a las clases más bajas y a las pequeñas comunidades de 60 minorías étnicas
El rey Gyanendra Bir Bikram Shah desalojó el 1 de febrero al gobierno constitucional de Nepal, acusándolo de corrupto e incapaz de controlar la insurgencia maoísta. El monarca prometió resolver los problemas del país y restaurar la democracia en un plazo de tres años.
El rey también declaró el estado de emergencia y suspendió la mayoría de los derechos constitucionales, una medida que revirtió el 29 de abril, aunque la represión a la oposición continúa.
Desde el golpe de Estado, más de 3.000 líderes políticos, periodistas, activistas por los derechos humanos y estudiantes fueron detenidos, según la Coalición Nepalí de Defensores de los Derechos Humanos.
El ingreso anual por habitante en Nepal es de 200 dólares, pero es aun menor en las áreas rurales.
Amnistía alertó este mes sobre la proliferación de grupos de civiles armados creados para contrarrestar a los maoístas y que contarían con apoyo del gobierno.
Las restricciones a la libertad de movimiento, las ejecuciones extrajudiciales y las desapariciones, las detenciones ilegales y las torturas cometidas por el gobierno, así como los asesinatos y secuestros de las fuerzas maoístas, son una realidad diaria para la población civil nepalí en los distritos fuera de la capital, señala el informe.
El periódico The Kathmandu Post informó el día 5 que los maoístas detonaron una bomba cerca de una casa en el occidente del país, luego de que un residente se negara a darles alimento. La explosión mató a un niño de tres años e hirió a otros dos.
Según el gobierno, informes como los de Amnistía son falsos.
La seguridad ha mejorado. Hemos sido capaces de controlar el terrorismo. Le hemos brindado servicios públicos eficientes a la población, aseguró el ministro del Interior, Dan Bahadur Shahi, a la cadena británica de radio y televisión BBC.
Los maoístas, por su parte, siguen afirmando que no cometerán más masacres de civiles como la de junio, cuando unas 36 personas murieron en un autobús que estalló por la explosión de un artefacto instalado en una carretera por los rebeldes.
Pese a que los maoístas aseguraron en un comunicado afirmando que no matarían a más civiles desarmados, asesinaron luego a 62 personas, entre ellas a 16 activistas políticos, aseguró el presidente del Centro de Servicios del Sector Informal, Subodh Raj Pyakurel, entrevistado por el diario The Himalayan Times.
El jefe de la oficina en Katmandú del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Ian Martin, informó que ha recibido gran número de denuncias de abusos a civiles.
No puedo decir que esté mejorando la situación de derechos humanos. Pasará un tiempo considerable antes de que se pueda ver una tendencia, señaló.
A pesar de esta difícil situación, parece lejana la posibilidad de que la población civil lance otro levantamiento popular como el de la primavera democrática de 1990.
Luego de meses de protestas callejeras, el entonces rey Birendra (hermano del actual monarca) se vio obligado a aceptar un sistema multipartidista.
Rohit Adhikari, ex funcionario público, recuerda muy bien esos días.
A mí no me gustaba la idea de afiliarme a un partido político, pero me involucré muy activamente en el movimiento porque todos podían formar parte, contó a IPS.
Fui severamente golpeado. En una ocasión vi a personas asesinadas delante de mí, señaló Adhikari, hoy activista de una organización no gubernamental internacional.
Aún tengo energía para defender la democracia, pero no estoy tan ciego como entonces. La causa de los problemas de hoy son nuestros pobres líderes democráticos, sostuvo.
A menos que aparezcan nuevos líderes jóvenes, no creo que las personas se interesen y participen hoy de protestas, añadió.